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Todos me hablan de Letizia…
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Graciano Palomo

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Todos me hablan de Letizia…

Después de lo que estamos viendo, cualquier cosa es creíble –excepto la exageración- en relación con la Casa Real. La caída en desgracia del pobre Urdangarín

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Después de lo que estamos viendo, cualquier cosa es creíble –excepto la exageración- en relación con la Casa Real. La caída en desgracia del pobre Urdangarín (sólo desde el punto de vista ético) ha permitido a Letizia Ortiz -más por su nunca bien explicado pasado que por sus obras literarias, artículos, exclusivas o géneros periodísticos al uso- situarse en la punta emergente de la cosa. No es que me interese especialmente la espuma del ¡Hola!, pero como contribuyente neto y nato sigo de reojo lo que acontece entre todos aquellos que abrevan al socaire de la caja pública.

Con el creciente protagonismo del Príncipe, lógicamente el rol de doña Letizia, en paralelo, está in crescendo. La bella delgadez asturiana, a la que todo el mundo sitúa en la izquierda -está en su derecho (siempre que no lo evidencie en demasía), aunque a mí lo único que me consta es que trabajó en el telediario con Urdaci en la etapa de José Antonio Sánchez Domínguez, dos profesionales a los que no tengo precisamente por Bakunin-, ha pasado de ser una especie de quintacolumnista disolvente de la añeja institución a resultar el bálsamo de fierabrás que, con su simple olor, todo lo arregla.

Actualmente le atribuyen el cambio “espectacular” de don Felipe -cuando se trata de la simple madurez sin más en un muchacho que ya tiene 44 tacos y que ha tenido todas las oportunidades formativas-, la profundidad y calidad en los discursos de su marido, conspiraciones y maniobras para relanzar la sucesión -¡cómo si el “patrón” se chupara el dedo!- y, en general, el sostenimiento de una casa que siente el temblor típico de los vaivenes históricos del muy histórico pueblo español.

Tengo para mí que el principal objetivo de la Princesa de Asturias debería ser aparentar lo que realmente es: la líder de una familia normal, algo atípica por razones obvias, que debe ganarse a diario el pan que come, esto es, enlazar a toda prisa con las nuevas generaciones que, por no importarles la institución, ni siquiera se meten con ella. Y coadyuvando al mantenimiento de la gran nación española, que no es fácil, y lo será mucho menos en el próximo futuro, como la pareja real puede comprobar en sus viajes por las Españas.

La gran crisis del reciente pasado se va evaporando, pero la muesca del tiempo es bien visible en SM el Rey. El ‘plan Ayuso’ parece estar dando resultado; este chico siempre fue muy listo y ahora tiene los recibos de la luz y el agua pagados. Si es como me cuentan, Rafael Spotorno nunca agradecerá bastante a esa gran dama, Asunción Valdés, el consejo que le ofreció cuando hubo que jubilar al anterior y fracasado jefe de comunicación de La Zarzuela. Presumiblemente gratis.

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Después de lo que estamos viendo, cualquier cosa es creíble –excepto la exageración- en relación con la Casa Real. La caída en desgracia del pobre Urdangarín (sólo desde el punto de vista ético) ha permitido a Letizia Ortiz -más por su nunca bien explicado pasado que por sus obras literarias, artículos, exclusivas o géneros periodísticos al uso- situarse en la punta emergente de la cosa. No es que me interese especialmente la espuma del ¡Hola!, pero como contribuyente neto y nato sigo de reojo lo que acontece entre todos aquellos que abrevan al socaire de la caja pública.