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No apelemos a la benevolencia de Artur Mas, sino a su propio interés
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Álvaro Anchuelo

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No apelemos a la benevolencia de Artur Mas, sino a su propio interés

Hace pocas semanas, Grecia quiso votar “democráticamente” lo que tenían que hacer tanto Alemania como el conjunto de Europa. No parece que el experimento heleno haya terminado bien

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(Reuters).

Los economistas hemos introducido en el debate social elementos que facilitan el análisis racional de los supuestos agravios que sufre Cataluña y de las hipotéticas ventajas que conllevaría su independencia.

Los agravios se han construido mediante una tergiversación de las balanzas fiscales. Los argumentos económicos que desmontan dicha manipulación son numerosos. Por un lado, no pagan impuestos, ni se benefician del gasto público, las Comunidades Autónomas (los territorios), sino los individuos. Resulta lógico, por tanto, como consecuencia de un Estado del Bienestar redistribuidor, que las Comunidades con una renta per capita alta aporten más de lo que reciben; lo poco equitativo y discriminatorio sería lo contrario. Por otro lado, las ventajas para una Comunidad Autónoma de formar parte de España no se reducen a su saldo fiscal. Además de ventajas no económicas, hay otras económicas ajenas a las cuentas públicas (como vender sus bienes y servicios libremente en el resto del territorio nacional, o recibir de él sin trabas ahorro y trabajadores). Finalmente, no es posible calcular las balanzas fiscales regionales de forma inequívoca. Tanto los ingresos como los gastos públicos son difícilmente “territorializables” sin realizar supuestos que condicionan fuertemente el resultado. Mucho hay que torturar la realidad, eso sí, para que confiese la cifra de 16.000 millones de déficit (que se ha convertido en el mito nacionalista).

El principal mercado es el resto de España. Cataluña vende más a Aragón que a Francia o Alemania, y disfruta de un superávit equivalente al 10% de su PIB

En cuanto a las supuestas ventajas económicas de la independencia, sus bases reales son igual de endebles. El principal mercado para los productos catalanes es el resto de España. Supera en importancia tanto al resto de la UE como al resto del mundo.Cataluñavende más a Aragón que a Francia o Alemania. En esos intercambios comerciales con el resto de España, Cataluña disfruta de unenorme superávit(del que nunca hablan los nacionalistas), equivalente al 10% de su PIB. La secesión y la salida de la UE perjudicarían gravemente esos intercambios, tanto con el resto de España como con Europa. Lainversión extranjerase resentiría también (ya ha comenzado a hacerlo): las grandes empresas se deslocalizarán de un territorio que se desgaje de sus principales mercados y sufra inestabilidad institucional. Todo esto, por supuesto,perjudicaría fuertemente alempleo.

Tampoco en el caso de las cuentas públicas el cuento de la lechera nacionalista se materializaría. Todo lo contrario. Menos actividad económica y menos empleo implican una disminución de los ingresos públicos. La sostenibilidad de las pensiones empeoraría; el déficit público aumentaría. Como sería imposible emitir deuda para financiarlo (ya lo es hoy sin el aval del Estado), resultaría inevitable un fuerte y brusco recorte del gasto público. En esas circunstancias, otras situaciones extremas, como las retiradas de efectivo de la banca y el consiguiente corralito (salir de la UE conlleva no estar tampoco en el euro, ni recibir asistencia del BCE)… se convierten en altamente probables.

Sin embargo, existe otra aportación al análisis de la estrategia secesionista catalana que los economistas podemos realizar y que se ha explorado mucho menos. Se trata del papel que desempeñan los incentivos en la toma de decisiones de las personas. Según la metodología económica, éstas (incluyendo a los dirigentes nacionalistas catalanes) actúan en función de su propio interés. ¿Qué incentivos les han llevado a optar por la vía secesionista? Sería importante entenderlos, pues un buen diagnóstico nos aclararía cómo responder al desafío.

Analizando los últimos años, la deriva secesionista es fácil de comprender. Cataluña ha sido golpeada duramente por la crisis económica. En el caso catalán, sus dirigentes (nacionalistas durante décadas) han tenido enormes responsabilidades en la génesis de los problemas. Ocultaron facturas en los cajones, llevando la Comunidad que gestionaban a una situación en la que no podía emitir nueva deuda, ni hacer frente al gasto autonómico (en sanidad, educación, servicios sociales, sueldos de los funcionarios…). Por no hablar de su destacada actuación como parte del saqueo generalizado de las Cajas de Ahorros.

Analizando los últimos años, la deriva secesionista es fácil de comprender. Cataluña ha sido golpeada duramente por la crisis económica

Lo normal habría sido que todo esto les pasase una elevada factura. El reprochable asedio al Parlament indicó que esa era la deriva probable. En ese contexto, los incentivos para desviar la atención y buscar un responsable exterior de todos los problemas son evidentes. Si había recortes, crisis, desempleo… la única causa era la explotación a la que el resto de España sometía a Cataluña. Terminar con ella supondría, por tanto, entrar en el reino de Jauja. ¡Hasta la esperanza de vida será mayor en esa Arcadia feliz!

Los incentivos para transitar por ese camino se extendían al conjunto de la sociedad catalana. Resulta, desde luego, mucho más cómodo que hacer autocrítica, asumir las propias responsabilidades y reconocer los errores.

Curiosamente, el odiado pero incauto enemigo exterior ha facilitado la estrategia secesionista. El Estado supuestamente opresor acudió al rescate de las finanzas autonómicas (mediante los mecanismos extraordinarios de liquidez, de los que Cataluña ha sido la mayor beneficiaria) y de las cajas catalanas con decenas de miles de millones de euros, sin ni siquiera exigir una mínima condicionalidad. Eso no impidió a los políticos nacionalistas manifestar su indignación ante el nuevo agravio de que el rescate no fuese aún más rápido o mayor.

Esto enlaza bien con el análisis de los incentivos nacionalistas en las últimas décadas, desde la transición democrática. Ésta se basó en el pacto. Los distintos partidos renunciaron a sus programas máximos. No fue el caso de los nacionalistas. Ellos no han renunciado nunca a nada esencial, sólo han diferido en el tiempo el logro de sus objetivos. La Constitución, al permitir la transferencia a las Comunidades Autónomas incluso de las materias de titularidad estatal (vaciando así de contenido las competencias exclusivas del Estado), renunció a diseñar un modelo estable. Los nacionalistas sólo han tenido que esperar a que sucesivos gobiernos centrales hayan estado dispuestos a ir cediendo competencias estatales a cambio de apoyos puntuales que les permitiesen seguir algún tiempo en el poder.

Por ello, los nacionalistas se han enfrentado siempre a negociaciones win-win (gano o gano). Sus incentivos les han empujado siempre a demandar más y más (como el propio apellido de su líder clama de forma coherente). En el mejor de los casos, obtendrán todo lo que pidan; en el peor, parte (el resto se dejará para más adelante). El escenario actual encaja de nuevo en este modelo. Si sale bien su plan, se independizan; si sale mal, se conformarán de momento con más competencias y una financiación privilegiada.

Sólo difieren sus objetivos. Si sale bien su plan, se independizan; si sale mal, se conformarán por ahora con más competencias y una financiación privilegiada

Si se acepta este diagnóstico, de él se deriva el tratamiento. Por desgracia, los secesionistas sólo cederán si calculan que los costes de continuar la senda elegida superan a los beneficios. Los costes colectivos están ahí, se han señalado al inicio del artículo (salir de la UE, del euro, efectos negativos sobre el empleo y un panorama de enorme inestabilidad). Pero serán ineficaces, mientras no afecten directamente de alguna forma a los que toman las decisiones, poniendo en riesgo su poder y cambiando los incentivos que les empujan hacia la secesión. Ojalá esto aún sea posible sin que la sociedad catalana y el conjunto de la española tengan que sufrir traumáticas consecuencias.

Hace pocas semanas, Grecia quiso votar ella sola “democráticamente” lo que tenían que hacer tanto Alemania como el conjunto de Europa. El gobierno griego aseguró a sus ciudadanos que tal desafío solo tendría ventajas para ellos. No parece que el experimento haya terminado bien, ni siquiera en el caso de un Estado soberano.

No es un destino semejante el que deseamos para nuestros conciudadanos catalanes, ni para el resto de los españoles (pues la secesión nos perjudicaría a todos). Hagamos el máximo esfuerzo para evitarlo, sin desdeñar las enseñanzas de Adam Smith. Parafraseándole, en último término no esperemos la salvación de la benevolencia de Artur Mas, sino de su propio interés.

Los economistas hemos introducido en el debate social elementos que facilitan el análisis racional de los supuestos agravios que sufre Cataluña y de las hipotéticas ventajas que conllevaría su independencia.

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