Es noticia
Echar al PP, y ¿después qué?
  1. España
  2. Notebook
José Antonio Zarzalejos

Notebook

Por

Echar al PP, y ¿después qué?

Echar al PP es una argamasa demasiado coyuntural para fundamentar una política de pactos. Es una coartada tramposa para dar la sensación de que la izquierda tiene intereses comunes

Foto: Mariano Rajoy, presidente del Gobierno. (Reuters)
Mariano Rajoy, presidente del Gobierno. (Reuters)

Según la encuesta de El País del pasado domingo, un 72% de los consultados “apoya pactos distintos en función del lugar”. O sea, la ciudadanía parece desear lo que se denomina “geometría variable”. Podría afirmarse que no quiere bloques compactos ni pactos generales. Quiere que los partidos discriminen la situación de cada ayuntamiento, de cada autonomía. Lo que contrasta, en principio, con lo que estamos observando cuando quedan poco más de cuatro días para la constitución de los Ayuntamientos y la elección de alcaldes. Sólo hay pactos cerrados en una decena de capitales españolas; en las otras, el panorama está aún muy abierto.

Hasta el momento, sin embargo, las distintas izquierdas –Podemos, PSOE y las regionales–dicen estar unidas en un solo objetivo: echar al PP de donde esté si el conjunto de sus fuerzas en cada institución alcanza la aritmética suficiente. La afirmación, peligrosa y sectaria, de Pedro Sánchez proclamando que el PSOE no pactará ni con el PP ni con Bildu es desafortunada porque establece una equidistancia del socialismo con dos fuerzas políticas cuyo parecido es nulo. Bien podría ser insultante para el PP y sus electores.

Echar al PP es una argamasa demasiado coyuntural para fundamentar una política de pactos. Es una coartada tramposa para dar la sensación de que la izquierda tiene intereses comunes. En realidad desalojar a los populares –un objetivo que por generalizador sugiere una inquina dudosamente democrática–constituye un comportamiento reactivo, pero ofrece poca perspectiva de lo que luego van a hacer las fuerzas coaligadas para darles boleto a los conservadores.

El PP se ha quedado con seis millones de votos. Pero, si la izquierda lanza consignas reactivas, en noviembre los populares recuperarán electorado

Un programa municipal o autonómico no se basa sólo en una hostilidad, en una animadversióno en una generalización excluyente, sino, sobre todo, en propuestas de largo recorrido. En algunos lugares, el PP ha ejercido el poder de manera prepotente y con comportamientos corruptos muy generalizados y lo ha hecho por mucho tiempo, pero en otros los populares pueden presentar expedientes limpios y meritorios.

Si se consolida en lo que queda de semana que echar al PP es el fundamento de los acuerdos entre Podemos y el PSOE, el Gobierno y su partido estarían acertando con su estrategia de comunicación según la cual la izquierda forma una especie de frente indiscriminado contra la derecha democrática española y alerta del sectarismo que esa actitud conlleva. El desalojo del PP como pegamento de voluntades políticas en este cuarto de hora implica dos consecuencias muy evidentes.

La primera es que la embestida de la izquierda recompone las huestes de Rajoy –las encuestas también lo detectan–,muchas de las cuales migraron a Ciudadanos (en el sondeo de El País pierde seis puntos) y otras se refugiaron en la abstención. Un llamamiento a barrer al PP de las instituciones es la mejor movilización para sus bases, tanto actuales como muchas de las anteriores que han cambiado su voto para advertir a la derecha que debe cambiar, rectificar y corregir su rumbo. Este electorado va a estar atento de aquí a noviembre acerca del comportamiento de la izquierda y se activará mucho si observa que se arrincona al PP más allá de esa “geometría variable” que sugieren las encuestas como opción preferida de los ciudadanos.

Un programa municipal o autonómico no se basa sólo en una hostilidad o en una generalización excluyente, sino, sobre todo, en propuestas de largo recorrido

La segunda consecuencia de esta consigna –echar al PP–tiene que ver con la propia consistencia de la izquierda para ir más allá de la expulsión institucional de los conservadores. Porque ¿qué pretende hacer después de desalojar al PP?, ¿qué idea vertebra sus propuestas de gobierno municipal y autonómico?, ¿en qué consiste la alternativa? Lo que está ocurriendo en Valencia, lo que ha ocurrido en Badalona y lo que puede ocurrir en Andalucía ilustraría bastante acertadamente sobre la falta de cohesión de los postulados de la izquierda que ha salido con más efectivos del 24-M, pero profundamente dividida y con una Izquierda Unida desarbolada.

Ni siquiera Podemos puede alzar la voz: han sido las plataformas de izquierda social y las candidatas –Colau y Carmena–las que han puesto una pica en Flandes, pero no el partido como tal, que en las autonómicas no ha estado precisamente brillante. El PSOE ha perdido setecientos mil votos –de momento, ya ha cedido a Compromís la alcaldía de Valencia sin garantizarse la presidencia de la Generalitat–e Izquierda Unida es un auténtico berenjenal.

El PP se ha quedado con seis millones de votos. Pero si la izquierda –tan poco sutil como la derecha–lanza consignas excluyentes y reactivas, pretende el aislamiento del PP y su estigmatización y Mariano Rajoy sabe tomar decisiones inteligentes en personas, discursos y políticas, en noviembre los populares recuperarán mucho electorado y venderán cara su piel. Por eso la izquierda española debe contar a los ciudadanos que pretende algo más que echar a los populares del poder. Porque ese objetivo no es propositivo más que de un ajuste de cuentas, pero no de una política nueva para el futuro inmediato.

Según la encuesta de El País del pasado domingo, un 72% de los consultados “apoya pactos distintos en función del lugar”. O sea, la ciudadanía parece desear lo que se denomina “geometría variable”. Podría afirmarse que no quiere bloques compactos ni pactos generales. Quiere que los partidos discriminen la situación de cada ayuntamiento, de cada autonomía. Lo que contrasta, en principio, con lo que estamos observando cuando quedan poco más de cuatro días para la constitución de los Ayuntamientos y la elección de alcaldes. Sólo hay pactos cerrados en una decena de capitales españolas; en las otras, el panorama está aún muy abierto.