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Lo de Agag y la suegra: muerte a la dama
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Graciano Palomo

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Lo de Agag y la suegra: muerte a la dama

Se ha armado la de Dios es grande con la irrupción de la siempre inquietante Ana Botella en el predio particular del aguirrismo, es decir, Madrid.

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Lo de Agag y la suegra: muerte a la dama

Se ha armado la de Dios es grande con la irrupción de la siempre inquietante Ana Botella en el predio particular del aguirrismo, es decir, Madrid.

Esperanza Aguirre y la alcaldesa de Madrid fueron compañeras de curso en la Facultad de Derecho de la Complutense, promoción a la que también perteneció José María Aznar, y se han llevado bien, es decir, muy bien, hasta que la otrora inquilina de la Moncloa osó pedir que, tras su dimisión, la lideresa (amén de que la relación se había envenenado con otros asuntos ad hominem, ya se sabe, colócame a éste aquí y a ésta en otro sitio, que para eso Botella siempre ha estado muy dispuesta) dejara también la presidencia del PP madrileño. Luego está lo de que si Esperanza lo que realmente busca es la poltrona de la Cibeles.

El hecho cierto es que, amén de los cuchillos envenenados entre la Comunidad y el Ayuntamiento a propósito de las responsabilidades por el Madrid Arena, Botella y Agag acudieron una noche de la pasada semana hasta el Hospital de la Princesa, donde yacía herido en accidente de tráfico un amigo personal de Alejandro, argentino por más señas y que había quedado a cenar con Jaime de Marichalar.

El médico les pidió que firmaran un escrito contra el desmantelamiento del centro sanitario y lo hicieron sin más, en esas circunstancias de nocturnidad y estado de necesidad sanitaria. Nadie en su sano juicio puede pensar que Botella y Agag van a firmar un manifiesto que pone básicamente en cuestión al consejero de Sanidad Javier Fernández Lasquetty, uno de los aznaristas en estado puro que este humilde escribidor conoce.

A partir de ahí, por intervenir intervino hasta la secretaria general María Dolores de Cospedal que, como guardiana de la cosa, ya intuía y quiso evitar un sarao de trifulca interna en un partido madrileño tan acostumbrado al desenvaine de dagas y los odios mesetarios.

Pero ya nadie podía impedir, entre el horror impasible del jefe de la Moncloa, que se montara una gresca que tiene mal cariz.

Aguirre ya se las tuvo tiesas con Aznar cuando el expresidente quiso mantener contra viento y marea a su íntimo Miguel Blesa al frente de Cajamadrid, y dejó claro a Fazmatella S.L. que el pago ya estaba librado con creces.

Lo que está en juego es el control del PP en Madrid y, por ende, las candidaturas a la Puerta del Sol y el Ayuntamiento, donde tanto González como Botella tienen intención de concurrir.

Dicen por Génova 13 que el aznarismo se va diluyendo… pero todavía queda por ahí pululando Lucía Fígar, entre otros nombres. Y el bueno de Ignacio González en medio.  

Se ha armado la de Dios es grande con la irrupción de la siempre inquietante Ana Botella en el predio particular del aguirrismo, es decir, Madrid.