La vicetodo tiene tajo

Tengo para mí que la intención política de poner un mínimo de sentido común en las cinco  administraciones que pagamos y padecemos es una de las iniciativas más decisivas de los últimos siete lustros en España.

La vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría es la directamente culpable de haberse echado al coleto tamaño menester, aunque este asunto se dice más fácil que se hace. Pero sólo ya con esa intención merece todo el empuje de la sociedad civil y un jaleo permanente en busca de acabar con un sinfín de mamandurrias intolerables que no hacen otra que sajar al ciudadano e imposibilitarle una vida normal.

Tengo que decirle algo a la corajuda vicepresidenta. Desde la muerte del general Franco he conocido a todos los gobiernos y sus pretensiones de poner coto al leviatán insufrible e impagable que suponen el servicio público administrativo. De la reforma que quiso llevar a cabo el primer gobierno de Felipe González sólo quedaron los “moscosos”, unos días que disfrutan los funcionarios públicos a mayor honra y gloria de aquel ministro navarro, apellidado Moscoso y de nombre Javier, cuyo hijo quiere hacer ahora carrera en el PSOE vestidito muy mono.

Lo dicho: la vicetodo tendrá que emplearse a fondo si quiere tener un lugar propio en el olimpo de una de las reformas más perentorias de cuantas nos circundan.

Lo ideal sería comenzar por el Senado pero ya abandono esa hipótesis de trabajo. Lo sustancial es voluntad política y si esa voluntad política se cercena debemos saber, doña Soraya, quién intenta poner puertas al campo.

Las cosas están como están. De modo y manera que este columnista firmaría con que se llevara a cabo sólo un cincuenta por ciento de lo pretendido. Porque hubo una vez unas Cortes que se hicieron el hara-kiri pero no veo yo a las actuales sinecuras optando decididamente por dejar los momios.

Sáenz de Santamaría -la miembro del Gobierno mejor valorada por los ciudadanos- se ha subido a un caballo desbocado. Tengo para mí que esta mujer es primero castellana y las mujeres castellanas como yunque sufren y callan.

¡A por ellos!