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Una lectura política de la renuncia de Alierta
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José Antonio Zarzalejos

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Una lectura política de la renuncia de Alierta

El aún presidente de Telefónica ha dado un golpe estratégico porque se va sin que nadie le haya empujado, colocando como su sucesor a un estrechísimo colaborador, Álvarez-Pallete

Foto: César Alierta durante la presentación de los resultados obtenidos en 2015 por Telefónica. (EFE)
César Alierta durante la presentación de los resultados obtenidos en 2015 por Telefónica. (EFE)

Quizás lo menos explicable (aunque entendible) y explicado de la renuncia de César Alierta a la presidencia de Telefónica, haya sido, no el por qué ni el cómo, sino el cuándo. O en otras palabras: qué razones han aconsejado al primer gestor empresarial de España a dejar sus responsabilidades justamente en este momento, con un Gobierno en funciones y en plena incertidumbre política, abiertas como están conversaciones para la formación de un nuevo Ejecutivo, después de más de cien días de arriesgada interinidad. En teoría, no parecía la actual la coyuntura más idónea para introducir en la vida económico-empresarial española una inquietud adicional a las muchas que concurren.

César Alierta no es sólo y todavía presidente de Telefónica, la primera compañía española y la más internacionalizada. Es también el cofundador y presidente del Consejo Empresarial para la Competitividad –reúne a las quince mayores empresas españolas y al Instituto de Empresa Familiar, representando a más del 35% del PIB nacional–; y la empresa que preside, y cuyo timón va a dejar, es una auténtica editora de medios de comunicación, impresos y televisivos. Por lo demás, la actividad de Telefónica, a través de su amplia gama de recursos en el ejercicio de su responsabilidad social corporativa, es muy relevante en el campo de la cultura y la investigación. Y en términos de país, la empresa de telefonía española ha sido y es –con otras del sector financiero (Santander y BBVA, principalmente) y del sector energético (Iberdrola y Repsol, junto con otras de menor dimensión)– un potente agente de la llamada “diplomacia económica” española.

La versión menos canónica pero más real de la elección del cuándo de la renuncia de César Alierta remite a una lectura política. El presidente de Telefónica es todavía el hombre con más poder no institucional del país. Y lo ha ejercido durante tres largos lustros salvando numerosos y grandes obstáculos, hasta lograr configurar a su persona en el imaginario colectivo como una referencia de autoridad e influencia a todos los niveles, especialmente político y mediático. Una personalidad de características tan acusadas no podía esperar a que ocurra lo que quizás su renuncia parece descontar: que se instalase en España a muy corto plazo un gobierno de izquierdas –quizás con miembros de Podemos– que le dificultase su labor o, directamente, que pretendiese su descabalgamiento.

Es cierto que los gobiernos ya no ponen y quitan primeros ejecutivos en compañías diversificadas, con accionistas potentes (fondos internacionales) y muy vigiladas en términos de eficiencia y gobernanza por los mercados. Pero los Ejecutivos disponen de muchos recursos respecto de empresas reguladas –en todo o en parte– como es Telefónica. A Alierta le propulsó Rodrigo Rato a principios de siglo y el aragonés supo, además de superar la gestión de los dos gobiernos del PP (1996-2004) –que se consideraban “amigos”–, superar los de Rodríguez Zapatero (2004-2011), empleando para ello una transversalidad que permitió un consejo de administración muy cromático ideológicamente y una gestión políticamente versátil. Pero lo que está por venir –cuyo germen hay que localizar en la abdicación de Don Juan Carlos en junio de 2014 y en el fallecimiento repentino de Emilio Botín en septiembre de ese mismo año– es un tiempo completamente nuevo en el que César Alierta ya no dispondría del radio de acción del que ha venido disfrutando.

La marcha de Alierta supone que la capitanía empresarial en España queda vacante a la espera de que nuevas generaciones de gestores asuman el reto

El aún presidente de Telefónica ha dado un golpe estratégico porque se va sin que nadie le haya empujado –aunque tenía en el calendario algunos hitos complicados como la próxima y no fácil renovación del Consejo-, a una edad en la que ya hay demanda social de retiro para los primeros ejecutivos, colocando como su sucesor a un estrechísimo colaborador (Álvarez-Pallete), reservándose la presidencia ejecutiva de la Fundación Telefónica y una vocalía en el Consejo de Administración y dejando caer –salvo sorpresa mayúscula– el Consejo Empresarial para la Competitividad que, sin su presidencia y sin el empuje en su momento de Emilio Botín, se ha convertido en una patata caliente que seguramente nadie querrá manejar. No parece que hagan falta mayores explicitaciones sobre lo que todo esto supone. Ni la repercusión de la marcha de Alierta sobre el ámbito mediático español respecto del que Telefónica opera por dos vías: como accionista de medios y como gran maquinaria publicitaria y patrocinadora.

Con Alierta –y antes con el Rey emérito y con el que fuera el gran protagonista de la gestación del Santander como banco de dimensión mundial– se va una época y lo hace de manera irremisible. Se va para lo malo, pero también para lo bueno. El empresariado en España –como el sindicalismo– no atraviesa por sus mejores momentos ni de reputación ni de autoestima. Los empresarios en general son poco audibles; no son transformativos de una realidad social que les requiere para superar sus hándicaps. La marcha de Alierta, que nunca fue un gestor comunicativo pero que sin decir hacía, supone que la capitanía empresarial en España queda vacante a la espera de que nuevas generaciones de gestores asuman el reto en un país extremadamente cansado y casi patológicamente escéptico.

Quizás lo menos explicable (aunque entendible) y explicado de la renuncia de César Alierta a la presidencia de Telefónica, haya sido, no el por qué ni el cómo, sino el cuándo. O en otras palabras: qué razones han aconsejado al primer gestor empresarial de España a dejar sus responsabilidades justamente en este momento, con un Gobierno en funciones y en plena incertidumbre política, abiertas como están conversaciones para la formación de un nuevo Ejecutivo, después de más de cien días de arriesgada interinidad. En teoría, no parecía la actual la coyuntura más idónea para introducir en la vida económico-empresarial española una inquietud adicional a las muchas que concurren.

César Alierta Noticias de Telefónica José María Álvarez Pallete Consejo Empresarial de la Competitividad