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Trump, en el buen camino
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Jorge Dezcallar

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Trump, en el buen camino

Es bueno que Trump cambie y se dé cuenta de que gobernar un gran país como los EEUU no es tarea fácil, lo que poco a poco va asumiendo, como él mismo confiesa

Foto: El presidente estadounidense, Donald Trump. (EFE)
El presidente estadounidense, Donald Trump. (EFE)

Aplica sin pestañear la máxima "donde dije digo, digo Diego", cambia constantemente de opinión y como solo acierta cuando rectifica, no para de mejorar. Espacio había. Los tres meses que lleva Trump en el Gobierno están dominados por los sobresaltos, la descoordinación interna y una permanente sensación de improvisación que agrava su enfrentamiento con los medios de comunicación y con los servicios de Inteligencia, que son dos enemigos peligrosos. En política exterior, objeto de estas líneas, el desconcierto abarca por igual a adversarios y aliados, hasta el punto de que en un momento de franqueza el ministro ruso de Exteriores, Lavrov, le espetara a su colega Tillerson que Moscú no sabia cuál era la política de los EEUU en asuntos tan importantes como China, Siria o la propia Rusia. Todo un récord, y eso es grave. Los cambios de orientación han sido constantes durante los primeros 100 días que lleva Donald Trump en la Casa Blanca.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump, en su discurso de los 100 días en Harrisburg (Pensilvania). (EFE)

Vaya por delante que no creo que pueda cumplir con el propósito expresado en el proyecto de presupuesto que ha dado a conocer, en el que rebaja en un 29% los fondos destinados al Departamento de Estado y a la acción diplomática del país (Trump también propone reducir los fondos destinados a Sanidad un 17% y un 30% los de la Agencia de Medio Ambiente, mientras aumenta los de Defensa y Seguridad). Estoy convencido de que el Congreso modificará esas cifras cuando discuta el Appropriations Bill que deba convertirlas en realidad y habrá otro encontronazo por esta causa. Y otra rectificación. Pero el dato me parece importante porque muestra el desconocimiento que Trump tiene de la política exterior y de la poca importancia que le da. Quizá por eso ha dado tantos tumbos en tan poco tiempo, por mucho que personalmente considere que ser impredecible es una virtud, como dijo en un mitin de abril de 2016. Y no cabe duda de que le funcionó bien durante la campaña porque le daba portadas de periódicos un día sí y otro también. Pero gobernar es otra cosa.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante un discurso en Washington Opinión
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Así, Trump ha cambiado con respecto de China, que era la situación inicialmente más explosiva, después de que contestara una llamada de la presidenta de Taiwán poniendo en cuestión la política de 'Una sola China', y que el secretario de Defensa amenazara con impedir el paso a los buques chinos que navegaran hacia las islas artificiales que Beijing construye con la ambición de quedarse con todo el mar del Sur de China y con las riquezas de su lecho marino después de dibujar una pretenciosa 'Línea de los Nueve Puntos' que desconoce los derechos de otros ribereños como Vietnam, Singapur, Malasia, Borneo y Filipinas. Trump también ha acusado a Beijing de mantener una cotización baja del rembimbi y amenazó inicialmente con imponer aranceles del 45% a sus exportaciones, algo que podría desencadenar una guerra comercial entre los dos gigantes económicos del planeta y tener repercusiones globales. China respondió sin elevar la voz, pero dejando claro que con algunas cosas no se juega, y Xi se negó a hablar con Trump hasta que este ha reconocido que China solo hay una y no es la de Taiwán, lo que desbloqueó la cumbre bilateral de Florida en marzo.

Foto: Prensa china con imágenes del presidente Trump en su portada (Reuters).

Posteriormente, Trump ha ofrecido suavizar su política económica y las sanciones comerciales si China le ayuda en la actual crisis con Corea del Norte, que se ha revelado como la primera prueba realmente seria de su política exterior, porque se ha dado cuenta de que Beijing tiene la llave para desactivar la amenaza que para todos representa la enloquecida política (también nuclear) de Pyongyang. El último cambio de política de Washington respecto de Corea del Norte tuvo lugar la pasada semana, al ofrecer Trump negociar directamente con el régimen de Kim Jong-un sobre su programa nuclear, algo que hasta ahora los EEUU se habían negado a considerar. Y mientras esto sucede (o no), la retórica 'trumpiana' sube de tono al mencionar el riesgo de "un gran, gran conflicto", sin que sepamos bien si se trata de un bluf, de un órdago o de una amenaza real, hasta el punto de que en algunas mentes suscita el recuerdo de la 'Madman Theory' que utilizaba Nixon en Berlín y en Vietnam y que consistía en dejar creer que su respuesta podría ser devastadora y absolutamente desproporcionada en caso de provocación. A Nixon le funcionó. La diferencia es que entonces esta teoría estaba al servicio de una línea política muy clara y ahora no, y se corre el riesgo de inducir al adversario al error si trata de averiguar la posición exacta de la línea roja. Un juego peligroso.

Foto: Tripulantes del portaaviones USS Carl Vinson se preparan para el despegue de un caza F-18, el pasado 8 de abril. (Reuters)  Opinión

Otra renuncia de Trump se ha producido en torno a la política sobre Israel. Durante la campaña se definió como "neutral" en relación con el conflicto de este país con los palestinos y, ya presidente, expresó su deseo de "arreglar" el problema, hasta el punto de pedirle a su yerno, Jared Kushner, que es judío ortodoxo, que se ocupara personalmente del asunto. Sin tocar la fortaleza de la relación bilateral de los EEUU con Israel, al que nadie quiere desestabilizar y menos aún en el actual contexto de Oriente Medio, Washington ha cambiado de actitud con respecto de los asentamientos en las tierras palestinas ocupadas desde 1967, que la resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU condena como ilegales, contrarios al derecho internacional y un obstáculo para la paz.

Tel Aviv vio el cielo abierto con la llegada de Trump y autorizó la construcción de 6.000 nuevas viviendas en menos de un mes, incluyendo la expropiación retroactiva de tierras palestinas, algo que hasta ahora nunca se había atrevido a hacer. Pero durante la visita de Netanyahu a Washington, Trump le dijo con lenguaje poco diplomático pero claro: "Me gustaría ver que das un poquito de marcha atrás con los asentamientos", y Bibi ha tomado nota. Tampoco ha vuelto a mencionar la locura de trasladar la embajada desde Tel Aviv a Jerusalén, algo que motivó un apresurado viaje a Washington del rey Abdallah II de Jordania para pedirle que no lo hiciera porque el mundo árabe lo consideraría una provocación y, siempre impredecible, parece haber abandonado la política de dos estados que defendía Washington desde hace décadas: "Uno o dos... aceptaré lo que acordéis", aunque luego su embajadora ante la ONU, Nikki Haley, la volviera a defender con firmeza. De las declaraciones de Trump tampoco queda claro si defiende un arreglo en un formato bilateral (Israel y Palestina) o multilateral en el seno de una conferencia internacional. Quizá las cosas se aclaren un poco durante la visita esta semana a Washington del presidente palestino, Mahmoud Abbas.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump (d), y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. (Reuters) Opinión
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El tercer cambio se refiere al uso de la tortura, que Trump consideraba un instrumento útil contra los terroristas. Tras las objeciones de su secretario de Defensa, el general Mattis, que dijo que él podía conseguir más con un vaso de agua y un paquete de cigarrillos, Trump afirmó que seguiría su criterio y puso de paso fin a la especulación de abrir cárceles en terceros países donde torturar a presuntos terroristas sin las cortapisas que existen en los estados de derecho. Son dos buenas noticias.

En cuarto lugar, a las declaraciones de admiración sobre Putin y la especulación de que Estados Unidos pudiera retirar las sanciones impuestas por la anexión de Crimea y por la interferencia en las elecciones norteamericanas, que es lo que Moscú estaba esperando (y quizá por ello no respondió con la habitual reciprocidad a la expulsión por Obama de 35 diplomáticos rusos), la Casa Blanca ha dejado saber que las sanciones se van a mantener y eso es otra buena noticia porque no hay que premiar al agresor o al que viola el derecho internacional, y Moscú lo ha hecho al violar las fronteras europeas consagradas en el Acta Final de Helsinki. Sobre todo a la vista del enrarecimiento de la relación con Rusia tras el ataque sirio con armas químicas en el que Tillerson ha visto "incompetencia o complicidad" por parte de Moscú, algo que ha indignado a los rusos. Hoy, hay de nuevo un clima de frialdad, que evoca al de guerra fría entre ambos países, de triste recuerdo.

A este enrarecimiento no es tampoco ajena la injerencia rusa en el proceso electoral norteamericano, donde hay una investigación abierta que podría desembocar en un escándalo de imprevisibles consecuencias si en ella aparecieran indicios de colusión entre Moscú y miembros del equipo de Donald Trump. Es la 'pistola humeante' que buscan sus adversarios. Sea como fuere, el hecho indudable es que hemos pasado en solo tres meses de la admiración por Putin a una relación de profunda desconfianza mutua.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmando una de sus controvertidas órdenes ejecutivas. (Reuters) Opinión
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En quinto lugar, Trump ha cambiado su postura sobre la OTAN, para alivio de Europa. De considerarla "obsoleta" y decir que solo defendería a los países que contribuyeran a la Organización con el mínimo del 2% de su presupuesto (algo que solo cumplen Estonia, Turquía, Grecia y Reino Unido), ahora dice que "ya no la considera obsoleta", da un plazo hasta 2024 para lograr ese objetivo contributivo y no pone en duda la aplicabilidad del artículo 5 de defensa automática entre sus miembros. Un giro de 180 grados. Da la impresión de que que aunque no se haya desdicho de afirmaciones tan peregrinas como que "Europa no vale la vida de soldados americanos" (suena muy extraño en el presidente del país que nos ha sacado las castañas del fuego en dos guerras mundiales) y que Europa se construyó "para derribar a los EEUU", lo cual es una solemne memez, Trump ha dejado de creer en ellas. Y eso aunque siga sin tener fe en Europa, le parezca estupendo el Brexit y sienta simpatía por políticos como el húngaro Viktor Orban que practican una "democracia iliberal". Si Trump no tuviera la ignorancia que tiene en política exterior, se daría cuenta de que lo que de verdad debe preocupar a los EEUU es una Europa demasiado débil, como está por desgracia en estos momentos, y no una Europa demasiado fuerte.

En sexto lugar, Trump ha cambiado continuamente su política sobre Siria: de decir que no había que intervenir a tener 1.000 "asesores" en ese país y luego a bombardear la base de Sharyat tras el uso de armas químicas por el régimen de Asad, que al parecer ha cometido algo "peor que un crimen, un error", como diría Talleyrand, en el momento en que mejor le iban las cosas. El caso es que tras considerar a Asad como mal menor que podía permanecer en el Gobierno porque luchar contra él distraía esfuerzos del combate principal contra el Estado Islámico, los EEUU han pasado a pedir su retirada incondicional, primero, y a decir luego que su futuro es algo que deberán decidir en su día los propios sirios. Largo me lo fiais. No se sabe en realidad lo que los EEUU piensan en este momento sobre el futuro de Asad.

Foto: El presidente estadounidense, Donald Trump. (EFE) Opinión
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Igualmente, de colaborar con Rusia en Siria y establecer una línea telefónica especial para coordinarse bien sobre el terreno, los Estados Unidos han pasado a enemistarse con ella y a desconectar el teléfono. En lo que se han mantenido firmes es en considerar que su prioridad en Siria es la lucha contra el terrorismo y acabar con el Estado Islámico, aunque hasta el momento el presidente Trump no haya sido capaz de explicar con claridad cómo piensa hacerlo. Lo que parece claro es que vamos de nuevo hacia una mayor involucración militar norteamericana en Oriente Medio y hacia unas reglas de enfrentamiento que darán mayor libertad de acción a los militares sobre el terreno. A eso contribuirán sin duda los fáciles éxitos obtenidos por Trump con el bombardeo de la base militar siria y con el lanzamiento de una bomba de descomunal tamaño en Afganistán, que podrían animarle a ser de gatillo fácil, con los peligros inherentes.

En séptimo lugar, después de decir que abrogaría el acuerdo nuclear con Irán (algo que nunca estuvo en su mano porque la Agencia onusiana para la energía atómica —AIEA— afirma que Teherán cumple con sus obligaciones, y porque además no es su único signatario y los otros firmantes, Rusia, China y la UE, no están por la labor), ahora se resigna a mantenerlo aunque se desquita aumentando sanciones a la república islámica para castigar su política regional en Yemen o Siria, de derechos humanos (1.000 ejecutados en 2016, la cifra per cápita más alta del mundo), y de construcción de misiles (cosas que el acuerdo nuclear no prohíbe). De entrada, el Congreso ha prorrogado por otros 10 años la Iran Sanctions Act y Trump medita ahora cómo extender las sanciones a todos los sectores de la economía iraní que tengan algún tipo de vinculación con la poderosa Guardia Revolucionaria, a la que también ha designado como "organización terrorista", con todas sus consecuencias legales.

En octavo lugar, de afirmar durante toda la campaña que iba a denunciar el Tratado Comercial de Norteamérica (conocido como NAFTA por sus siglas en inglés) que vincula a los EEUU con Canadá y con México, por considerarlo "el peor tratado" del mundo y acusarlo de destruir empleo en los Estados Unidos, ha escuchado los ruegos de Ottawa y del Distrito Federal y las advertencias de algunos miembros de su propio equipo (Cohen) y ha aceptado renegociarlo para alivio general, aunque advirtiendo de que siempre cabrá la posibilidad de acabar con él si la negociación no sale como él quiere. Una bravuconada más, porque lo ocurrido indica que NAFTA sobrevivirá a Trump. Peor suerte ha tenido el Tratado Comercial Transpacífico (TPP), denunciado por Trump en su primera decisión tras llegar a la presidencia. Ahí sí que cumplió con su promesa electoral, con el resultado de echar en manos de China a toda el área de Asia-Pacífico. Otro error, como dijo Obama.

Foto: El presidente de Estados Unidos, en el Despacho Oval de la Casa Blanca. (Reuters)

Otros cambios han sido forzados por los tribunales (la pretensión de impedir la entrada en los EEUU de ciudadanos de seis países árabes); por la opinión publica (el intento de imponer una tasa del 20% a las importaciones de México para pagar el muro), o por el propio partido republicano (la abrogación del Obamacare). Tampoco parece que el Congreso esté dispuesto a aumentar el déficit para pagar el muro con México o para poner en marcha en vasto programa de modernización de infraestructuras (1.000 millones de dólares), que fue otra de las estrellas de su campaña electoral. Como tampoco lleva camino de cumplir su promesa de aumentar el crecimiento del PIB al 4% (este año, parece que rondará el 0,7%). Aun así, y aunque los fracasos predominen, también hay que anotar en su haber el nombramiento del juez Gorsuch al Tribunal Supremo, aunque haya sido tras rebajar la mayoría necesaria de 60 senadores a 51, porque lo cierto es que ahora los conservadores lo dominan por 5-4.

Otros éxitos tienen que ver con la desregulación financiera, la rebaja del impuesto de sociedades del 35 al 15%, el endurecimiento de la lucha contra los sin papeles, la luz verde a la construcción de oleoductos o la desregulación medioambiental. El siguiente envite de Trump será la reforma impositiva, y ahí puede encontrarse con más dificultades aún que las que tuvo en su fallido intento de 'repeal and replace' el Obamacare. Aunque la popularidad de Trump al cumplirse los tres meses de su llegada al poder es la menor de todos los últimos presidentes (43%), a su favor cuenta con el apoyo firme de su base de votantes, que se mantiene fiel detrás de sus políticas y a pesar de sus vaivenes. Y Trump sabe que aunque ya ha pasado uno, todavía tiene como mínimo 15 trimestres delante de él para hacer los cambios que desea.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump, durante un evento electoral en Melbourne, Florida, el 18 de febrero de 2017. (Reuters)
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O sea, que parece que algunas cosas se ven de otra manera desde el despacho oval, que el sistema logra impedir algunos excesos (como la presencia de Bannon en el Consejo de Seguridad Nacional), y que algunos asesores del nuevo presidente cumplen bien con su trabajo, por poca confianza que inspiren en su conjunto. Que funciona el sistema de pesos y contrapesos ('checks and balances') que incluyeron en la Constitución los padres fundadores de la nación y que 'el sistema', como tal, es sólido y aguanta las embestidas. Por eso es bueno que Trump cambie y se dé cuenta de que gobernar un gran país como los EEUU no es tarea fácil, lo que poco a poco va asumiendo, como él mismo confiesa. Lo malo es cuando no cambia, cuando trata de forzar la realidad para acomodarla a sus deseos, cuando pretende creer en "verdades alternativas", o cuando insiste en cumplir algunas barbaridades que prometió durante la campaña electoral. Su carácter es su principal enemigo.

Por eso, estos cambios son buenos aunque todavía le queda mucho camino por delante. Lástima que Donald Trump no sepa quién era don Antonio Machado.

Aplica sin pestañear la máxima "donde dije digo, digo Diego", cambia constantemente de opinión y como solo acierta cuando rectifica, no para de mejorar. Espacio había. Los tres meses que lleva Trump en el Gobierno están dominados por los sobresaltos, la descoordinación interna y una permanente sensación de improvisación que agrava su enfrentamiento con los medios de comunicación y con los servicios de Inteligencia, que son dos enemigos peligrosos. En política exterior, objeto de estas líneas, el desconcierto abarca por igual a adversarios y aliados, hasta el punto de que en un momento de franqueza el ministro ruso de Exteriores, Lavrov, le espetara a su colega Tillerson que Moscú no sabia cuál era la política de los EEUU en asuntos tan importantes como China, Siria o la propia Rusia. Todo un récord, y eso es grave. Los cambios de orientación han sido constantes durante los primeros 100 días que lleva Donald Trump en la Casa Blanca.

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