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El estado del bipartidismo
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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El estado del bipartidismo

Eran como el cangrejo ermitaño protegiéndose en la concha de caracol, como la anémona que viaja gracias al cangrejo: simbiosis bipartidista. No hubo debate sobre el

Eran como el cangrejo ermitaño protegiéndose en la concha de caracol, como la anémona que viaja gracias al cangrejo: simbiosis bipartidista. No hubo debate sobre el estado de la Nación, sino sobre el estado del bipartidismo. En rigor, ni tan siquiera debatieron, hicieron sendos mítines; en el mejor de los casos, un careo. A cada “y tú más”, la respectiva bancada aplaudía enfervorecida, por momentos casi pateaba, porque una bancada digna de tal nombre siempre ha apreciado un “y tú más” por encima de cualquier argumento. Joseba Achotegui, un interesante profesor de Psicopatología decía anteayer en La Vanguardia: “El funcionamiento grupal es mucho más psicótico que el individual. Retrotrae al sujeto a dinámicas psíquicas primitivas”. Imagínense en ese hemiciclo a rebosar los decibelios que pueden alcanzar las psiques primitivas.

Se llama debate, pero no hubo tal. Escribía Jeremy Bentham en sus Falacias políticas que estas comienzan a desplegarse sólo cuando el orador ha intentado sin éxito evitar la celebración del debate. Eso hizo Rajoy el primer año. Pero la colaboración para eludir el debate viene de antes: en campaña ambos pactaron no discutir sobre corrupción, pese a que descollaban ya entonces grandes corruptos. Cuando reformaron el 135 de la Constitución, acordaron liquidar el debate en dos días de agosto; y para pactar la composición del Consejo del Poder Judicial –que les evitará problemas con sus respectivos corruptos– también han hecho poco ruido.

Nos quedamos sin saber cómo les parece a ellos que está la nación. Qué frustración: lo malo no es que carezcan de una visión global del país, es que no sienten la menor urgencia por hacerse con una

A veces, a ambos les conviene hablar de una realidad paralela: una España sin corrupción, una justicia independiente, esas ilusiones. Ayer, en cambio, había discrepancias sobre la realidad y sobre quién mentía mejor. El resultado final, en todo caso, es que el segundo problema para los españoles apenas ocupó cinco o seis minutos sumando a ambos. La falacia de Rajoy fue una muy sencilla de principio a fin: hay datos “tangibles” sobre la recuperación. Y la pregunta es: ¿qué mundo toca el presidente? ¿Qué realidad tiene a su alrededor? Sus arriolas le hacen fabricaciones retóricas que él acaba creyéndose. Esto, a veces, da miedo, como cuando dijo que la reforma eléctrica era excelente. Hubo una patraña de Rajoy especialmente sangrante: afirmó que, por primera vez durante la crisis, ahora hay menos parados que hace un año. Sin embargo, no hay más empleos, pero esto no lo dijo. El aparente descenso del paro se debe a la gente que ha desistido de buscar o se ha ido al extranjero. ¿Pretende el presidente convencer a los parados de que no lo están o qué clase de juego es este?

Nos quedamos sin saber cómo les parece a ellos que está la nación. Qué frustración: lo malo no es que carezcan de una visión global del país, es que no sienten la menor urgencia por hacerse con una. Hace unos días Carlos Sánchez se hacía eco aquí de un informe demoledor para la democracia: en el PP y el PSOE no lo han leído o les da igual. A decir de ambos, no hay crisis política e institucional. Siguen sin darse cuenta de que aquí las instituciones agravaron la crisis económica: se trataba de instituciones gobernadas por ambos, como las cajas de ahorros. Por eso no tienen una respuesta para esa enorme proporción de la humanidad que no ve el mundo a través de las lentes del bipartidismo. Les basta con falsear los debates. Y cuentan con los cómplices adecuados en los medios para que la simbiosis parezca un combate: qué rara es la vida.

Eran como el cangrejo ermitaño protegiéndose en la concha de caracol, como la anémona que viaja gracias al cangrejo: simbiosis bipartidista. No hubo debate sobre el estado de la Nación, sino sobre el estado del bipartidismo. En rigor, ni tan siquiera debatieron, hicieron sendos mítines; en el mejor de los casos, un careo. A cada “y tú más”, la respectiva bancada aplaudía enfervorecida, por momentos casi pateaba, porque una bancada digna de tal nombre siempre ha apreciado un “y tú más” por encima de cualquier argumento. Joseba Achotegui, un interesante profesor de Psicopatología decía anteayer en La Vanguardia: “El funcionamiento grupal es mucho más psicótico que el individual. Retrotrae al sujeto a dinámicas psíquicas primitivas”. Imagínense en ese hemiciclo a rebosar los decibelios que pueden alcanzar las psiques primitivas.

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