Es noticia
Lo de españolizar y tal
  1. España
  2. Palabras en el Quicio
Irene Lozano

Palabras en el Quicio

Por

Lo de españolizar y tal

Si de españolizar se trata, que no cuenten conmigo. Lo escuché desde mi escaño y recordé aquel viejo capítulo del temario de Historia sobre la “romanización”,

Si de españolizar se trata, que no cuenten conmigo. Lo escuché desde mi escaño y recordé aquel viejo capítulo del temario de Historia sobre la “romanización”, que aludía a un Imperio y sus provincias: por algunos no pasan los milenios. No sólo constituye un anacronismo, también demuestra una escasa confianza en lo que ya somos. El ministro Wert incurrió con su estrambote en una estrategia idéntica a la que siguen los nacionalistas, que no es otra que plantear un proceso de aculturación como fundamento de un proyecto político. Su proyecto tiene como principal objetivo la supervivencia de las elites que lo sustentan. Eso es todo.

Cuando, por el contrario, se contempla la unión como instrumento de derechos más importantes, en ella no acaban las ventajas, sino que comienzan. Por eso lo urgente es no caer en el sentimentalismo, no enfrentar un nacionalismo a otro, ni oponer españolización a catalanización.

La crisis ha sido el detonante de que los nacionalistas catalanes, agraviados de forma sempiterna e incurable, hayan puesto sobre la mesa su disyuntiva suicida: pacto fiscal o independencia. Un dilema que no es tal, pues en el fondo dice: nosotros o nosotrosComo la historia es así de traicionera, ha hecho confluir en un mismo lapso de tiempo varios fenómenos reveladores de que la amenaza del nacionalismo vuelve a asomar por todos los costados europeos, entre ellos el nuestro. La crisis ha sido el detonante de que los nacionalistas catalanes, agraviados de forma sempiterna e incurable, hayan puesto sobre la mesa su disyuntiva suicida: pacto fiscal o independencia. Un dilema que no es tal, pues en el fondo dice: nosotros o nosotros. Y la misma crisis -en su dimensión europea- ha estimulado la renacionalización de países tradicionalmente europeístas, como Alemania, un fenómeno que por momentos resultó realmente amenazador para la Unión Europea. Ahora parece empezar a remitir y Alemania mira hacia fuera, aun pareciendo que lo hace a su pesar y sin que sepamos por el momento si tras ese liderazgo accidental se esconde una firme idea política para Europa o  la mera voluntad de cobro de todo acreedor.

Con todo, la amenaza del nacionalismo sigue ahí, en Polonia (con Lech Kascinzky y su temeraria retórica de enfrentamiento germano-polaco), en Hungría (con Víctor Orban y su exaltación constitucional de la “nación magiar”) o en Rumanía, con una serie de reformas legales que llevaron a la comisaria Viviane Reding a advertir de que la Comisión debería vigilar “el Estado de Derecho durante muchos años”.

Por eso, frente a toda la confusión, me parece digno de mención el papel que una pequeña Comunidad Autónoma ha desempeñado para situar las cosas en sus justos términos, alejándose del provincianismo y ubicándose en el corazón de los problemas que azotan al continente. A menudo lo más cierto no lo dice el más grande, sino el más atinado.

En una resolución aprobada ayer, el Parlamento asturiano lo expresó en palabras sencillas: “La unidad de la nación constituye el mejor instrumento para garantizar la cohesión y la igualdad entre todos los ciudadanos españoles”.

Los titulares periodísticos han destacado la oposición a las “tentativas de secesión y a la convocatoria ilegal de consultas”, pero lo importante estaba un poco antes, en esa unión que no es artefacto jurídico ni marchamo sentimental, sino instrumento de igualdad. Por eso discrepo de quienes creen que la tensión introducida por los nacionalistas -y por ese ministro provocador tan a la altura de ellos- sirven para extender una cortina de humo sobre los recortes, el paro o la recesión. Lo cierto es que la idea de que estimular la desunión de los ciudadanos era progresista se encuentra en el corazón del caótico diseño del Estado y, por supuesto, de la incapacidad de las instituciones para responder a los desafíos de forma conjunta. Por eso nuestra verdadera peculiaridad en esta crisis estriba en que las instituciones españolas, lejos de responder a las exigencias de la crisis, han contribuido a agravarla. La desigualdad está aumentando en toda Europa, pero en España la vuelta de tuerca es doble: territorial y social. Ése es el meollo de la cuestión. El pequeño parlamento venció al ministro.

Si de españolizar se trata, que no cuenten conmigo. Lo escuché desde mi escaño y recordé aquel viejo capítulo del temario de Historia sobre la “romanización”, que aludía a un Imperio y sus provincias: por algunos no pasan los milenios. No sólo constituye un anacronismo, también demuestra una escasa confianza en lo que ya somos. El ministro Wert incurrió con su estrambote en una estrategia idéntica a la que siguen los nacionalistas, que no es otra que plantear un proceso de aculturación como fundamento de un proyecto político. Su proyecto tiene como principal objetivo la supervivencia de las elites que lo sustentan. Eso es todo.