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Chapoteando en el guerracivilismo a cuenta de Mas
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Graciano Palomo

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Chapoteando en el guerracivilismo a cuenta de Mas

Todas las líneas rojas han sido traspasadas. El órdago secesionista adquiere cada día que pasa caracteres más dramáticos y tintes más peliagudos

Foto: Mariano Rajoy y Artur Mas, en una imagen de archivo. (Gtres)
Mariano Rajoy y Artur Mas, en una imagen de archivo. (Gtres)

Todas las líneas rojas han sido traspasadas. El órdago secesionista adquiere cada día que pasa caracteres más dramáticos y tintes más peliagudos desde la óptica más aséptica y objetiva. Lo que sucedió el 11-S en Barcelona no era una petición de consulta, dejémonos ya de eufemismos y de tonterías. Lo que se pidió el pasado jueves en las calles de la Ciudad Condal fue lisa y llanamente la in-de-pen-den-cia. Punto.

Dice el primer ministro francés Manuel Valls, que además nació precisamente en Barcelona, que los intentos de ruptura de un Estado nunca salen gratis. ¡Y tanto! Frente a ese desafío mantenido en el tiempo, Rajoy ha adoptado la estrategia de resistir desde la legítima y legal desenfilada constitucional hasta que el “vértigo” termine por engullir la estulticia cavernícola de los que en pleno siglo XXI quieren levantar fronteras.

El quilombo catalán es, sin duda, el supuesto máximo al que se puede enfrentar un primer ministro. Porque la ruptura del Estado (1492) no es bajar o subir un punto el IVA. O decidir que las traviesas del AVE pasen por Villamayor de los Montes o por Aranda de Duero. Es un camino que, iniciado, no tiene posibilidad de retorno.

Unos piden a Mariano Rajoy que invoque “manu militari” los artículos de la Constitución que pondrían fuera de juego “ipso facto” la propia autonomía catalana o la suspensión de sus competencias en diferentes materias. Hay, incluso, los que preconizan la utilización de los resortes máximos establecidos en la Carta Magna para garantizar la unidad y permanencia de España. A la contra hay voces que le solicitan que suelte amarras y ceda a la consulta, que sería el principio del fin del “statu quo” de más de 532 años.

Rajoy se ha situado en la justicia constitucional amparado y sostenido por todos los poderes nacionales y supranacionales a la espera de que el troglodita capote.

Porque una cosa tan seria como la conformación de un Estado no puede estar al socaire de si en una manifestación más o menos manipulada en su convocatoria y objetivos se acercan medio millón o un cuarto de personas.

Escrito lo anterior tampoco estaría de más que el Estado en su plasmación de poder que es el Gobierno demostrara que todavía está vivo y que le sobran recursos para reconducir una situación encabronada que ha tenido como primera conclusión una guerra civil larvada, aunque todavía afortunadamente sin violencia física, pero que ha llevado a un gueto intolerable a una porción de sus ciudadanos. Todo ello en pleno corazón de la Europa libre, progresista y maestra. La misma que va dando lecciones por el mundo.

Todas las líneas rojas han sido traspasadas. El órdago secesionista adquiere cada día que pasa caracteres más dramáticos y tintes más peliagudos desde la óptica más aséptica y objetiva. Lo que sucedió el 11-S en Barcelona no era una petición de consulta, dejémonos ya de eufemismos y de tonterías. Lo que se pidió el pasado jueves en las calles de la Ciudad Condal fue lisa y llanamente la in-de-pen-den-cia. Punto.

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