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Motín en Grecia: algo más que populismo
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José Antonio Zarzalejos

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Motín en Grecia: algo más que populismo

Pocos reparan en que Tsipras ya ha conseguido una victoria con la mera celebración del referéndum porque se han dado unas inéditas condiciones para que nadie osara evitarlo, como en 2011

Foto: El ministro alemán de Finanzas, Wolfang Schaeuble, representado en un cartel a favor del 'No'. (EFE)
El ministro alemán de Finanzas, Wolfang Schaeuble, representado en un cartel a favor del 'No'. (EFE)

Alexis Tsipras ha logrado ya lo que no consiguió Yorgos Papandréu en noviembre de 2011: convocar un referéndum para legitimar su negociación con la troika, no renunciar al propósito de celebrarlo y llegar a la fecha manteniendo la condición de primer ministro de la República Helénica de Grecia.

Con independencia del resultado de la consulta, el amotinamiento de Syriza contra el directorio europeo es histórico. Y se sintonice o no con las políticas de este partido con tan extraños compañeros de viaje como los ultranacionalistas y los filonazis, el análisis requiere de la objetividad suficiente para reconocer sin paliativos que el motín griego propulsado por Tsipras responde a algo más que a un rasgo populista de su política.

Cristaliza, creo, toda una potente corriente de opinión en Grecia y fuera de allí que ha encontrado en el líder heleno al hombre decidido y en las circunstancias favorables para desafiar por primera vez al poder del directorio europeo.

No basta recurrir al carácter populista de Syriza y de otras fuerzas -en la izquierda o en la derecha- para explicar el cuestionamiento de la Unión Europea y la política económica de la troika. Además de las responsabilidades griegas en la situación de su país -sin duda enormes- concurre también una cada día menor legitimación democrática y funcional de la Comisión, el BCE y el Fondo Monetario Internacional.

Sin un marco internacional, en términos de opinión pública y publicada, más poroso a admitir que desde Bruselas se ha actuado con despotismo, la capacidad de Tsipras para enfrentarse al estatus quo europeo hubiera sido menor y le habría ocurrido como a Papandréu. El primer ministro griego y su partido puede que terminen como todos los amotinados, en la horca o en el paredón de fusilamiento, pero el episodio del referéndum de mañana es el primero que incorpora una cierta épica en el escenario europeo y, particularmente, en el eurogrupo, en el que los acuerdos han sido sistemáticamente dictados conforme a un guión siempre redactado por muy pocas manos e intereses no siempre transparentes.

Que la situación de Grecia y su futuro sea desesperado y que el referéndum no vaya a arreglar nada de lo que no funciona en aquel país, no es obstáculo para considerar el plebiscito como el hito más sonoro, más impertinente y más retador de cuantos se han producido desde que echó a andar la moneda única y, desde luego, desde que se desató la crisis económica en 2007-2008.

Y antes o después tenía que llegar por irrealista que sea el movimiento de ficha griego y por estéril que resulte el reto a Bruselas. Porque a la capital de la Unión Europea este plebiscito le hace un tremendo daño político al subvertir de manera radical la metodología de adopción de las decisiones económico-financieras y establece un precedente de gran valor expansivo porque forma parte de la materialización de la quiebra de la democracia representativa para ensayar la directa, eso que en España -en donde las correspondencias de Syriza gobiernan Madrid y Barcelona, entre otras capitales- propugna Podemos y unas agrupaciones 'populares' que se niegan a ser etiquetadas como de 'extrema izquierda'.

Como ha escrito Pablo Iglesias con una claridad que causa perplejidad por su descaro (El País, de 29 de junio), esos ciudadanos quieren acceder al poder a través de nuevos receptáculos partidistas y, para lograrlo, no se situarán “en terrenos que nos alejen de una mayoría popular que no es de 'izquierdas' (como quizás nos gustaría), pero que quiere el cambio”.

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Sin una labor didáctica y divulgativa de los teóricos de los nuevos movimientos sociales, sin el surgimiento de potentes corrientes sociales 'indignadas', sin las consecuencias masivas de pobreza y desigualdad que ha dejado la crisis, el referéndum de Tsipras no se hubiera podido celebrar: sencillamente, la opinión pública europea no hubiera admitido ahora una operación como la de Papandréu que renunció al referéndum en 2011 y se retiró del Gobierno dejándolo en manos de un tecnócrata.

Tsipras lo sabía, como sabe que su decisión tiene un alto sentido simbólico y una mínima practicidad. Pero el motín griego era lo que necesitaban los movimientos sociales europeos que cuestionan a la troika para tomar cuerpo y disponer de una referencia consistente.

Es imprescindible que la clase dirigente, de izquierda y de derecha, que ha manifestado con claridad su hostilidad y desacuerdo con Tsipras, no incurra en el reduccionismo de interpretar la consulta helena como un gesto banal e irreflexivo de un político inexperto y fugaz. Su determinación tiene causas profundas y sus consecuencias serán importantes aunque el 'Sí' venza al 'No' en el plebiscito (lo que, por cierto, alteraría en muy poco la situación material de Grecia aunque tendría una gran relevancia política).

Los grandes vuelcos políticos se han producido en la historia por leer e interpretar mal el signo de los acontecimientos. Y es inquietante que pocos reparen en que Tsipras ya ha conseguido una enorme victoria con la mera celebración del referéndum porque se han dado unas inéditas condiciones internacionales para que nadie osara evitarlo como en 2011. Y todo este episodio histórico no se reduce a un ramalazo populista por reduccionista que pretenda ser el análisis canónico de la situación creada estas semanas en Europa.

Alexis Tsipras ha logrado ya lo que no consiguió Yorgos Papandréu en noviembre de 2011: convocar un referéndum para legitimar su negociación con la troika, no renunciar al propósito de celebrarlo y llegar a la fecha manteniendo la condición de primer ministro de la República Helénica de Grecia.

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