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Sangría es más que una palabra
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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Sangría es más que una palabra

Lo habrán leído estos días: la sangría sólo se podrá llamar así en la Península Ibérica. En los demás países de la UE tendrá que buscar

Lo habrán leído estos días: la sangría sólo se podrá llamar así en la Península Ibérica. En los demás países de la UE tendrá que buscar otros nombres, “bebida aromatizada a base de vino” o cosas del estilo, según lo aprobado en el Parlamento Europeo.

Nos han explicado que se trata de “proteger el término”, pero los más de 600 eurodiputados que han votado a favor han hecho algo mucho más importante: proteger la realidad. Desde el punto de vista estrictamente cuantitativo, la forma más directa de proteger un término consiste en extender su uso. La palabra “arroba”, por ejemplo, había caído prácticamente en desuso como unidad de medida, y se ha visto revitalizada gracias a internet y las redes sociales, aunque con un significado muy distinto. Siguiendo la misma lógica, ¿se podría argumentar que cuantas más personas usen la palabra “sangría”, más viva estará? Sin duda, pero si se refiere tanto a una auténtica sangría como a cualquier brebaje con algo de vino, uno no sabe qué le va a servir el camarero cuando pida una sangría. De manera que el Europarlamento está protegiendo en realidad al consumidor, para que tenga la certeza de que le dan sangría cuando pronuncia esa palabra. Para que pueda confiar, en suma, en que la realidad se nombra con precisión.

El Europarlamento no ha prohibido la fabricación de imitaciones, sólo ha prohibido que se las denomine de forma engañosa. Si usted hace sangría, la llama sangría. Del mismo modo, si usted hace recortes, los llama ''recortes'', no ''reformas''

La iniciativa europea trasciende los avatares de la sangría y da de lleno en el principal problema de la política actual: la confianza. Velar por preservar el significado genuino de las palabras equivale a proteger a los ciudadanos: sólo así confiarán en quien les habla y podrán identificar correctamente la realidad. Casi nada. El Europarlamento no ha prohibido la fabricación de imitaciones, sólo ha prohibido que se las denomine de forma engañosa. Si usted hace sangría, la llama sangría. Del mismo modo, si usted hace recortes, los llama “recortes”, no “reformas”; si usted impone restricciones presupuestarias no las llama “equilibrio fiscal”; si sube impuestos, no los llama “recargo de solidaridad”; si privatiza la sanidad, no la llama “eficacia en la gestión”; y si convoca un referéndum de autodeterminación no lo llama “derecho a decidir”.

La sangría pone al fin las cosas en su sitio. Nos indica cuán relevante es para la convivencia no violentar los significados de las palabras, pues constituyen el consenso más elemental en toda sociedad. Al estrenarse aquí en el Congreso, Rajoy parecía consciente del deterioro de la vida pública que conlleva tergiversar los significados, y en uno de sus primeros discursos aseguró que llamaría “al pan, pan y al vino, vino”. Lástima que sólo avancemos con la sangría, y gracias a Europa.

El glosario de términos redefinidos por el Gobierno, que incluye últimamente la expresión “ir bien”, le amortigua una realidad que prefiere ignorar. Pero la manipulación semántica no opera sobre la realidad, sino sobre una construcción política que se viene abajo en un par de noches de fuego. Si mientras un barrio de Burgos está en plena rebelión su alcalde sólo sabe repetir que el bulevar contaba con el “acuerdo” ciudadano, la ficción política revela sin paliativos su pésima calidad. Las fabricaciones del poder han dejado de ser verosímiles, lo cual representa un grave problema. Los que mandan no parecen darse cuenta, pero ha llegado el momento de decir la verdad. 

Lo habrán leído estos días: la sangría sólo se podrá llamar así en la Península Ibérica. En los demás países de la UE tendrá que buscar otros nombres, “bebida aromatizada a base de vino” o cosas del estilo, según lo aprobado en el Parlamento Europeo.

Mariano Rajoy