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Si digo Pavlov, digo justicia
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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Si digo Pavlov, digo justicia

Si escribo Alexander Pavlov en el título de este blog, un nefasto círculo vicioso se pone en marcha. Poca gente sabe quién es, por tanto, pocos

Si escribo Alexander Pavlov en el título de este blog, un nefasto círculo vicioso se pone en marcha. Poca gente sabe quién es, por tanto, pocos leerán el artículo y El Confidencial no aumentará sus lectores (tráfico lo llaman ahora, con esa reminiscencia clandestina que ha tenido siempre la buena lectura). Si no hay lectores, no hay publicidad, no hay ingresos y no se puede pagar a los periodistas, ergo no hay información profesional. Así de perverso es el mecanismo: si escribo Pavlov para informarles, puedo acabar contribuyendo a la desinformación. Grave dilema.

Por eso he de esforzarme para explicar lo que quiero decir cuando digo Pavlov. Se trata de un hombre que lleva más de un año en la cárcel, en régimen de aislamiento, sin que los tribunales españoles le acusen de ningún delito. Sin embargo, cada día que pasa en prisión es un día más que ha salvado la vida, porque si se consumara su extradición a Kazajistán, es muy probable que sufriera torturas y malos tratos. Sí, Pavlov es kazajo, pero si digo Kazajistán, también se activa el círculo vicioso. Un solo dato: el presidente de aquel país, Nursultán Nazarbayev, lleva más de 20 años en el poder. ¿A qué les recuerda? Desde hace años persigue a la oposición democrática incluso cuando ya se ha marchado del país, utilizando de forma espuria las órdenes de detención de Interpol, como ha denunciado la OSCE.

Cuando digo Pavlov, hablo de mi Gobierno, que vulnera principios elementales de justicia y humanidad. Y pregunto si se puede entregar a un hombre a las manos de su torturador basándose en una mera conjetura

Cuando Pavlov puso un pie en España fue inmediatamente detenido. Kazajistán lo acusa de terrorismo y fraude bancario. No soy jueza, pero presumo su inocencia y he leído el informe realizado por el CNI, que señalaba la debilidad de ambas acusaciones. Pese al riesgo cierto de que sea torturado, el Gobierno español ha concedido su extradición hace tres semanas. De forma asombrosa, no lo hizo público, como le obliga la ley. ¿Lo entienden? Cuando escribo Pavlov no hablo de la peripecia carcelaria o política de un hombre, sino de cómo el Gobierno español incumple la ley para ceder a la presión de un Gobierno extranjero. Y esta es sólo la última irregularidad. También el embajador kazajo intentó presionar a los jueces de la Audiencia. ¿Ha convocado el ministro de Exteriores, García-Margallo, a ese embajador para pedirle explicaciones y, de paso, darle un breve taller en independencia judicial?

Aunque sus abogados lo han recurrido, el Ministerio del Interior denegó el asilo a Pavlov alegando que era un peligro para la seguridad nacional. Los jueces de la Audiencia han tachado de frívolo al Gobierno por tomar una decisión así basándose en “hipótesis, conjeturas, sospechas”. Cada vez lo ven mejor, ¿verdad? Cuando digo Pavlov, hablo de mi Gobierno, que vulnera principios elementales de justicia y humanidad. Y pregunto si se puede entregar a un hombre a las manos de su torturador basándose en una mera conjetura. Cuando digo Pavlov interpelo a mi ministro de Asuntos Exteriores sobre su concepto de política exterior: ¿consiste en aceptar sin rechistar la intromisión de un oligarca a cambio de un contrato? Pregunto al ministro de Justicia si le dio algo de vergüenza mentir a esta diputada. Me intereso ante mi ministro del Interior por dónde haya podido ir a parar el teléfono móvil de Pavlov. Y por la vulneración de los plazos legales en el procedimiento de asilo para impedir que estuviera presente ACNUR, único organismo independiente.

Quienes tienen ahora la última palabra sobre el asilo de Pavlov son los jueces de la Audiencia Nacional, de los que esperamos más rigor. Las presiones de Kazajistán son tan poderosas que alguno de ellos está siendo investigado por el CGPJ por su actuación irregular en un caso que no era ni suyo. En todo caso, no dejemos de mirar a estos tres respetables ministros: como máximos representantes de nuestra democracia, tienen la responsabilidad de defenderla aquí y fuera. Pero la debilitan: serviles con la oligarquía kazaja, desdeñosos con la ley española. Puaj. Si le han puesto precio a la cabeza de un hombre, a su honradez personal y al cumplimiento de la ley, nada nos asegura que mañana no nos pongan precio a uno de nosotros. Como ven, cuando digo Pavlov, no hablo de sus derechos, hablo de los nuestros. Corran la voz.

Si escribo Alexander Pavlov en el título de este blog, un nefasto círculo vicioso se pone en marcha. Poca gente sabe quién es, por tanto, pocos leerán el artículo y El Confidencial no aumentará sus lectores (tráfico lo llaman ahora, con esa reminiscencia clandestina que ha tenido siempre la buena lectura). Si no hay lectores, no hay publicidad, no hay ingresos y no se puede pagar a los periodistas, ergo no hay información profesional. Así de perverso es el mecanismo: si escribo Pavlov para informarles, puedo acabar contribuyendo a la desinformación. Grave dilema.

Kazajistán CGPJ Audiencia Nacional José Manuel García Margallo Alberto Ruiz-Gallardón