Palo Alto
Por
El collar de Corinna/Romanones
Todo lo que tiene que ver con Corinna –obvio el apellido impronunciable porque no hay otra– produce excitación mediática y morbo pueblerino
Todo lo que tiene que ver con Corinna –obvio el apellido impronunciable porque no hay otra–produce una excitación mediática y un morbo pueblerino digno de mejor causa. Tiene su aquel, porque al fin y a la postre se ha sentado durante años –dicen–sobre el cubilete de pólvora del Rey y nadie dispara ese tipo de salvas ni aunque proceda de la pata del caballo del Cid.
La actividad agitadísima de la princesa (o lo que sea) teutona no pasa desapercibida ni por propios y mucho menos los ajenos. En este mismo diario, Vanitatis descubrió a Corinna luciendo el histórico collar de la Condesa de Romanones –subastado en muchos fajos de billetes de 500 euros– y la pregunta, por ende, resulta obvia.
Luego se deja caer en París (Roland Garros), más tarde en Londres en una megafiesta al lado del Príncipe Carlos y unos días después en la inmortal San Petesburgo practicando los oficios de una incontrolable mujer de negocios de altos vuelos. Por Mónaco la identifican en las calles, pero sin dar más detalles.
Tengo para mí que la frontera española hace tiempo que pudo dejar de ser una referencia en el map corinnense. Lo cual tampoco quiere decir gran cosa. O sí.
El asunto, al menos para este escribidor,es si la señora Zu Sayn-Wittgenstein, 28 de enero de 1964, Corinna Larsen de soltera, pasará del papel cuché y de los grandes reportajes papel prensa a los libros de historia. Aunque tan sólo sea con párrafo y medio.
Todo lo que tiene que ver con Corinna –obvio el apellido impronunciable porque no hay otra–produce una excitación mediática y un morbo pueblerino digno de mejor causa. Tiene su aquel, porque al fin y a la postre se ha sentado durante años –dicen–sobre el cubilete de pólvora del Rey y nadie dispara ese tipo de salvas ni aunque proceda de la pata del caballo del Cid.