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Desde Rusia con poco amor
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Jorge Dezcallar

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Desde Rusia con poco amor

Vladimir Putin, como muchos rusos, considera una tragedia la desaparición de la URSS y trata de recuperar para su país el rango de gran potencia que perdió en 1991

Foto: El presidente de Rusia, Vladimir Putin. (Reuters)
El presidente de Rusia, Vladimir Putin. (Reuters)

El pasado 25 de diciembre, hace apenas una semana, se ha cumplido un cuarto de siglo de la desaparición de la Unión Soviética. A Mijail Gorbachov se le escapó el invento de las manos, a pesar de haber recibido el premio Nobel de la Paz por una transición que no salió como él deseaba. La implosión de la URSS fue un acontecimiento de alcance global porque supuso el fin del comunismo, el fin de la bipolaridad y de la "destrucción mutua asegurada" y también el fin del imperio soviético, engullido por el mismo siglo XX que ya antes había acabado con los imperios zarista, otomano, austro-húngaro, alemán y, aunque de forma menos dramática, también con el británico y el francés tras el proceso descolonizador impuesto por Washington.

La Unión Soviética podía haber acabado de varias maneras: con un regreso al pasado comunista si el golpe de Estado de agosto de 1991 hubiera tenido éxito, pues aún hoy el 55% de los rusos recuerda a Breznev con admiración, frente al apenas 22% que tiene buena opinión de Gorbachov; también podría haber terminado con un baño de sangre que hubiera dejado chico al de Yugoslavia; quizás habría podido conducir a un mundo feliz en el que Rusia abrazara la democracia representativa y se integrara como un factor positivo en la geopolítica mundial, o, finalmente, la URSS se podría haber desintegrado silenciosamente sin dejar mayor huella en la historia.

Pero la disolución de la Unión Soviética no siguió ninguno de estos caminos, pues fue una mezcla de varios, y aunque Gorbachov la puso en marcha, poco pudo hacer para evitarla pues se hallaba preso en su residencia del Mar Negro cuando se produjo el golpe de Estado comunista de agosto, que le dejó muy tocado, e impotente cuando los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia (Yeltsin, Kravchuk y Shuskevich) se reunieron en Belavezha el 8 de diciembre de 1991 y declararon disuelta la URSS en favor de una vaga Comunidad de Estados Independientes, que luego se buscaría reforzar y ampliar con la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva y la Unión Aduanera Euroasiática. El día 25 de diciembre del mismo año dimitió el Gobierno y de la vieja Unión Soviética surgieron 15 países, aunque Rusia ha logrado mantenerse como una federación a caballo entre dos continentes, un país de descomunal tamaño que se extiende a lo largo de 10 husos horarios, desde Kaliningrado hasta Vladivostok, y que, como dice Kissinger, tiene dos almas, la europea y la asiática, y no acaba de estar cómodo con ninguna de las dos.

Gorbachov fracasó porque intentó reformar al mismo tiempo la política y la economía, darle al país libertad política y economía de mercado al mismo tiempo

Gorbachov fracasó porque intentó reformar al mismo tiempo la política y la economía, darle al país libertad política y economía de mercado al mismo tiempo. Visitó Beijing en 1989 e intentó convencer a sus interlocutores de las ventajas de su propuesta, pero los líderes chinos le miraron como a un iluminado e impidieron que su discurso se difundiera. Solo un par de semanas más tarde, Deng Xiaoping lanzó las tropas contra millares de pacíficos manifestantes en la plaza de Tiananmen causando centenares de muertos, en su mayoría estudiantes que querían que China copiara a Rusia. Tiananmen fue una salvajada, pero Deng tenía razón en temer una desestabilización, y la prueba es que 25 años más tarde el Partido Comunista Chino mantiene un férreo control sobre el país y la URSS es solo un recuerdo.

Gorbachov fracasó porque se topó con los intereses de importantes grupos de poder nacidos durante la época comunista en torno al Ejército, las cooperativas agrícolas y el tejido empresarial público, no dispuestos a perder privilegios y a abandonar la tradición rusa de autoritarismo y centralismo. Además, se encontró con una gravísima crisis económica que no logró controlar y que obligó poco después a Yeltsin a recortes presupuestarios y a subidas de precios que provocaron la ruina de muchos millones de rusos y el enriquecimiento fulgurante de algunas decenas de empresarios inmorales en torno al Kremlin.

Rusia es hoy un régimen nacionalista y autoritario en el que la economía de mercado convive con recortes de libertades, eliminación de opositores políticos y control de toda forma de disenso, en un clima de rampante corrupción. La economía rusa lo ha hecho aún peor, pues tiene una dimensión similar a la española (3% del PIB mundial), sus exportaciones son materias primas (gas y petróleo) en un 63% y la esperanza de vida ha descendido desde 63 años a 56. Por eso, Obama habla de Rusia como un poder menor, que saca pecho pero no intimida.

Putin se ha encontrado con la involuntaria ayuda de europeos y de norteamericanos, que hemos excitado sus sentimientos de agravio y su nacionalismo

Pero eso está cambiando muy deprisa con Vladimir Putin, que, como muchos rusos, considera una tragedia la desaparición de la URSS y trata de recuperar para su país el rango de gran potencia que perdió en 1991. Y se ha encontrado con la involuntaria ayuda de europeos y de norteamericanos, que hemos cometido errores en nuestra relación con Moscú, excitando sus sentimientos de agravio y, con ellos, su nacionalismo. Lo que más ha molestado a Moscú ha sido la ampliación de la OTAN a los países bálticos, en sus mismas fronteras, o instalar radares, misiles y tropas (con carácter rotatorio, para salvar la prohibición de instalar bases permanentes) en Chequia, Polonia, Bulgaria, Rumanía y los mismos bálticos, todos ellos también miembros de la Unión Europea.

Rusia se siente cercada y acosada, y estima que eso supone una violación de los acuerdos de 1992 sobre desnuclearización de Ucrania. Cuando además se dio al Gobierno de Kiev una perspectiva de entrada en la OTAN y de relación especial con la Unión Europea y una revuelta callejera (Euromaidan) derribó al presidente Yanukovich en 2014, en Moscú saltaron todas las alarmas. Putin pudo entonces temer que alguien promoviera una 'revolución naranja' junto a los mismos muros del Kremlin y su paranoia creció con la caída de Mubarak, Gadafi, Husein o Ben Ali bajo la mirada indiferente o incluso benévola de los países occidentales.

No hubo reacción por nuestra parte y ese fue otro error que le envalentonó y le animó más tarde a desestabilizar Ucrania y a anexionarse Crimea

Decidió entonces pasar a la acción y respondió a la artificiosa independencia de Kosovo con la invasión de las regiones de Osetia del Sur y de Abjacia, en Georgia. No hubo reacción por nuestra parte y ese fue otro error que le envalentonó y le animó más tarde a desestabilizar Ucrania y a anexionarse Crimea, mientras desplegaba misiles en Kaliningrado y en las islas Kuriles. Su objetivo es crearse una zona de seguridad e influencia en torno a sus fronteras, especialmente en Europa central, aunque eso suponga violar las sacralizadas en el Acta Final de Helsinki, lo que explica el nerviosismo de los países vecinos y, en particular, de Estonia, Letonia y Lituania.

Y ha sabido aprovechar la reticencia de Obama a verse arrastrado a la crisis siria, para colaborar al desarme químico y bacteriológico de Al Asad y luego intervenir en su apoyo, dando una vuelta al conflicto y asegurándose así de que la crisis de Siria no tenga solución sin contar con Moscú. Su último logro es un nuevo e incierto acuerdo de alto el fuego entre el régimen de Damasco y los rebeldes, logrado con el apoyo diplomático de Turquía e Irán y, significativamente, sin presencia europea o norteamericana, lo que demuestra que se está diseñando en la región un nuevo orden geopolítico en el que Rusia trata de llevar la voz cantante.

Lo consiga o no, lo que Moscú ya ha recuperado es estatura mundial, aprovechando el repliegue de Obama y el regreso a un escenario del que salió tras la Conferencia de Paz de Madrid, que 'Pravda' definió en su día como "el último tango de la URSS en Oriente Medio". Gracias a ello, Putin ve subir su popularidad a pesar del daño que las sanciones y el bajo precio del petróleo hacen a la economía y al nivel de vida de sus conciudadanos.

Foto: Seguidores de Amanecer Dorado durante un evento electoral en Atenas, el 16 de septiembre de 2015 (Reuters).
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Pero Putin no se detiene aquí, sino que parece tener como objetivo actual el debilitamiento de la Unión Europea (UE) con vistas a su desaparición o eventual ruptura en bloques regionales, y para ello favorece con su dinero a partidos euroescépticos como el de Le Pen, se alegra con el Brexit y financia a movimientos y manifestaciones que van contra el orden establecido. Y lo hace utilizando el 'soft power' de la desinformación para excitar nuestras diferencias, expandiendo bulos y mentiras a través de agencias de noticias especializadas en intoxicar y sembrar la discordia. Londres ha cerrado hace poco una emisora, y en septiembre pasado el diario alemán 'Die Zeit' reveló detalles de una sofisticada campaña de desinformación dirigida desde Moscú para falsear noticias y engañar a la opinión pública.

El problema ha adquirido tal gravedad que ha obligado a la UE a crear una fuerza especial para tratar de contrarrestar estas acciones, particularmente peligrosas en vísperas de procesos electorales muy importantes en Francia y Alemania, porque en ellos se juega la suerte de Europa. De hecho, 'hackers' rusos penetraron el año pasado en la red interna del Bundestag alemán y no sería extraño que volvieran a intentarlo para influir en las próximas elecciones, dada la firme postura antirrusa de Angela Merkel sobre la crisis de Ucrania.

Y si lo hacen, no será ninguna novedad porque ya lo han hecho en las elecciones norteamericanas usando medios cibernéticos, según afirman con rara unanimidad nada menos que 13 agencias de Inteligencia de los EEUU, que han trazado el origen último de los ataques a los mismos 'hackers' que entraron en la red del Parlamento alemán (Fancy Bear y Sofacy) y que ahora se ha determinado que están vinculados a un grupo llamado APT28, que goza de apoyo estatal ruso. No se sabe si Moscú pretendía perjudicar a Hillary Clinton y beneficiar a Donald Trump, como afirma la CIA, o si únicamente quería deslegitimar el sistema electoral, pero sea lo que fuere ha conseguido su objetivo de sembrar dudas y confusión en muchas mentes sobre el funcionamiento de la democracia norteamericana.

La expulsión de 35 diplomáticos fue respondida con habilidad por Putin, que no tomó represalias y achacó el incidente a la manía persecutoria de Obama

La decisión de Obama de responder expulsando a 35 diplomáticos rusos, vinculados a los servicios de Inteligencia FSB y GRU, ha sido respondida con enorme habilidad por Putin, que se ha negado a tomar represalias (como le aconsejaba su ministro de Exteriores, Lavrov, en un evidente reparto de papeles) para achacar el incidente a la manía persecutoria de Obama ("agonía antirrusa", ha dicho el presidente Medvédev) y confiar en que el ambiente en Washington se calme con la llegada de Donald Trump. Es un triunfo táctico de Putin que humilla doblemente a Obama, porque el comunicado del Kremlin habla de "restaurar las relaciones... sobre la base de las políticas de la Administración Trump", lo que también parece un intento de forzar la mano del nuevo presidente y recortar su margen de maniobra inicial, con la esperanza última de eliminar las sanciones que pesan sobre Moscú.

Foto: Un hombre muestra un teléfono en el que dice Putin-Trump, durante la convención demócrata en Filadelfia, en julio de 2016. (Reuters)
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Trump y Putin parecen gustar el uno del otro y se intercambian en público piropos y misivas, pero no está claro que sus relaciones futuras vayan a ser fáciles porque sus intereses no coinciden en Ucrania, China o Irán, por citar algunos ejemplos, aunque paradójicamente los americanos, que ven a Rusia como un problema estratégico, tengan las manos más libres que los europeos. Para nosotros, Rusia es a la vez un problema estratégico y de vecindad, agravado por nuestra dependencia energética. Creíamos tener fronteras seguras y vemos perplejos cómo Putin las viola y regresa el ruido de sables. Tras el 'reset' de Obama de 2009, el año siguiente se logró un acuerdo entre Rusia y los EEUU para reducción de misiles estratégicos con capacidad nuclear. Ahora esas negociaciones están interrumpidas, el acuerdo caduca en 2020 y tanto Trump como Putin hablan de modernizar sus arsenales nucleares. Estados Unidos tiene un ejército más potente que los de los 10 países que le siguen... juntos, y Rusia este año ha dedicado a la Defensa nada menos que el 4,7% de su PIB a pesar de la crisis económica.

Para nosotros, Rusia es un problema estratégico y de vecindad, pues Europa creía tener fronteras seguras y ve cómo Putin las viola y regresa el ruido de sables

Por si esto fuera poco para preocuparnos, Trump manifiesta dudas sobre la doctrina del primer uso del arma nuclear y pone en tela de juicio el mismo Tratado de No Proliferación al animar a Japón y a Corea del Sur a dotarse de este tipo de armas, poniendo así fin —aparentemente al menos— a dos líneas consolidadas desde hace décadas en la política norteamericana.

Hoy, dos nacionalistas borrachos de popularidad gobiernan en Washington y en Moscú, y tendrán ocasión de escenificar su nueva relación en la cCumbre que mantendrán en Helsinki en febrero. Pueden acabar entendiéndose sobre bases diferentes de las que conocemos, o pueden no entenderse y seguramente eso sería peor, aunque nunca se sabe. O puede uno engañar al otro, y en ese juego Putin, entrenado en la KGB, que sabe lo que quiere y lo persigue sin escrúpulos, parece mejor dotado que el voluble y errático Trump. ¡Y nosotros, los europeos, con estos pelos! Pero como decía el premio Nobel Nils Bohr, predecir es muy complicado cuando se trata del futuro. Y más aún si aparece Donald Trump de por medio.

El pasado 25 de diciembre, hace apenas una semana, se ha cumplido un cuarto de siglo de la desaparición de la Unión Soviética. A Mijail Gorbachov se le escapó el invento de las manos, a pesar de haber recibido el premio Nobel de la Paz por una transición que no salió como él deseaba. La implosión de la URSS fue un acontecimiento de alcance global porque supuso el fin del comunismo, el fin de la bipolaridad y de la "destrucción mutua asegurada" y también el fin del imperio soviético, engullido por el mismo siglo XX que ya antes había acabado con los imperios zarista, otomano, austro-húngaro, alemán y, aunque de forma menos dramática, también con el británico y el francés tras el proceso descolonizador impuesto por Washington.

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