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Cuando Díaz Ferrán era un pozo de petróleo
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Graciano Palomo

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Cuando Díaz Ferrán era un pozo de petróleo

Coincidí hace algunos años con Gerardo Díaz Ferrán durante un almuerzo que organizó Esperanza Aguirre en la histórica Real Casa de Correos. Me pareció un tipo

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Cuando Díaz Ferrán era un pozo de petróleo

Coincidí hace algunos años con Gerardo Díaz Ferrán durante un almuerzo que organizó Esperanza Aguirre en la histórica Real Casa de Correos. Me pareció un tipo básicamente ambicioso, killer en estado puro, que tenía una cosa clara: los grandes negocios se hacen colgado del brazo del poder político.

En efecto. El matrimonio en el business Ferrán & Pascual se codeaba ya -y hacían ostentación de ello- con lo más granado del poder popular que empezaba a ser emergente, aunque el tándem venía de hacer buenos negocios con los gobiernos socialistas de Felipe González; de hecho todos los viajes de Presidencia de Gobierno se hacía a través de su franquicia, Viajes Marsans.

Básicamente, sus relaciones pasaban por Rodrigo Rato (tótem inmarcesible durante aquellos años) y luego enlazaron liberalmente con la jefa del Gobierno madrileño, Esperanza Aguirre. Su ascenso a la presidencia de CEOE no es entendible sin ese apoyo, además de haberse quedado con Aerolíneas Argentinas y otras bicocas que consiguió a través del inefable Francisco Álvarez Cascos al que invitaban, según se cuenta, a sus cacerías en sus portentosas fincas de aquí y de acullá.

De hecho, y como dato ilustrativo, Díaz Ferrán hereda de Rato su jefe de prensa. Creyó que era invulnerable con ese apoyo político y se olvidó de la separación de poderes. Es verdad que consiguió retrasar casos en los que estaba claramente imputado -uno especialmente llamativo que venía de Buenos Aires y que subrayaba que no invirtieron el dinero fabuloso (600 millones de euros) que el Gobierno de Aznar le había dado por quedarse con Aerolíneas-. Pero, finalmente, la realidad se acaba imponiendo al trapicheo de todo orden.

Don Gerardo, sabedor de que la justicia le pisaba los talones, aprovecha, desde hace seis meses, la muerte de su inseparable compañero de negocios porque sabe que lo fácil es echarle la culpa al que falta.

Sin embargo, enfrente le esperaba el justiciero Velasco (Eloy), que no se cree ni una palabra de la historieta de un falso emprendedor.

Comprendo en esta hora la euforia desbordante de su competidor, Juan José Hidalgo, que llevaba muchos lustros poniendo el grito en el cielo respecto a los modos y maneras de entender la economía de mercado del hoy inquilino de Soto del Real.

¡Polvo eres y en polvo te convertirás!

Coincidí hace algunos años con Gerardo Díaz Ferrán durante un almuerzo que organizó Esperanza Aguirre en la histórica Real Casa de Correos. Me pareció un tipo básicamente ambicioso, killer en estado puro, que tenía una cosa clara: los grandes negocios se hacen colgado del brazo del poder político.

Gerardo Díaz Ferrán