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El tictac ya martillea
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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El tictac ya martillea

Fue un miércoles raro, votando a las nueve y veinte de la mañana nada menos que 343 diputados (no recuerdo tanta presencia). El protagonista estaba ausente:

Fue un miércoles raro, votando a las nueve y veinte de la mañana nada menos que 343 diputados (no recuerdo tanta presencia). El protagonista estaba ausente: el Rey, ya me entienden. Pero eso no es anómalo, sino lo normal: allí votamos las leyes que afectan a todos los ciudadanos: pensionistas, militares, estudiantes, parados… Aquellos sobre los que se toman decisiones nunca están. Así es la cosa.

Sin embargo, algunos albergan la convicción de que los protagonistas son ellos. Y como no confían en la oratoria de su portavoz (o de sí mismos), lo buscan a golpe de numerito circense. Se les llamó a votar para que dijeran “sí”, “no” o “abstención”, pero ellos prefirieron largar su soflamilla: “República catalana”, “por más democracia” (que me recordaba a aquello de “un poquito de IVA”), dret a decidir… Y el menos esperado: “Viva el Rey”. No sé cómo nos van a respetar los ciudadanos si no nos respetamos nosotros mismos.

Más de una vez, de las muchas que he ido como ciudadana de a pie a votar en unas elecciones, pensé en escribir en la papeleta una frase airada. Me habría gustado “Voto a bríos”, pero nunca llegué a anotarla para no desperdiciar mi voto tontamente: de todos es sabido que cualquier comentario o tachadura equivale a anularlo. Sin embargo, desde que soy diputada, puedo levantarme del asiento cuando se me llama a votar y decir “¿Alguien tiene cambio de 50?”, sin temor a que se anule mi voto. Si el ciudadano no puede glosar el suyo, ¿por qué puede el diputado? Sin duda es un privilegio. Prefiero renunciar a él y, de paso, contribuir a un medioambiente parlamentario más limpio, que no ofrezca carnaza mediática, sino razones.

Rajoy, más que hablar, tramitó, como el presidente de la comunidad de vecinos cuando lee los presupuestos para enfoscar. Rubalcaba se dirigió a los suyos, como queriendo explicarles lo que son. Sus palabras desprendían una extraña nostalgia del futuro. Se vio que Rajoy es un tecnócrata venido a más y Rubalcaba un político venido a menos.

Sobrevolaba el hemiciclo todo lo que no volverá, incluido Duran y su mezquino raca-raca. Con el Rey se marcha un régimen en sus últimos estertores. Acostumbrados a pactar entre las cúpulas han olvidado cómo, no ya pactar con la ciudadanía, sino siquiera escucharla. Rosa Díez lo explicó en la tribuna. El Rey sigue reinando pero no gobernando, pese a que de la intervención de alguno pudiera deducirse lo contrario. Sin embargo, su poder relacional le coloca en buena posición para espolear a quienes tienen que emprender las urgentes reformas que necesita España.

El reloj de los cambios se ha puesto en marcha y su tictac martillea la cabeza de Rajoy. Todo es posible, incluso lo más básico: erradicar la corrupción, desatascar las cañerías institucionales de toda esta podredumbre que deja el duopolio; y obtener al fin una democracia de calidad y transparente, que rinda cuentas, que cree oportunidades para que todos puedan dar lo mejor de sí y donde seamos vistos como ciudadanos antes que como miembros de una tribu. Ocurrirá.

Fue un miércoles raro, votando a las nueve y veinte de la mañana nada menos que 343 diputados (no recuerdo tanta presencia). El protagonista estaba ausente: el Rey, ya me entienden. Pero eso no es anómalo, sino lo normal: allí votamos las leyes que afectan a todos los ciudadanos: pensionistas, militares, estudiantes, parados… Aquellos sobre los que se toman decisiones nunca están. Así es la cosa.

Rosa Díez Mariano Rajoy