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Marchando una alfombra roja para Rato y sus secuaces
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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Marchando una alfombra roja para Rato y sus secuaces

Cuando las cosas se ponen muy duras, todo el mundo se decanta. Y lo que se vio ayer en el Congreso refleja a la perfección la

Cuando las cosas se ponen muy duras, todo el mundo se decanta. Y lo que se vio ayer en el Congreso refleja a la perfección la pétrea solidez del establishment político-financiero-mediático. Ayer la democracia quedó zarandeada desde primera hora por un hecho insólito: dos señores particulares, Fernández Gayoso y Rato, ambos imputados ante los tribunales por presuntos delitos muy graves, estrechamente relacionados con la crisis, disponían de las prerrogativas propias de los miembros del Gobierno cuando comparecen ante los diputados. Como lo oyen. Sus intervenciones no tenían limitación de tiempo, mientras las de quienes representamos a los ciudadanos estaban tasadas en diez minutos. Así funciona España: los imputados actúan sin límite; los diputados, bajo el corsé del procedimiento. 

Mala cosa que el procedimiento sustituya a la política: se simula que se piden cuentas, cuando en realidad se pone la alfombra roja a los responsables para facilitarles su autoexculpación, con el Congreso como atrezo

Puede parecer anecdótico, pero resulta decisivo. Rodrigo Rato empleó 45 minutos en su primera intervención y casi media hora en la segunda. Los diputados, diez minutos iniciales más uno y medio de réplica. ¿A alguien le sorprende que su autoexculpación estuviera bien construida? Ya lo dije: el crimen perfecto es el que parece un accidente. Y para que lo parezca, uno necesita explayarse en la justificación de artificios contables. A él no le resultó difícil hacerlo: ha dedicado a ello el último año. Lo demás consistió en echar balones fuera. La culpa, según él, fue del Banco de España, punto sobre el que haría falta un careo, porque Fernández Ordóñez aseguró el martes que las cajas se fusionaron libremente mientras Rato dijo que el gobernador les “conminó” a hacerlo. La culpa ha sido también de los cambios normativos del Gobierno, aseguró, cuando la realidad es justamente lo contrario: precisamente porque entidades como Bankia se negaban a ajustar sus balances a la realidad, el Gobierno ha ido cambiando la normativa para obligarles a hacerlo. El cambio normativo no es la causa de la ruina de Bankia –como él pretendió-, sino la consecuencia. El cambio legal no provoca la ruina: la hace aflorar. La culpa es también de la prima de riesgo y de organismos internacionales que se han equivocado en sus previsiones, como el FMI. Eso dijo Rato… Rato, sí.

La presidenta de la Comisión, Elvira Rodríguez, fue la encargada de alisar la alfombra roja para que se mantuviera a lo largo del día en perfecto estado de revista. Los imputados Fernández Gayoso y Rato no estaban obligados a contestar –otra vez el procedimiento- y no contestaron a muchas cuestiones. Pero sobre todo, al descartarse el formato de pregunta-respuesta, se garantizó que las contradicciones en que incurrían los comparecientes pasaran desapercibidas.

Mala cosa que el procedimiento sustituya a la política: se simula que se piden cuentas, cuando en realidad se pone la alfombra roja a los responsables para facilitarles su autoexculpación, con el Congreso como atrezo. Hay quien dice que no sirvió de nada, que todo ha consistido en un paripé. No lo comparto, sirvió para poner a la vista de todos –de todos los que lo quieran ver, que tampoco abundan en los medios- la complicidad de los implicados en el saqueo de las cajas. Ni el PP, ni el PSOE, ni CiU, ni el PNV están interesados en que se sepa la verdad. Algunos de sus diputados te lo dicen en privado, los que se percatan de que la gente ya no compra esta mercancía averiada: una democracia demediada que simula en vez de resolver y encubre en vez de descubrir. Algo ha cambiado: el establishment empieza a estar a la defensiva. Pero debéis saberlo: cuenta con todos los mecanismos para autoencubrirse. Y los va a emplear sin pudor.

Cuando las cosas se ponen muy duras, todo el mundo se decanta. Y lo que se vio ayer en el Congreso refleja a la perfección la pétrea solidez del establishment político-financiero-mediático. Ayer la democracia quedó zarandeada desde primera hora por un hecho insólito: dos señores particulares, Fernández Gayoso y Rato, ambos imputados ante los tribunales por presuntos delitos muy graves, estrechamente relacionados con la crisis, disponían de las prerrogativas propias de los miembros del Gobierno cuando comparecen ante los diputados. Como lo oyen. Sus intervenciones no tenían limitación de tiempo, mientras las de quienes representamos a los ciudadanos estaban tasadas en diez minutos. Así funciona España: los imputados actúan sin límite; los diputados, bajo el corsé del procedimiento. 

Rodrigo Rato