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Ante la tentadora y galopante crisis de Podemos
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José Antonio Zarzalejos

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Ante la tentadora y galopante crisis de Podemos

Podemos ha entrado en barrena. La evaporación de sus siglas en Galicia es una ruptura interna grave y acredita que allí, en Valencia y en Cataluña las confluencias tienen vocación territorial

Foto: Pablo Iglesias en una de sus últimas apariciones públicas. (Reuters)
Pablo Iglesias en una de sus últimas apariciones públicas. (Reuters)

El PSOE se ha replegado sobre sí mismo e introducido en una espiral de silencio desde la que sólo emite una expresión: “no es no”. Nadie -ni barones ni personalidades del entorno de Sánchez- se sale un ápice de la negativa a la investidura de Rajoy y se evita incluso a los medios para sortear la posibilidad de lapsus o contradicciones. Los socialistas están anclados en el no al presidente en funciones sin que la posibilidad de un acuerdo entre el PP y Ciudadanos fragilice -al menos públicamente- su posición reactiva por inverosímil que resulte ya que han renunciado a construir una alternativa a la opción entre populares y naranjas. No parece importar a los líderes del PSOE que los puntos de negociación entre Rajoy y Rivera hayan sido extraídos del acuerdo que Sánchez suscribió la legislatura pasada con el dirigente catalán.

Sin embargo, en Ferraz bizquean. Por una parte miran con aprensión preocupada la posición del PSOE en una próxima -o no tan próxima- sesión de investidura. Por otra, observan la crisis de Podemos. Ambos procesos están íntimamente relacionados. Una abstención que facilitase a Rajoy la presidencia del Gobierno supondría, de entrada, entregar a Podemos una gran baza dialéctica y una mejor posición en el tablero político. Mantenerse en el no al presidente en funciones comporta asumir un alto coste de responsabilidad en unas posibles terceras elecciones, pero también -según los estrategas de Sánchez- la oportunidad de competir de nuevo y ventajosamente con UP cuando los morados se encuentran en su peor situación.

Hubo un momento en el que el PSOE pudo haber reclamado un trofeo para justificar su colaboración activa a la gobernabilidad de España: la cabeza de Rajoy. Ahora semejante baza está fuera de su alcance por tres razones: 1) El PP, con Rajoy, mejoró sensiblemente el 26-J los resultados del 20-D, mientras que el PSOE los empeoró, 2) En la organización popular, al menos públicamente, nadie cuestiona el liderazgo de Rajoy y 3) El presidente en funciones ha adquirido una condición institucional al ser el propuesto por el Rey como candidato. Podría añadirse una cuarta razón: Ciudadanos ha desistido de su veto al político gallego y negociará su investidura si se aceptan sus condiciones y se fija de inmediato fecha a la sesión del Congreso para intentarla.

Los socialistas saben que las 11 abstenciones que, en segunda votación, precisa Rajoy para ser investido deben salir del grupo parlamentario del PSOE. Aunque digan lo contrario, la “afinidad” del PP con los independentistas catalanes y EH-Bildu es inexistente (como la de los propios socialistas), en tanto la que pudieran tener con el PNV resulta especialmente problemática, además de ser insuficiente, en puertas de las autonómicas vascas del 25 de septiembre. En el PSOE la conciencia de que, o ceden o vamos a terceras elecciones, es muy lúcida. Pero comienza a cundir la impresión de que recurrir por tercera vez a las urnas no le resultaría al PSOE tan negativo como parecería: la izquierda española ha asumido que Iglesias cometió en la anterior legislatura un error histórico al impedir un gobierno de Sánchez con Ciudadanos.

Podemos ha entrado en barrena. Pablo Iglesias presa, al parecer, de una depresión política poselectoral fruto del duro revés que sufrió Unidos Podemos el 26-J está desaparecido desde el pasado día 28 de julio y sólo se tiene noticia suya a través de las redes sociales. La evaporación -ya prácticamente irreversible- de las siglas de Podemos en Galicia (se diluirán En Marea) supone una ruptura interna de enorme gravedad y acredita que tanto allí como en Valencia (Compromís hace la vida por su cuenta) y Cataluña las confluencias tienen una clara vocación territorial, un afán de autonomía radical y alientan una tensión centrífuga respecto de los órganos “centrales” de Podemos.

En Cataluña, la nueva dirección de los morados -elegida en unas primarias tensas- la encabeza un crítico con Pablo Iglesias y afecto a las tesis de Ada Colau: Albano Dante Fachin. El granero catalán de los morados podría pasar a manos de una formación liderada por la alcaldesa de Barcelona. Y, además, ese traspaso podría ser inmediato: si la CUP no concede su confianza a Puigdemont el 28 de septiembre, el Principado irá indefectiblemente a otras elecciones en las que cuajará la nueva opción de la regidora barcelonesa. Por otra parte, en el País Vasco, Podemos ha confundido los términos de la cuestión estratégica que allí se dirime y en vez de ofrecerse como alternativa al 'statu quo' ha apostado por una figura -Pilar Zabala- para hacer descarrilar definitivamente a una izquierda abertzale que pretende comparecer con el inhabilitado y amortizado Arnaldo Otegi.

A esta situación crítica de Podemos deben unirse otras variables igualmente negativas: no es seguro que en unas terceras elecciones Izquierda Unida (Alberto Garzón) fuese en coalición con los de Iglesias tras los pésimos resultados del 26-J, una decisión que ha quebrado la cohesión de la dirección de los populistas entre “pablistas” y “errejonistas”. Pablo Echenique, el número tres del partido, hombre de Iglesias que sustituyó a Sergio Pascual muy próximo a Iñigo Errejón, ha cosechado, además, dos fracasos consecutivos: de una parte, en su reputación al acreditarse irregularidades en la contratación de su asistente, y de otra, en su capacidad gestora, al haber fracasado en hacer valer las tesis de Podemos en Galicia.

La crisis galopante de Podemos es muy tentadora para el PSOE por más que encierre también el enorme riesgo de arrostrar la responsabilidad de mantenerse en el no a Rajoy y propiciar así unas terceras elecciones en las que su electorado tendría que entender el carácter táctico del posicionamiento de un Sánchez que medita estas opciones sin apariciones públicas desde el pasado día 2. Demasiado tiempo como para suponer que en Ferraz se están dejando transcurrir los días sin urdir una estrategia que ponga a salvo al PSOE del salto al vacío al que parece dirigirse. Para unos y para otros, España y sus ciudadanos son los que pueden esperar. La gran cuestión: ¿hasta cuándo?

El PSOE se ha replegado sobre sí mismo e introducido en una espiral de silencio desde la que sólo emite una expresión: “no es no”. Nadie -ni barones ni personalidades del entorno de Sánchez- se sale un ápice de la negativa a la investidura de Rajoy y se evita incluso a los medios para sortear la posibilidad de lapsus o contradicciones. Los socialistas están anclados en el no al presidente en funciones sin que la posibilidad de un acuerdo entre el PP y Ciudadanos fragilice -al menos públicamente- su posición reactiva por inverosímil que resulte ya que han renunciado a construir una alternativa a la opción entre populares y naranjas. No parece importar a los líderes del PSOE que los puntos de negociación entre Rajoy y Rivera hayan sido extraídos del acuerdo que Sánchez suscribió la legislatura pasada con el dirigente catalán.

Pablo Echenique Pedro Sánchez