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El caso del “independentista” Ramoncín
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Graciano Palomo

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El caso del “independentista” Ramoncín

Después de tres años de compartir platós televisivos en alguna de los millones de tertulias que abundan en este viejo y cuarteado país todavía llamado España,

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El caso del “independentista” Ramoncín

Después de tres años de compartir platós televisivos en alguna de los millones de tertulias que abundan en este viejo y cuarteado país todavía llamado España, he terminado por tomarle afecto personal y valorar ese verbo tan ramonciniano, entre brutal, rojo (por lo apasionado) y superviviente. El nunca bien ponderado franciscano Carlos Fuentes tiene alguna culpa de ello, el mismo que se ha convertido en el pan vespertino de todos los jubilados de España.

Ramón J. Márquez se presentó, contra mi consejo, en el escenario del Camp Nou en un mal llamado ‘Concierto por la Libertad’, en el que 80.000 personas se chotearon de España, Peret -el mismo que cantaba ante Franco en los veranos de La Granja- hizo el ridículo (a sus años, pero el hambre es osada) y un tal Dyango -que tuvo tentaciones de glosar a José Antonio- buscaba algún pesebre.

Ramoncín, que se suele mojarse el dedo y sabe de dónde viene el viento, con ese cierto rictus chulapo de madrileño que ama Madrid sin que le guste, habló a la excitada concurrencia en castellano y empezaron los silbidos. Quedaba patente con ello que no buscan, precisamente, la libertad, sino que odian, y mucho, todo lo que represente “lo español”, que, mire usted por dónde, existe aquí y acullá.

Si rechazas a un ciudadano español y madrileño que de una forma u otra ha acudido (gratis, ojo) a apoyar tus reivindicaciones (no entro si absurdas o justas), ya me dirás cómo tratarán a los que no piensan como tú si un día (espero que no) consigues tu república catalana para chapotear como los kosovares o convertirte en una gran potencia mundial como Andorra.

¡Verde y con asas! Aunque lo peor llegó después, cuando un tal Santiago Espot (el que organizó la primera pitada contra el Rey en Valencia), el mismo que en plan Gestapo ha venido denunciado a los botiguers que no rotulan su colmado en catalán, salió en ayuda de mi querido coleguilla de plató, que en alguna ocasión ha tenido la tentación de emular a su admirado profesor Tierno Galván y presentar su candidatura al Ayuntamiento de Madrid.

La buena voluntad, querido Ramón J., no es fácil transmitirla subido en la tarima independentista de unos sujetos que buscan emular los vuelos gallináceos. Pero en este caso, el de Ramoncín, es donde se puede aplicar aquella máxima libertaria de “daría mi vida porque usted pueda defender sus ideas, aunque no las comparta”.  

Después de tres años de compartir platós televisivos en alguna de los millones de tertulias que abundan en este viejo y cuarteado país todavía llamado España, he terminado por tomarle afecto personal y valorar ese verbo tan ramonciniano, entre brutal, rojo (por lo apasionado) y superviviente. El nunca bien ponderado franciscano Carlos Fuentes tiene alguna culpa de ello, el mismo que se ha convertido en el pan vespertino de todos los jubilados de España.