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Cuatro horas en Herat
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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Cuatro horas en Herat

Tenía ganas de verlos. Después de más de tres años como portavoz de la Comisión de Defensa, deseaba admirar sobre el terreno la cara de los

Foto: Tropas españolas desplegadas en Herat durante una visita del ministro de Defensa, Pedro Morenés, en enero. (Efe)
Tropas españolas desplegadas en Herat durante una visita del ministro de Defensa, Pedro Morenés, en enero. (Efe)

Tenía ganas de verlos. Después de más de tres años como portavoz de la Comisión de Defensa, deseaba admirar sobre el terreno la cara de los hombres y mujeres por los que trabajo en el Congreso. Son los mismos militares que conozco en Madrid, pero en zona de operaciones su rostro es diferente: tienen cara de no charlar con sus amigos hace meses, de hablar con sus hijos por teléfono, de vivir cerca del riesgo… Los militares y guardias civiles destacados en Herat sirven de forma sacrificada y generosa.

En la base de Herat (Afganistán) ahora se vive con más calma. La operación en curso, Resolute Support, ya no es de combate, como ISAF, sino de asistencia y adiestramiento al precario ejército afgano. Al acabar el año, a los soldados afganos se les presumirá, no sólo el valor, sino también la capacidad de gestionar la seguridad de su país.

El coronel Díez de Diego, jefe del Estado mayor de la base de Herat, nos guía en la visita relámpago de cuatro horas que diputados y senadores realizamos ayer. Escuchándole resulta evidente que la labor de las Fuerzas Armadas españolas en Afganistán ha sido constructiva y no destructiva, pese a los tópicos. La teniente coronel Senovilla dirige el hospital de la base, único en la región. Al haber disminuido los combates, también hay menos militares heridos. Por eso, atienden a muchos civiles. La semana pasada trataron a dos mellizas de un año y medio desnutridas: no llegaban a los seis kilos de peso.

En total, 35 de los más de 400 militares españoles de Herat son mujeres. En ellas, más que en ningún otro, se observa una radical vocación, probablemente por la dificultad añadida o la corta tradición de su presencia en la vida castrense.

Los búnkers, los sacos terreros en los tejados, nos recuerdan que el peligro siempre acecha en Herat. No hay insurgencia fundamentalista, sino crimen organizado: traficantes de armas y de opio que también preferirían un país ingobernable. Sin embargo, la seguridad se ha ido imponiendo en este endemoniado país, a juicio de los mandos militares aquí presentes, aunque resulte frágil. Hoy parece viable un Afganistán libre de caer en las redes de los talibanes u otras formas de desgobierno, aunque nadie da nada por seguro. Sólo hay una certeza: cuando el 31 de octubre se entregue la base de Herat al ejército afgano, nadie podrá decir que los nuestros no pusieron todo su empeño. Lo han hecho hasta el punto de dar su vida 102 de ellos. Todavía en otoño, una veintena de asesores militares permanecerán en Kabul.

Cuatro horas en Herat es corto para una visita. Aún vemos un convoy de carros en marcha, y el gimnasio donde los militares entrenan: cargar los 13 kilos del chaleco antibalas y el equipo que llevan cuando salen no es fácil si uno no está musculado. Hay también un puñado de tiendas regentadas por afganos, una de las cuales dona parte de sus beneficios a una asociación de mujeres afganas, según me cuenta el capitán Eduardo Somalo. Catorce años de misión española en Afganistán también resultan escasos, tal como nos cuenta un general: “Se ha hecho mucho para cambiar la mentalidad tribal, pero al lado del trabajo militar tiene que venir el desarrollo y la educación”.

Seis meses sin apenas salir de la base, como pasan los nuestros, es mucho. La comandante Ana Cebrián me regala su parche de Camp Arena con la imagen del escorpión mientras me habla de sus hijos. Hay que tener mucha fortaleza mental para soportar la distancia, pero ya sólo queda un verano. En apenas unos meses, en Herat superarán los cincuenta grados, temperatura a la que el cerebro empieza a perder facultades para tomar decisiones. El polvo lo inunda todo, se mastica en el aire, se diluye en el agua. Pese a todo, ellos seguirán en Herat hasta el último día de la misión, porque como dice otro de los parches de la misión: “Winners never quit. Quitters never win”. Son admirables, y no deberíamos consentir que sientan que la sociedad no les quiere. Un jovial teniente coronel me dice: “Esta profesión es la única en la que la gente para elogiarte te dice que no pareces militar”. Por si le sirve de consuelo, le contesto que a mí también, cuando me quieren halagar me dicen que no parezco política.

Tenía ganas de verlos. Después de más de tres años como portavoz de la Comisión de Defensa, deseaba admirar sobre el terreno la cara de los hombres y mujeres por los que trabajo en el Congreso. Son los mismos militares que conozco en Madrid, pero en zona de operaciones su rostro es diferente: tienen cara de no charlar con sus amigos hace meses, de hablar con sus hijos por teléfono, de vivir cerca del riesgo… Los militares y guardias civiles destacados en Herat sirven de forma sacrificada y generosa.

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