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De los silbidos a Piqué a la Tercera Vía
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José Antonio Zarzalejos

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De los silbidos a Piqué a la Tercera Vía

Ya no son tiempos para la lamentación sino para la espera paciente sentados en la bancada de los ingenuos. Toda posibilidad de recomposición se ha volatilizado. Después del 27-S, ya veremos

Foto: Piqué en Oviedo al final del partido. (EFE)
Piqué en Oviedo al final del partido. (EFE)

Escribía el domingo en su billete diario el director de La Vanguardia que “es evidente que aquellos que piensan que existe un marco para reconducir la situación de Catalunya desde el diálogo y las reformas políticas están condenados a sentarse en el bancada de los ingenuos”. Y seguía: “Ni siquiera el debate de las palabras parece posible. Avanzamos hacia el más dramático de los escenarios. Cualquier movimiento es interpretado como una concesión. Algunos olvidan que con sus intransigencias dejan huérfano a un amplio sector de la sociedad catalana que quisiera que alguien entendiera que sólo un movimiento en el cambio de agujas puede evitar el choque de trenes”. Màrius Carol está en lo cierto pero ya no son tiempos para la lamentación sino para la espera paciente sentados en la bancada de los ingenuos. Toda posibilidad de recomposición –aquí y ahora- se ha volatilizado. Después del 27-S, ya veremos.

Las sonoras pitadas a Gerard Piqué el sábado pasado en Oviedo mientras desempeñaba –al decir de todos de manera excelente- la posición de defensor central de la selección española frente a Eslovaquia –repetición de otras anteriores en León en el partido de España contra Costa Rica- no son anécdotas sino categorías. La sociedad española no catalana está tan cabreada como la nacionalista y la catalanista del Principado. Es algo diferente a la catalanofobia –que se corresponde históricamente con la hispanofobia allí- y se aproxima más al hartazgo por determinados hitos que han rebasado paciencias colectivas. La fenomenal pitada al himno nacional de España en el Camp Nou el pasado mes de mayo, ante el Rey, Urkullu y un sonriente Artur Mas, está en la raíz de los silbidos a Piqué. Son una expresión netamente política de rechazo a lo que el jugador representa. Y los públicos que atruenan contra el jugador catalán no son precisamente madrileños: leonés y asturiano. La opinión pública española no es de corcho.

La sociedad española no catalana está tan cabreada como la nacionalista y catalanista. Es algo diferente a la catalanofobia y se aproxima más al hartazgo

Existe la obligación patriótica de apelar al diálogo y sostener el discurso del consenso. Ayer lo hicieron –también en La Vanguardia y con buenos argumentos- Joan Rosell y José Luis Bonet (presidente de la CEOE y de la Cámara de Comercio de España, respectivamente) en un artículo titulado -¡qué ingenuidad!- “Nunca es tarde para el diálogo”. Hoy se presenta en Madrid la Asociación Tercera Vía que preside el notario catalán Mario Romeo. Son gentes catalanistas de concordia que quieren ser simultáneamente españoles y agrupar a ciudadanos de la derecha, de la izquierda, del centro, partidarios de reformas que acomoden de manera distinta a Cataluña en España. Al tiempo, en el PSOE y en el PSC se intenta transitar por tierra incógnita: González ha pasado de sugerir que el proceso soberanista se asemeja a la Italia o Alemania de los años treinta del siglo pasado a mostrar su acuerdo con la definición nacional de Cataluña en la Constitución, mientras las baronías territoriales socialistas mueven negativamente la cabeza y Pedro Sánchez ensaya jeribeques con la federalización del Estado.

La tesitura es de pulso, de medición de fuerzas, de desafío, de eso que con una metáfora repetida ad nauseam se ha denominado ''choque de trenes''

Estamos en un momento de polarización radical. Dramáticamente radical. Artur Mas está decidido a hacer trampa y contar diputados y no votos en unas elecciones que él mismo define como ¡plebiscitarias! y Rajoy –que nunca quiso manejar los hilos de la política en este asunto- se ha enrocado con García Albiol en un comportamiento –y hay que reconocerlo- que está en sintonía con sectores mayoritarios de la sociedad española que son los que justifican las pitadas a Gerard Piqué, que no entienden que juegue en la selección ¡española! y, además, no quieren que lo haga por sus manifestaciones públicas y de su club, el Barça, implicado hasta el cuello en el proceso secesionista. Al que prestan ayudas las fuerzas vivas –mediáticas o no- bajo el control de la Generalitat de Cataluña, la ANC, Òmnium Cultural y la Asociación de Municipios por la Independencia a la que ayer Barcelona decidió no adherirse gracias a la abstención de Barcelona en Común que tiene que pescar en caladeros electorales renuentes a la independencia burguesa de CDC que encarna Raül Romeva, el político ahora mejor valorado de Cataluña según la encuesta del pasado domingo de El Periódico de Catalunya.

Habrá, seguramente, negociación (no es fijo que se llegue a acuerdo alguno) tras las elecciones del 27-S. Pero puestas las cosas como están –y más que lo estarán después de la Diada del viernes que reclamará una República catalana a mayor gloria electoral y televisiva de la candidatura de Junts pel Sí- la tesitura es de pulso, de medición de fuerzas, de desafío, de eso que con una metáfora repetida ad nauseam se ha denominado “choque de trenes”. Tendría así razón Felipe VI cuando en julio le hizo confidencias a Miguel Ángel Revilla, el presidente cántabro, y le reconoció que la posición de Mas es “irreconducible”. Ciertamente lo es. Pero la de sus adversarios, también. Y saben silbar. Mientras, los ingenuos, seguimos en la bancada de los ídem, esperando a que se salvaguarde lo que más importa: la unidad de una España plural y la integridad territorial de un Estado descentralizado en nacionalidades y regiones, como se acordó –especialmente en Cataluña que la voto masivamente- en la Constitución de 1978.

Escribía el domingo en su billete diario el director de La Vanguardia que “es evidente que aquellos que piensan que existe un marco para reconducir la situación de Catalunya desde el diálogo y las reformas políticas están condenados a sentarse en el bancada de los ingenuos”. Y seguía: “Ni siquiera el debate de las palabras parece posible. Avanzamos hacia el más dramático de los escenarios. Cualquier movimiento es interpretado como una concesión. Algunos olvidan que con sus intransigencias dejan huérfano a un amplio sector de la sociedad catalana que quisiera que alguien entendiera que sólo un movimiento en el cambio de agujas puede evitar el choque de trenes”. Màrius Carol está en lo cierto pero ya no son tiempos para la lamentación sino para la espera paciente sentados en la bancada de los ingenuos. Toda posibilidad de recomposición –aquí y ahora- se ha volatilizado. Después del 27-S, ya veremos.

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