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Chequeo al presidente en un hospital público
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Graciano Palomo

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Chequeo al presidente en un hospital público

Un notario de Madrid, amigo de la muy ejecutiva Ana Gutiérrez, me pregunta si yo sé lo que le sucede al Presidente. -¿Sucederle? ¿Aparte de

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Chequeo al presidente en un hospital público
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Un notario de Madrid, amigo de la muy ejecutiva Ana Gutiérrez, me pregunta si yo sé lo que le sucede al Presidente.

-¿Sucederle? ¿Aparte de la prima de riesgo?

-Le he visto muy desmejorado en el acto de despedida a los olímpicos, con la voz desgarrada, muy delgado y demacrado…

Es algo que ha percibido la ordinary people en el alto esqueleto del jefe del Gobierno. Ha perdido kilos por doquier y hasta los trajes a medida le empiezan a bailar ostensiblemente.

El hecho es que con gran discreción, como le gusta a don Mariano para estos asuntos privados (dentro de un orden porque en Estados Unidos la salud del presidente es un asunto de seguridad nacional), se acercó hasta la madrileña clínica La Paz –la misma en la que el general Franco se fue al otro barrio- para hacerse dos Tac y un chequeo completo.

Aparte del estrés que soporta en casi siete meses de auténtico infarto diario, nada digno de reseñar en la salud física del “hombre impasible”. Según me cuentan algunos de sus principales edecanes, el presidente ni siquiera tiene tiempo ya para su hora diaria de caminar a prisa por los alrededores de la Cuesta de las Perdices. Ahora los montes de El Pardo quedan un poco lejos en una agenda donde cualquier cita conlleva la luz roja.

Una vez el presidente John Kennedy, cuando tuvo que enfrentarse al peligro de la III Guerra Mundial (Crisis de los Misiles), le dijo a su hermano Bobby: “¿No me decías que aspirabas a mi trabajo y sentarte en mi sillón? ¡Toma, te lo regalo!” 

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Un notario de Madrid, amigo de la muy ejecutiva Ana Gutiérrez, me pregunta si yo sé lo que le sucede al Presidente.