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El suicida que vivió por encima de sus posibilidades
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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El suicida que vivió por encima de sus posibilidades

A primera vista, da cierta tranquilidad comprobar que las víctimas mortales de la crisis van siendo suicidas, como el jubilado griego Dimitris Christoulas, que se ha

A primera vista, da cierta tranquilidad comprobar que las víctimas mortales de la crisis van siendo suicidas, como el jubilado griego Dimitris Christoulas, que se ha pegado un tiro ante el Parlamento griego. Matarse uno mismo es, al fin y al cabo, voluntario. De manera que, mientras no queramos acabar con nuestra propia vida, seguiremos resistiendo. Se trata, pues, de acopiar fuerzas, de acumular coraje y continuar. A primera vista, digo. Porque uno no sabe hasta cuándo va a ser capaz de seguir cuidando de sí mismo.

El suicidio de Christoulas me ha conmovido tanto que me sorprende la escasa repercusión mediática de su muerte, sobre todo teniendo en cuenta el momento charcutero que vive la prensa. Obtienen eco las muertes más inverosímiles. A veces es un loco que entra en un colegio en el estado de Virginia y mata a un puñado de niños. En otras ocasiones, recibimos cumplida información de un violento temporal en el otro extremo del mundo, que se lleva por delante algunas vidas. Cuanto mayor sea el sinsentido y más incomprensibles las muertes, más completa será la cobertura. El fallecimiento de Christoulas presentaba un grave inconveniente: se entiende a la perfección. Y uno nunca sabe hasta cuándo va a seguir cuidando de sí mismo.

También en la guerra hace falta valor para sobrevivir. Aunque no siempre el más fuerte lo consigue, porque la supervivencia no depende de uno mismo, sino de muchos factores, y en gran medida del azar.Christoulas dejó de hacerlo a los 77 años, a causa de las privaciones que le impuso la crisis y las políticas nefastas de su Gobierno. Pero no se mató por incapacidad de seguir sobreviviendo, sino porque rechazó una vida que se le antojaba indigna. Se le acabó la voluntad antes que las fuerzas, a juzgar por la nota que llevaba en el bolsillo: “Soy jubilado. No puedo vivir en estas condiciones. Me niego a buscar comida en la basura. Por eso he decidido poner fin a mi vida”. Me pregunto cuántas veces tuvo que escuchar en los últimos tiempos el reproche de haber vivido por encima de sus posibilidades, esa culpabilización nada sutil que convierte en justo castigo los padecimientos impuestos por la crisis; la muerte, incluso.

Christoulas no estaba dispuesto a vivir tan por debajo de sus posibilidades. Dijo ‘no’. Por eso a primera vista el suicidio es tranquilizador: podemos consolarnos pensando que todo consiste en decir ‘sí’. Mientras nos merezca la pena vivir, aun buscando comida en la basura, estaremos a salvo.

Se ha comparado en muchas ocasiones la crisis con una guerra. También en la guerra hace falta valor para sobrevivir. Aunque no siempre el más fuerte lo consigue, porque la supervivencia no depende de uno mismo, sino de muchos factores, y en gran medida del azar. En eso, la crisis es completamente diferente a una guerra. Si es verdad, como aseguraba Demócrito, que “todo lo que ocurre en el mundo se debe al azar o a la necesidad”, no habrá muertes azarosas, sino necesarias, como la de Christoulas. El disparo que lo ha matado no ha sido fortuito: tenía poca elección a sus 77 años. Si hubiera contado veinte, habría dispuesto de muchas opciones desesperadas. Coger comida de la basura habría sido la menos dañina.

A primera vista, da cierta tranquilidad comprobar que las víctimas mortales de la crisis van siendo suicidas, como el jubilado griego Dimitris Christoulas, que se ha pegado un tiro ante el Parlamento griego. Matarse uno mismo es, al fin y al cabo, voluntario. De manera que, mientras no queramos acabar con nuestra propia vida, seguiremos resistiendo. Se trata, pues, de acopiar fuerzas, de acumular coraje y continuar. A primera vista, digo. Porque uno no sabe hasta cuándo va a ser capaz de seguir cuidando de sí mismo.