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El refugio de Rato: las citas de Embassy
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Graciano Palomo

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El refugio de Rato: las citas de Embassy

Los malos nunca vienen solos. El otrora triunfador por excelencia, el icono de tantos jóvenes ambiciosos, el referente del centro derecha, el hombre que llegó a

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El refugio de Rato: las citas de Embassy

Los malos nunca vienen solos. El otrora triunfador por excelencia, el icono de tantos jóvenes ambiciosos, el referente del centro derecha, el hombre que llegó a tener estatus de Jefe de Estado, se bate ahora en retirada como un Napoleón de ancestros asturianos en su particular Santa Elena.

Rato, del que su entorno dice que “necesita dinero”, se ha convertido incluso en un arma arrojadiza entre la izquierda y la derecha, cuyos dirigentes guardan silencio cuando les arrojan el nombre de Rodrigo asociado a su última etapa: el fantasma de Bankia.

Ahora es cuando puede comprobar el hasta hace escaso tiempo todopoderoso vicepresidente económico quiénes son sus amigos. Porque, incluso entre sus más reconocidos deudos, se ha interpuesto un muro de silencio y abandono. Bien es cierto que en la bancada parlamentaria popular hubo un rictus de desagrado cuando Luis de Guindos, es decir, Mariano Rajoy -que siempre tuvo un cierto complejo ante la estela luminosa del madrileño-, decidió decapitarle al amanecer con ocasión del agujero sideral de Bankia. Pero nadie levantó un dedo.

Dejaron que Rato se hundiera en su propio detritus. Contrasta esta actitud, por ejemplo, con la que mantuvo José María Aznar, que siempre amparó (quizá por interés, quizá por paisanaje, quizá por ambas cosas a la vez) al indefendible Miguel Blesa, a quien nunca hubo que entregarle Cajamadrid y que es, al fin y a la postre, el gran culpable de tamaño desaguisado. Eso sí, después de enriquecerse hasta el paroxismo y cubrir el riñón a sus amigos y colaboradores en esa caja desahuciada.

Pero siempre queda un roto para un descosido. Pablo Isla, el ejecutivo mejor pagado del panorama nacional -Amancio Ortega le firma cheques por encima de los 20 millones de euros-, abogado del Estado en excedencia, no olvida que hizo su rutilante carrera colgado del brazo de Rato cuando éste le nombró alto cargo en su ministerio.

Dicho y hecho, oigan. Es ahora mismo el principal hombro en el que llora Rodrigo. Se suelen citar en Embassy -que tiene su glamour decadente- y el exmandatario relata sus cuitas. El que no se consuela es porque no quiere. 

Los malos nunca vienen solos. El otrora triunfador por excelencia, el icono de tantos jóvenes ambiciosos, el referente del centro derecha, el hombre que llegó a tener estatus de Jefe de Estado, se bate ahora en retirada como un Napoleón de ancestros asturianos en su particular Santa Elena.

Rodrigo Rato