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Mayo, mes de elecciones
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Jorge Dezcallar

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Mayo, mes de elecciones

En Francia se jugaba el futuro de Europa; de Argelia procede buena parte del gas que consumimos; las de Irán y Corea han tenido lugar en dos de los puntos más calientes y peligrosos del planeta

Foto: El presidente de Francia, Emmanuel Macron, celebra su victoria en las elecciones. (Reuters)
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, celebra su victoria en las elecciones. (Reuters)

El mes de mayo ha sido un mes de numerosos procesos electorales. Entre ellos, hay algunos que nos afectan muy directamente, como los comicios presidenciales en Francia, y eso explica la gran atención con la que en España hemos seguido con entusiasmo tanto la victoria de Macron como, todavía más, la derrota de Le Pen, "la gran sacerdotisa del miedo", como la calificó su rival. Otras elecciones parece que nos quedan más lejos y obedecen a claves que no entendemos bien, como las que se han celebrado en Corea del Sur tras la destitución por corrupción de la presidenta Park, que mantenía una relación extraña con una amiga a la que procuraba contratos y comisiones de la misma Samsung. Las hay que sirven para poco, como las de Argelia del pasado día 4, y como los argelinos son los primeros que lo saben, solo votó el 35% de los inscritos. Y, finalmente, las ha habido en Irán, que son elecciones raras, diferentes... pero elecciones al fin y al cabo, en una región donde no son moneda corriente.

Macron ha tenido la suerte que Napoleón deseaba para sus generales, porque no estaría donde hoy está si el Partido Socialista no estuviera "muerto", como dijo Manuel Valls (o si este hubiera ganado las primarias), si François Hollande hubiera buscado la reelección, si François Fillon no hubiera hundido a los Republicanos con sus corruptelas, pegándose un tiro en el pie como los 'cowboys' bisoños, o si Alain Juppé hubiera ganado las primarias de la derecha. Si alguna de esas cosas hubiera ocurrido, no estaría ahora Macron buscando una mayoría parlamentaria que le permita reforzar la debilidad de su propia formación para llevar a cabo las reformas que Francia necesita como el beber y empujar la política europeísta que defiende. Porque su victoria es la de la renovación de la ilusión por el proyecto europeo que tan mal lo está pasando (Juncker llegó a decir que Europa atraviesa una "crisis existencial"), y por eso hay que esperar que obtenga el apoyo de España frente a la reticencia alemana ante sus propuestas de cambiar las reglas fiscales, nombrar a un ministro de Finanzas y crear un Tesoro europeo que ayuden a la eurozona a volver a crear empleo y a recuperar el respaldo de unos ciudadanos, que como bien ha escrito Carles Casajuana, piensan que "la transferencia de competencias a Bruselas debe compensarse con crecimiento y bienestar" ('El País', 8-5-2017).

Macron necesitará apoyos y España, como cuarta economía de la eurozona, debe elevar su voz en favor de las reformas europeas que sean en nuestro interés, como parece haber empezado a hacer, y eso es muy buena noticia. Llevamos mudos demasiado tiempo ya. Y cuando uno no defiende sus intereses, son otros los que acaban imponiendo los suyos. Así de claro. Por eso, la mejor noticia de la elección de Macron es que, tras los comicios de Austria y Países Bajos, se demuestra que la idea de Europa recupera atractivo y que los populismos lo pierden, y eso exige gobernar los próximos años de forma que no lo recuperen.

En Corea del Sur, el ambiente electoral estaba muy caldeado cuando se celebraron elecciones presidenciales el 9 de mayo, apenas dos días después de las francesas, tras la destitución por corrupción de la presidenta Park, del partido conservador Saenuri. El vencedor ha sido el candidato del Partido Democrático, Moon Jae-in, que va a tener que lidiar con la caliente situación que atraviesa la península de Corea jugando a tres bandas simultáneamente.

Moon es partidario de abrir un diálogo con el régimen norcoreano de Kim Jong-un (su primera medida ha sido nombrar como jefe del servicio secreto al hombre que dirigió las dos únicas negociaciones que ha habido hasta la fecha entre las dos Coreas, en 2000 y en 2007) y también se propone restablecer relaciones comerciales, pero no lo tendrá fácil con el aliento de Donald Trump en el cogote y mientras se mantenga el régimen internacional de sanciones sobre Pyongyang y la dictadura comunista y militarista del norte siga haciendo ensayos balísticos y nucleares, que poco a poco van mejorando y que acabarán dándole bombas nucleares y la capacidad de enviarlas con misiles de largo alcance. A menos que se le impida, y no está claro cómo lograrlo.

Moon tendrá, como digo, que lidiar con Donald Trump, que quiere que Seúl pague más por la protección que le dispensan los 30.000 soldados americanos desplegados junto al paralelo 38 y por el despliegue de un sofisticado escudo antimisiles (THAAD) en su territorio, algo que irrita profundamente a los chinos, que lo ven como una amenaza porque permite controlar su sistema de comunicaciones, y por eso, como protesta, Xi Jinping ha ordenado un boicot de productos surcoreanos. Hay que desear suerte al señor Moon por el valor que supone hacerse cargo de la presidencia en un momento de máxima tensión, porque la chispa puede saltar en cualquier momento, y por buenas que sean las intenciones del nuevo presidente surcoreano y por grande que sea su habilidad para jugar simultáneamente con chinos, americanos y norcoreanos, la realidad es que son estos últimos los que tienen la llave de su potencial éxito.

Y no lo tiene fácil, porque Kim Jong-un no es un loco como por ahí se dice sino un tirano calculador que sabe que necesita tensión exterior para excitar un nacionalismo que le permita mantenerse en el poder y sojuzgar mejor a su pueblo, y eso le exige jugar en el límite, aunque teniendo mucho cuidado para no traspasarlo. Por ahora le ha salido bien. Kim no hace política exterior sino interior, en un juego peligroso del que depende la supervivencia de su régimen. Y él lo sabe muy bien.

Argelia es el mayor país de África y a un tiro de piedra de nuestras costas. Ha celebrado elecciones legislativas el pasado 4 de mayo y apenas le hemos prestado atención. La razón es que son elecciones que no sirven para nada (o para muy poco) y por eso los argelinos, que son los primeros que lo saben, se han quedado en casa y solo el 35% (según el Gobierno) se ha acercado a votar. Probablemente han sido aún menos. La gente está molesta porque la economía va mal debido a la bajada del precio del petróleo, que supone el 94% de las exportaciones y el 60% de los ingresos. La consecuencia son recortes presupuestarios (14% este año), menos importaciones, eliminación de subsidios y aumento del IVA del 15 al 17%, lo que se traduce en malestar y desórdenes sociales que atemperan el recuerdo de la guerra civil de 1990 a 2000, que dejó 200.000 muertos.

En Argelia, lo importante no es si el FLN pierde algunos escaños, como ha ocurrido en favor del RND, o si los islamistas remontan ligeramente mientras ningún partido de izquierdas logra formar grupo parlamentario. Todo eso ha ocurrido, pero a nadie le importa porque el Parlamento no manda, en Argelia manda un anciano enfermo reelegido sin dar un solo mitin en 2014, al que apenas se ve (aunque el otro día acudió a votar en silla de ruedas), y que está rodeado de lo que allí se llama Le Pouvoir, un grupo de militares y altos funcionarios que han creado un sistema clientelista, corrupto, poco competitivo y poco transparente, que es el que en realidad controla el país y decidirá la sucesión de Bouteflika cuando lo estime oportuno y sin contar con la opinión de los demás argelinos. Por eso, estas legislativas han pasado sin pena ni gloria.

Y llegamos, por fin, a las elecciones en Irán, donde el Consejo de Guardianes de la Revolución solo ha dejado competir por la presidencia a seis de los 1.636 candidatos que se inscribieron inicialmente. Al final solo quedaron dos, el actual presidente, Rouhaní, moderado, y Raisi, un conservador al parecer respaldado por el propio Jamenei. Como allí no se puede hablar de política exterior porque es competencia del Líder Supremo, los debates se han centrado en la corrupción (Irán es uno de los países más corruptos del mundo, según Transparency International) y en la economía, y en ella la política norteamericana ha tenido un papel relevante.

Desde que ha llegado a la Casa Blanca, Donald Trump no ha ocultado su desagrado por el Acuerdo Nuclear firmado entre Irán y la comunidad internacional y conocido por sus siglas en inglés como JCPOA (Joint Comprehensive Plan of Action), pero no ha podido abrogarlo porque Irán lo cumple y los demás firmantes lo quieren mantener. Su respuesta ha consistido en prorrogar por 10 años más la Iran Sanctions Act (que castiga la nefasta política iraní de derechos humanos —1.000 ejecutados solo en 2016—, su política de misiles y sus injerencias en Irak, Siria, Líbano y Yemen en apoyo de grupos chiíes), ha declarado que los Guardianes de la Revolución son un grupo terrorista, con todas sus consecuencias, y ha endurecido las condiciones para comerciar con Irán, que sigue excluido de las operaciones financieras en dólares que controla Washington. Esto no ha ayudado al candidato moderado, el presidente Rouhaní, cuya mejor baza era mostrar que el Acuerdo Nuclear se había traducido en una mejora de las condiciones de vida de los iraníes y no lo ha logrado porque no le han ayudado ni el bajo precio del petróleo ni la política de acoso de los EEUU.

Con una alta participación, del 70%, Rouhaní ha obtenido una holgada victoria (58% a 38%) gracias, sobre todo, al apoyo de las clases medias urbanas, que han votado claramente por la apertura de Irán al mundo. Aunque algunos conservadores cuestionan estos resultados e incluso tratan de formar un 'Gobierno en la sombra' que dificulte la labor de Rouhaní, su triunfo tiene al menos tres consecuencias importantes: refuerza al sector moderado con vistas a la sucesión del Líder Supremo Jamenei (aunque el resultado que ha sacado Raisi le puede mantener en esa futura carrera); permite a Rouhaní ,continuar con su apertura política interna y la progresiva ampliación de derechos individuales; y, por último, como antes he indicado, muestra la voluntad de los iraníes de abrirse al mundo, normalizar sus relaciones con la comunidad internacional y atraer las inversiones extranjeras que el país necesita.

En sus primeras declaraciones, Rouhaní ha dicho que romperán "todas las sanciones". Es un buen objetivo y es mucho lo que los "iraníes pueden hacer para lograrlo", pero no depende solo de ellos sino de la comunidad internacional que las ha impuesto y, muy especialmente, de los Estados Unidos que dirige un Donald Trump que tiene una fijación con Irán, al igual que sus principales asesores. Al encuentro con líderes musulmanes que Trump ha mantenido en Riad no se ha invitado a los iraníes, lo que envía la señal clara de que en la lucha regional entre suníes dirigidos por Arabia Saudí y los chiíes que lidera Irán, la elección norteamericana es muy clara. Más aún, lo que los EEUU pretenden es montar una coalición suní para cercar y aislar a Irán, convertido en monstruo terrorista y en epítome de todos los males.

La verdad es que es mucho lo que Irán puede hacer para mejorar su imagen, pero convertir en modelo a Arabia Saudí, país que no celebra elecciones, lapida a las adúlteras, no deja conducir a las mujeres y que es el lugar de donde procedía la mayoría de los terroristas del 11 de septiembre de 2001, parece un poco fuerte. En el fondo, el acoso a Irán se explica por otras razones que tienen que ver con su voluntad de tener un papel hegemónico en Oriente Medio con políticas que no gustan en Washington, Tel Aviv y Riad.

Todas estas elecciones acaban siendo importantes para nosotros. Las de Francia, porque se jugaba el futuro de Europa; las de Argelia, porque de allí procede buena parte del gas que consumimos, y las de Irán y Corea, porque han tenido lugar en dos de los puntos potencialmente más calientes y peligrosos del planeta. Es lo que tiene este mundo globalizado, donde —como se dice— muere una mariposa y se cae una estrella.

El mes de mayo ha sido un mes de numerosos procesos electorales. Entre ellos, hay algunos que nos afectan muy directamente, como los comicios presidenciales en Francia, y eso explica la gran atención con la que en España hemos seguido con entusiasmo tanto la victoria de Macron como, todavía más, la derrota de Le Pen, "la gran sacerdotisa del miedo", como la calificó su rival. Otras elecciones parece que nos quedan más lejos y obedecen a claves que no entendemos bien, como las que se han celebrado en Corea del Sur tras la destitución por corrupción de la presidenta Park, que mantenía una relación extraña con una amiga a la que procuraba contratos y comisiones de la misma Samsung. Las hay que sirven para poco, como las de Argelia del pasado día 4, y como los argelinos son los primeros que lo saben, solo votó el 35% de los inscritos. Y, finalmente, las ha habido en Irán, que son elecciones raras, diferentes... pero elecciones al fin y al cabo, en una región donde no son moneda corriente.

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