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Graciano Palomo

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Rivera, un camino sin posibilidad de retorno

El líder de C's, zarandeado por la falta de tiempo, sabe perfectamente que además de líder, que lo es, necesita una organización poderosa que le lleve a estar presente desde Finisterre al Cabo de Palos

Foto: El líder de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)
El líder de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)

El muchacho con cara de 'muchacho' que dejó La Caixa para salvar Cataluña tiene ya un puesto señero dentro de la gran política española. La corrupción del Partido Popular, el desgaste en el Gobierno y el default de una izquierda con complejos ante el nacionalismo posibilitó la llegada de Ciudadanos. Lo vio con meridiana claridad Rivera, que inicialmente creyó que sus ambiciones políticas podrían desarrollarse dentro del PP.

Recuerdo un viaje en AVE Madrid-Barcelona hace algunos pocos años en los que Albert me relató su cuaderno de bitácora ante mi propia incredulidad. Pero entonces desconocíamos que existieran los Bárcenas, los Blesa, los Granados, los Rato y todo ese ramillete inmarcesible de figuras que abrevaron opíparamente bajo las alas de la gaviota.

Aun así, creo que su consolidación como fuerza “determinante” no será nada fácil. Lo fundamental es que se ha rodeado de personas de una gran fortaleza intelectual como Juan Carlos Girauta y otros que tienen experiencia política para entender algo de lo que ocurre. Si se analiza con detenimiento los planteamientos básicos de C's se podrá colegir que existen pocas diferencias con otras ofertas de centro derecha, incluso de centro izquierda, salvo la frescura inherente a gente joven que no ha pasado por la thermomix del poder. ¡Que no es poco!

Albert Rivera es el político más valorado entre los jóvenes -sector que también ha abandonado al PP y tiene sus causas- y esa es su gran fuerza electoral y social ante una población envejecida desde todos los puntos de vista.

Sigo creyendo que la gobernanza de un país como España -la cuarta potencia de Europa se mire por donde se quiera- pasa necesariamente por el centro, basculando en unas ocasiones a la derecha moderada y otras a la izquierda de esa misma condición. Es otro de los inputs extraordinarios que Rivera atesora en la actual coyuntura.

Pero las cosas discurren a tal velocidad que la cita del 13-D se me antoja del todo vital para sus intereses. Si los partidos dominantes desde la restauración democrática (mucho más el PSOE que el PP, 23 años de gobierno frente a 12) restañan sus heridas, se quedará exclusivamente como una fuerza aparente que puede dar gobiernos, sí, pero nunca podrá ser el epicentro de ese poder.

Rivera, zarandeado por la falta de tiempo, sabe perfectamente que además de líder, que lo es, necesita una organización poderosa que le lleve a estar presente desde Finisterre al Cabo de Palos.

Ya ha abierto sede en la capital y de alguna manera ese gesto escenifica urbi et orbi que ha iniciado un camino sin posibilidad de retorno. Ni siquiera el éxito o fracaso de su aventura está en sus manos.

El muchacho con cara de 'muchacho' que dejó La Caixa para salvar Cataluña tiene ya un puesto señero dentro de la gran política española. La corrupción del Partido Popular, el desgaste en el Gobierno y el default de una izquierda con complejos ante el nacionalismo posibilitó la llegada de Ciudadanos. Lo vio con meridiana claridad Rivera, que inicialmente creyó que sus ambiciones políticas podrían desarrollarse dentro del PP.

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