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Piqué demuestra que el enfrentamiento es ya descriptible e inevitable
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Graciano Palomo

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Piqué demuestra que el enfrentamiento es ya descriptible e inevitable

En Cataluña, la fe soberanista ha ido puliendo la cohesión identitaria, y en vista de los acontecimientos, dudo si la España cainita ha vuelto: lo que me pregunto es si alguna vez se fue

Foto: El defensa del FC Barcelona Gerard Piqué celebra la consecución de la Liga de Campeones tras la victoria sobre la Juventus de Turín. (EFE)
El defensa del FC Barcelona Gerard Piqué celebra la consecución de la Liga de Campeones tras la victoria sobre la Juventus de Turín. (EFE)

El gran objetivo de la reconciliación nacional que se produjo a la muerte del dictador y que conocemos como milagro de la Transición (porque fue un “milagro”, en efecto) ha saltado por los aires. Era entonces y es ahora intentar evitar a toda costa un nuevo enfrentamiento entre compatriotas, que es el peor supuesto en el que se puede sumir un conjunto de hombres y mujeres libres e iguales que se conoce como nación.

Aquel pacto extraordinario, que tuvo unos efectos extraordinarios, se ha venido abajo y después de siglos se abrazan sueños equinocciales tan imposibles como caros, y fatuos. Amén de otras consideraciones de tipo económico/social -¡nunca entenderé la fascinación de una parte de la izquierda catalana por el nacionalismo más rancio y carlistón!- lo que está sucediendo con la más que evidente fractura de la sociedad catalana es muy grave en un territorio que forma parte de la Unión Europea, multinacional política que dedica gran parte de su tiempo a impartir doctrina sobre derechos y dignidades humanas.

Familiares que han acabado tarifando por cuenta del independentismo o el unionismo. Colectividades enteras condenadas al ghetto y la marginación por no comulgar con el mantra del pensamiento único (véase recientemente el caso del catalán Josep Borrell) y un miedo generalizado a enfrentarse al leviatán nacionalista por mor de ser llevado a la hoguera civil. Esto no es ningún invento. No. Es una realidad lacerante y tan real como que una parte de la población catalana quiere imponerse a la otra.

El caso Piqué es un paradigma de lo aquí descrito. No estoy de acuerdo en su liquidación civil en los campos de juego; pero si tan libre y democrático es pitar al Jefe del Estado y al himno que representa a 46 millones de ciudadanos libres también lo es que se manifieste su desagrado por su deriva netamente política y rupturista.

El camino escogido por los carlistones –en una extraña cama de comunistas, progres de pacotilla, burgueses perseguidos por defraudadores, y trincadores de todo tipo y condición- sólo conduce al trabuco y a la echada al monte. En realidad lo que ha venido ocurriendo desde estos seis lustros en la tierra del poeta Maragall no es otra cosa que la fe soberanista ha ido puliendo la cohesión identitaria de España. Fíjense qué paradoja histórica, como recuerda muy bien mi amigo y extraordinario analista de la más fina escuela sevillana, Ignacio Camacho: la nación que existe duda más que la que no. ¡Acongojante, oiga! Pero cierto.

Aún así, me resisto a creer que haya vuelto la España cainita. Lo que me pregunto es si alguna vez se fue.

¡Qué triste! ¡Qué caro! ¡Qué desgarrador! ¡!Qué evitable!

El gran objetivo de la reconciliación nacional que se produjo a la muerte del dictador y que conocemos como milagro de la Transición (porque fue un “milagro”, en efecto) ha saltado por los aires. Era entonces y es ahora intentar evitar a toda costa un nuevo enfrentamiento entre compatriotas, que es el peor supuesto en el que se puede sumir un conjunto de hombres y mujeres libres e iguales que se conoce como nación.

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