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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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Lo que Suárez no consensuó

Resultaría una gran pérdida para la historia política de España que Suárez figurase en ella con el consenso como único mérito. Aunque los prohombres del país

Foto: El Congreso acoge la capilla ardiente de Adolfo Suárez. (EFE)
El Congreso acoge la capilla ardiente de Adolfo Suárez. (EFE)

Resultaría una gran pérdida para la historia política de España que Suárez figurase en ella con el consenso como único mérito. Aunque los prohombres del país se empeñan en esa fabricación, la labor de Suárez fue mucho más profunda. Empecemos por el principio: el consenso no es una idea política.

Consenso, concordia, pacto… son herramientas para alcanzar ciertos objetivos, para lograr que se realicen ciertas ideas políticas, pero no son ideas políticas. Es como si a un barquero le preguntaran: ¿Adónde vamos? Y él contestara: remando. Ya, pero no es lo mismo remar para cambiar de orilla que subirse a la barca de Caronte, viaje que a estas horas emprende Adolfo Suárez llevando consigo el cariño y el agradecimiento de los españoles.

Adolfo Suárez no luchó por el consenso, sino por la democracia, único régimen político que garantiza una resolución pacífica del disenso. A partir de ahí, “la lucha política, la controversia, el debate, el disentimiento, el conflicto no constituyen una patología social. No son acontecimientos negativos. Al contrario. A mi juicio, reflejan la vitalidad de una sociedad”. Con esas palabras recibió el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.

Para ello Suárez, el de la concordia, tuvo que enfrentarse a mucha gente, desde el primer momento, cuando gentes como Ricardo de la Cierva escribían en 'El País' a propósito de su nombramiento por el Rey: '¡Qué error, qué inmenso error!'.

Es importante subrayarlo, porque a partir de cierta altura, las cúpulas políticas mareadas están tentadas de perfumar mucho el ambiente con consenso, no para solucionar los problemas del país, sino para confundirnos a todos. La virtud de Suárez fue tener la visión de lo que había que hacer, así como la audacia, la valentía y la decisión para hacerlo: resolvió en poco más de dos años. Para ello Suárez, el de la concordia, tuvo que enfrentarse a mucha gente, desde el primer momento, cuando gentes como Ricardo de la Cierva escribían en El País a propósito de su nombramiento por el Rey: “¡Qué error, qué inmenso error!”.

Suárez no consensuó nada con el sector más recalcitrante del Ejército, el famoso búnker, y más bien los engañó respecto a la legalización del PCE. Areilza da fe en sus memorias de la existencia del otro búnker, el político, con el que Suárez tampoco pactó. ¿Cómo habría sido nuestra democracia si Suárez hubiera consensuado un término medio con aquellos elementos de la derecha que le instaban a no legalizar el PCE, es decir, a no tener una democracia verdaderamente plural? ¿Qué pensaríamos si hubiera hecho caso a quienes le chantajeaban de forma más o menos sutil con el famoso ruido de sables en los cuarteles? ¿Qué juicio haríamos hoy de él si hubiera pactado con Tejero el 23-F para dar paso a un Gobierno con algunos elementos militares?

Me fascinan esos momentos en que la Historia se dilucida en un despacho, con dos hombres frente a frente. Así ocurrió en una sala del Congreso. Y allí, ante Tejero, Suárez no esgrimió la concordia, sino la democracia y la autoridad de su cargo: deponga ahora mismo las armas, le conminó una y otra vez, con un ujier por testigo.

Y allí, ante Tejero, Suárez no esgrimió la concordia, sino la democracia y la autoridad de su cargo: deponga ahora mismo las armas, le conminó una y otra vez, con un ujier por testigo.

Presentarlo como un abuelito bondadoso que propugnaba una especie de amor universal despoja su figura de contenido político. Todo tiende a encanijarse hoy en la política española, pero sus discursos no dejan lugar a dudas: “Con frecuencia se confunde la concordia con el conformismo y la uniformidad. Y creo que nada tiene que ver con ellos. Su raíz estriba precisamente en el pluralismo, la libertad y la solidaridad. Sin ellas no es posible la concordia”.

Algunos interesados difunden que el consenso, per se, legitima cualquier reforma política, incluso si persigue fines espurios como restringir el pluralismo. En aquel discurso del Premio Príncipe de Asturias, dejó claro que el consenso no es un fin, sino un medio: “El consenso se ciñe a muy pocas y esenciales cuestiones. Tal vez sólo a una: la voluntad firme y profunda de convivir en libertad”. Pactado esto –en lo que seguimos todos de acuerdo– discrepemos sobre lo demás alegremente.

No vaya a ser que la demolición del bipartidismo traiga como resultado el partido único. Si se sigue perfumando de consenso artificialmente la política española, acabaremos por no percibir los restos putrefactos que hay debajo y de los que debemos desembarazarnos con urgencia.

Resultaría una gran pérdida para la historia política de España que Suárez figurase en ella con el consenso como único mérito. Aunque los prohombres del país se empeñan en esa fabricación, la labor de Suárez fue mucho más profunda. Empecemos por el principio: el consenso no es una idea política.

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