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Adaptarse en tiempo de crisis
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Jorge Dezcallar

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Adaptarse en tiempo de crisis

Hay tres elementos que deberán ser tomados en consideración este fin de semana en Varsovia: la retirada de EEUU, el Brexit​ y la ola de ataques terroristas que padecemos

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Este fin de semana se reúnen en Varsovia los jefes de Estado y de Gobierno de los 28 países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte para discutir sobre la seguridad europea y las necesidades de la Alianza en un contexto geopolítico en cambio acelerado. Kissinger, realista donde los haya, afirma que nunca ha habido un "orden internacional" y es cierto, pues, como apunta Nye, en el momento de mayor poderío norteamericano, al terminar la Segunda Guerra Mundial, Stalin acabó con el monopolio nuclear de Washington y Mao instauró una férrea dictadura comunista en China.

Pero al menos había "arreglos diplomáticos" que duraban cierto tiempo y garantizaban un orden relativo. Eso hizo el Congreso de Viena durante 100 años (con sobresaltos, como el nacimiento de una Alemania dominada por Prusia o la caída del imperio francés), hasta que la Gran Guerra puso el continente patas arriba haciendo saltar por los aires a cuatro imperios de una tacada. En 1945, conferencias en Postdam, El Cairo, Teherán, San Francisco y Bretton Woods, con sus secuelas de Guerra Fría, bipolaridad, equilibrio nuclear y destrucción mutua asegurada, nos han dado otros 50 años de paz solo turbada en zonas periféricas como Corea o Vietnam. Posteriormente, hubo 10 años de hegemonía norteamericana (el 'fin de la historia' de Fukuyama), que acabaron con los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 que mostraron la vulnerabilidad de los EEUU y los enfangaron en dos guerras que no pudieron ganar y que han mostrado ante el mundo los límites de su poder.

El poder se ha desplazado de norte a sur y de este a oeste. Europa y Norteamérica parecen destinadas a acercarse cada vez más para defender sus intereses

Hoy todo parece indicar que vamos hacia un mundo multipolar marcado por el ascenso de nuevos actores, como China, que exigen otro reparto del poder a escala mundial. Si en 1960 Estados Unidos y Europa tenían el 60% del PIB mundial (con otro 10% de Japón), hoy apenas alcanzamos el 50% (el G-7 solo reúne hoy el 47% del PIB, y por eso ha habido que recurrir al G-20, que alcanza el 85%).

El poder ha cambiado de manos y se ha desplazado de norte a sur y de este a oeste. En este mundo globalizado, Europa y Norteamérica parecen destinadas a acercarse cada vez más para defender sus intereses y unos valores que nos han hecho lo que somos (democracia representativa, derechos humanos, Estado de derecho, economía de mercado, libertad de expresión, de asociación, igualdad de género...), pero que no son necesariamente compartidos en otras latitudes con diferentes tradiciones culturales, que acusan al actual 'orden mundial' de estar teñido de eurocentrismo. No falta mucho tiempo para que China diga, por ejemplo, cómo le gustaría organizar la convivencia internacional del futuro, y es muy probable que eso pase por profundas reformas de los actuales órganos de gestión de crisis o por su sustitución por otros que reflejen mejor el actual reparto de poder.

La retirada de EEUU refleja el hartazgo de la población ante la pinza de guerras exteriores incomprensibles y una crisis económica que ha golpeado a la clase media

En el caso europeo, hay tres elementos que deberán ser tomados en consideración en Varsovia: la retirada de los Estados Unidos, el Brexit y la ola de ataques terroristas que padecemos. El primero lo enunció Obama en una conferencia en West Point y refleja el hartazgo de la población norteamericana ante la pinza de guerras exteriores incomprensibles y una crisis económica que ha golpeado con especial dureza a la clase media, algo que ha aprovechado bien el populismo que arranca del Tea Party y llega a Donald Trump. La gente desea que los recursos se dediquen a mejorar el empleo, las infraestructuras, las escuelas y hospitales... en lugar de gastarlo en guerras que se han tragado tres billones de dólares desde 2001.

Eso significa que Washington va a dejar de ser el gendarme de un mundo que tampoco parece comprender: en Irak bombardeó y ocupó, y fue un desastre; en Libia bombardeó (pero menos) y no ocupó, y fue otro; finalmente, en Siria no hizo ni lo uno ni lo otro, y a la vista están los resultados. Y, además, nadie les agradece el esfuerzo. Están hartos de poner siempre ellos los muertos y desean compartir con otros el esfuerzo con coaliciones 'ad hoc', liderando 'desde atrás' y repartiendo costes. No es aislamiento, porque sus intereses planetarios lo impiden y porque además se reservan el derecho de intervenir siempre que vean afectados sus intereses nacionales.

Esta política se completa con el deseo de prestar más atención a Asia y a la cuenca del Pacífico, hacia donde se desplaza el centro económico del planeta, un giro que se habría hecho con más rapidez de no haber interferido la política de Rusia, el Brexit y el desorden generalizado que se ha apoderado de Oriente Medio tras la invasión norteamericana de Irak y el estallido en varios países de una Primavera Árabe preñada de esperanzas y hoy convertida en mustio otoño que ha liberado viejos problemas étnicos, tribales y religiosos, no resueltos y amordazados durante años por las dictaduras. La consecuencia inmediata de esta política de retirada (Obama la ha llamado de 'retrenchment' en una reciente entrevista con Jeffrey Goldberg) es un vacío de poder en Europa y en Medio Oriente que pone nerviosa a mucha gente y que está siendo inteligentemente aprovechado por algunos, no siempre con buenas intenciones.

En la UE, perdemos a un socio con asiento permanente en el Consejo de Seguridad y al que es el mejor ejército europeo, dotado de arsenal nuclear

Otro elemento a considerar es el resultado del referéndum en el Reino Unido, que ha sumido a Europa en desolación y a Reino Unido en la perplejidad de un país dividido por barreras de edad, de educación y de identidad nacional. Un resultado que hace mucho daño a una Europa en crisis política, económica, institucional y de liderazgo, y en la que ganan terreno grupos populistas que ofrecen respuestas simplonas a problemas complejos y que encuentran terreno abonado en poblaciones dañadas por la crisis, con miedo a perder su nivel de vida y que piensan que las autoridades de Bruselas no saben gestionar bien ni las fronteras ni la seguridad... olvidando que lo que hace Bruselas es únicamente lo que los Estados miembros le permiten hacer.

Pero si el resultado británico nos ha caído como una bomba, peor ha caído al otro lado del Canal de la Mancha, desatando los nervios en Escocia, donde están las bases militares más importantes de Reino Unido. Edimburgo, donde el voto fue mayoritariamente a favor de la opción de 'remain', ya habla de convocar otra consulta para separarse del Reino Unido. Con el agravante de que en la UE perdemos a un socio con asiento permanente en el Consejo de Seguridad y al que sin duda es el mejor ejército europeo, dotado de arsenal nuclear. No en vano, la cooperación franco-británica ha sido la espina dorsal de nuestras capacidades militares. Por eso es importante que en Varsovia los británicos reafirmen su compromiso con la seguridad del continente y con el artículo 5 del Tratado de la OTAN, que prevé un mecanismo automático de ayuda mutua en caso de agresión a algún país miembro y que Francia invocó por vez primera tras los atentados terroristas de noviembre.

Desde el punto de vista externo, dos son las grandes amenazas que se ciernen sobre Europa: la política de Rusia y la desestabilización en la cuenca mediterránea

La cumbre tiene lugar en un contexto en que Europa está amenazada por factores externos e internos. Si antes algunos temían una Europa excesivamente fuerte, hoy el riesgo es que sea muy débil (lo que quizá no disguste en Moscú) y que de ser un polo de estabilidad se pueda convertir en un factor de riesgo. Desde el punto de vista externo, dos son las grandes amenazas que se ciernen sobre nuestro continente desde el este y el sur: la política de Rusia y la desestabilización en buena parte de la cuenca mediterránea.

El nacionalismo revisionista de Putin añora la vieja URSS y pretende establecer una zona de influencia en Europa Central, no dudando en desestabilizar a Ucrania para frenar su aproximación a la UE, mientras se atribuye el derecho de redibujar las fronteras europeas con la ilegal anexión de Crimea. Esa política, que le da mucha popularidad, ha sido contestada con sanciones que acaban de ser renovadas, aunque no parece que vayan a hacerle cambiar de actitud. Por eso, el hecho de que la OTAN se reúna en Varsovia envía una potente señal de apoyo a Polonia y a los países bálticos, que son los que se sienten más directamente amenazados, y por eso también se han establecido en ellos fuerzas rotatorias de carácter disuasorio.

Por el sur nos amenazan las guerras en varios países, traducidas en miles de personas que huyen de sus miserias sin que hayamos sabido diseñar una política común, y el terrorismo de Al Qaeda y del Estado Islámico, que subliman las derrotas que sufren sobre el terreno con asesinatos a mansalva en Bruselas, París o Estambul. Por no hablar del riesgo que supone la proliferación de estados fallidos, alguno tan cercano como Libia, o la expansión de Al Qaeda por el Sahel y del Estado Islámico por la costa del norte de África, amenazando con más terrorismo y con más refugiados.

La OTAN sigue siendo nuestro principal instrumento de defensa colectiva, pero necesita adaptarse a estos retos actualizando objetivos, medios y capacidades

Frente a estas amenazas, es suicida pensar que aquí estamos a salvo de todo, o que si las cosas vienen mal dadas, alguien vendrá a sacarnos las castañas del fuego, como sucedió con las dos guerras mundiales, porque los americanos ya no están por la labor y los europeos solos no podemos, como se demostró durante la guerra de Libia.

Hoy, la OTAN sigue siendo nuestro principal instrumento de defensa colectiva, pero necesita adaptarse a estos nuevos retos actualizando objetivos, medios y capacidades para dotarse de instrumentos contra el ciberterrorismo, que será un componente importante de cualquier guerra futura; dar mayor eficacia a nuestra presencia naval en el Mediterráneo; hacer más ágiles nuestras fuerzas de despliegue rápido; reforzar a amigos mediterráneos como Marruecos, Jordania o Túnez, o mejorar nuestras capacidades de gestión de crisis... Todos estos asuntos y otros necesitan atención en Varsovia porque Europa, orgullosa del Estado de bienestar que muchos con razón nos envidian, no está rodeada de seres seráficos sino de lobos al acecho dispuestos a darnos una dentellada. Y el 'buenismo' no es una respuesta. Hay que estar preparados y eso exige un esfuerzo por nuestra parte, aunque no sea popular recordarlo en tiempos de crisis.

Este fin de semana se reúnen en Varsovia los jefes de Estado y de Gobierno de los 28 países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte para discutir sobre la seguridad europea y las necesidades de la Alianza en un contexto geopolítico en cambio acelerado. Kissinger, realista donde los haya, afirma que nunca ha habido un "orden internacional" y es cierto, pues, como apunta Nye, en el momento de mayor poderío norteamericano, al terminar la Segunda Guerra Mundial, Stalin acabó con el monopolio nuclear de Washington y Mao instauró una férrea dictadura comunista en China.

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