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Cuelgan de una pica al director de ‘El País’
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Graciano Palomo

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Cuelgan de una pica al director de ‘El País’

El próximo lunes, Antonio Caño tomará posesión del sillón de director de El País en una operación periodística/empresarial sobre la que se han hecho y hacen

Foto: Antonio Caño.
Antonio Caño.

El próximo lunes, Antonio Caño tomará posesión del sillón de director de El País en una operación periodística/empresarial sobre la que se han hecho y hacen todo tipo de cábalas y conjeturas. Debería el todavía corresponsal en Washington exigir al menos cien días de respeto como ocurre en la vida institucional.

Leo cosas como ésta: “Moncloa abre las puertas a Caño” y otras irreproducibles. No conozco al susodicho colega, al que atribuyen poderes mágicos cerca del presidente Rajoy o la vicetodo Saénz de Santamaría.

-¿Poderes cerca del Gobierno?, pregunto a uno de sus críticos que forma parte de la plantilla.

-Sí, se ha visto dos veces con el Presidente y otras tantas con la Vicepresidenta…

-¡Ah! ¿Y? Cualquier periodista que se precie intenta tener como fuente al poder ejecutivo…

Luego relatan encuentros (imagino que no inventados) secretos y hasta nocturnos con José María Aznar durante las correrías del ex por Estados Unidos.

Bien, el hecho cierto y descriptible es que Caño se ha convertido hasta antes de ejercer como jefe del rotativo de Prisa en sospechoso. Hace escasas fechas, Marty Baron, director de The Washington Post, uno de los iconos del periodismo mundial desde que destapara el 'caso “Watergate', decía en Madrid esto: “Si los periódicos no nos levantamos contra el poder, sacrificamos nuestro futuro, nuestra identidad y nuestra razón de ser…”

No puedo estar más de acuerdo, mister Baron. El problema es peliagudo, porque, ¿contra quién nos revolvemos si el poder está precisamente en el periódico?

¡Cuéntamelo Marty!

El próximo lunes, Antonio Caño tomará posesión del sillón de director de El País en una operación periodística/empresarial sobre la que se han hecho y hacen todo tipo de cábalas y conjeturas. Debería el todavía corresponsal en Washington exigir al menos cien días de respeto como ocurre en la vida institucional.

El País Antonio Caño