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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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España en el Casino

Era 19 de marzo de 2014, pero en el Casino de Madrid refulgían las lámparas y destellaban las autoridades como cuando iba a estallar la Gran

Era 19 de marzo de 2014, pero en el Casino de Madrid refulgían las lámparas y destellaban las autoridades como cuando iba a estallar la Gran Guerra y estábamos a tiempo de ser neutrales. Como en sus mejores épocas, el casino fue esa tarde el centro de reunión del poder, de todo el poder que ha contado en estos tiempos y todo el que quiere seguir contando. Se congregó todo el poder –también el periodístico, fingiendo ignorar su decadencia– en torno a la presentación de un libro. No hubiera habido coartada más noble, aunque el libro era lo de menos, tal como confesó en un gesto que le honra el propio autor, Enric Juliana, corresponsal de La Vanguardia en Madrid.

La expectación se centraba en Màrius Carol, nuevo director de La Vanguardia. La sala olía a consenso y se empezó a hablar de España allí donde alguna vez un croupier alegre canturreó su “hagan juego”. La Vanguardia, ya saben, es aquel periódico que el 27 de enero de 1939 tituló: “Barcelona, para la España invicta de Franco”. Luego hizo la Transición, el Estatut, fabricó la identidad… En fin, La Vanguardia no actúa como portavoz del statu quo, sino que es el statu quo, su alfa y omega. Les recomiendo que consulten la larga lista de invitados. Yo había ido a escuchar con atención no exactamente lo que se dijera, sino el murmullo que fluye detrás de las palabras. No contaba con que se explicitaran tantas ideas.

Una vez más, los españoles van a sentir en su piel el consenso: equivale a la irresponsabilidad absoluta de los políticos

Carol contó sobre su nombramiento: “Se me pidió que La Vanguardia circule por donde ha circulado siempre”. O sea, que el conde de Godó admitió que se había salido del carril. Prosiguió Carol: “Vamos a presionar a los poderes públicos en Cataluña y España para que se entiendan”. No era murmullo, sino explicitud. Y atentos a esta frase suya: “Tenemos que buscar el empate, que todo el mundo salga bien. Eso es lo que me gustaría titular en La Vanguardia: nadie ha perdido”.

¿Ven la jugada? Nadie ha de ser derrotado, por tanto, nadie es responsable del grave conflicto político en que estamos inmersos. Una vez más, los españoles van a sentir en su piel el consenso: equivale a la irresponsabilidad absoluta de los políticos. Si el agujero de Bankia lo quisieron arreglar sin que nadie perdiera, ¿cómo no van a consensuar esto? No importa si en Cataluña alguien ha cometido un error peor que un crimen. Da igual si el conflicto instigado por Mas nos absorbe energías políticas que debemos dedicar a un país en ruina económica y con un 25% de paro. No importa si el anuncio persistente de ruptura nos hace perder inversiones y oportunidades como país, ni tampoco cómo nuestra debilidad repercute en una pésima posición internacional. Sale gratis atizar falsos agravios, envenenar las relaciones entre españoles, que las familias catalanas ya no hablen de política. ¿De verdad alguien piensa que un país sale indemne de la tensión política a que nos somete una institución como la Generalitat? Y si no vamos a salir indemnes, ¿no debería alguien pagar los daños y perjuicios?

El olor a consenso se hacía denso y nadie mencionaba las carencias y errores del modelo de Estado. Nada que pueda significar una evolución hacia unas instituciones fuertes con mandatos claros. Mejor lo amañamos todo aquí entre nosotros, los del Casino, la gente bien que se reúne para charlar de sus cosas. El olor devino irrespirable. Preparémonos para lo peor. A esa misma hora, en Asturias, PP y PSOE sellaban también un pacto, para blindar la ley electoral que les otorga su poder fraudulento. Sigo pensando que Asturias y Cataluña –por distintas razones– están siendo laboratorios de lo que puede ocurrir en España la próxima legislatura. Lo corroboré en ese casino cuyo brillo no consiguió disipar la pérdida: nadie canturreaba como antaño y ya no estamos a tiempo de ser neutrales.

Era 19 de marzo de 2014, pero en el Casino de Madrid refulgían las lámparas y destellaban las autoridades como cuando iba a estallar la Gran Guerra y estábamos a tiempo de ser neutrales. Como en sus mejores épocas, el casino fue esa tarde el centro de reunión del poder, de todo el poder que ha contado en estos tiempos y todo el que quiere seguir contando. Se congregó todo el poder –también el periodístico, fingiendo ignorar su decadencia– en torno a la presentación de un libro. No hubiera habido coartada más noble, aunque el libro era lo de menos, tal como confesó en un gesto que le honra el propio autor, Enric Juliana, corresponsal de La Vanguardia en Madrid.

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