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¿Descansamos un rato de Cataluña?
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Graciano Palomo

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¿Descansamos un rato de Cataluña?

Tenemos derecho a debatir los casi 47 millones de españoles sobre las cosas de comer. Sobre el agua que nos falta; sobre la energía que no tenemos y compramos; sobre la educación, que es un desastre

Foto: El candidato de Junts pel Sí, Raül Romeva (d), y el presidente catalán en funciones, Artur Mas (i). (EFE)
El candidato de Junts pel Sí, Raül Romeva (d), y el presidente catalán en funciones, Artur Mas (i). (EFE)

El 27-S arroja muchas cosas interesantes en relación con el eterno quilombo catalán. No se puede olvidar que comenzó porque el Gobierno se negó a dar más dinero a esa comunidad autónoma, entre otras cosas, porque no lo tenía. Era un coyuntura en la que España estaba al borde de entrar directamente en el averno.

Luego el órdago se ha ido consumando hora a hora, día a día, mes a mes, año a año. Con una agresividad feroz, desatendiendo todos los llamamientos a la racionalidad, las apelaciones al realismo, la invocación al seny y, definitivamente, a los intereses generales de los propios catalanes y, por ende, del resto de los españoles.

Hay algo que ha quedado muy claro: ese 47% del Junts no nos quiere. Punto. Puede que sean algunos dígitos menos si se hiciera un referéndum, pero esos ocho lustros insuflando contra el ser y sentir español han hecho mella, mucha mella. No ignoro que los errores por parte del Estado y sus respectivos gobiernos han sido monumentales. Pero al final, el que rompe la baraja unilateral y sorpresivamente es el culpable máximo. Tampoco se me oculta la importancia decisiva del asunto porque es la propia supervivencia del Estado y de su entendimiento sentimental que se llama España lo que está en juego. No sólo para una vieja y pequeña nación sureña sino para el conjunto de la Unión Europea, como muy bien recordaba hace unos días el próximo presidente de Francia.

Durante este larguísimo, desgarrador, ineficaz y estulto debate, millones de compatriotas -tanto catalanes como españoles- han quedado exhaustos para al final comprobar que los secesionistas no son mayoría (aunque sí muchos) y que, por tanto, deberían esperar -si les dejan- a tener un 90% de las voluntades a su favor, que es como se hacen estas cosas en el mundo libre.

¡Qué espectáculo! Carlistas, comunistas, liberales, conservadores, antisistema... Juntos para que, a la postre, no sean capaces de muñir una mayoría

Tenemos derecho de una vez a debatir los casi 47 millones de españoles sobre las cosas de comer. Sobre el agua que nos falta; sobre la energía que no tenemos y compramos; sobre la educación, que es un desastre; sobre la igualdad de salida que no de llegada y, muy especialmente, sobre la implantación de la gran revolución salvífica que es la “cultura del mérito”. Porque recuerdo que Teruel, Burgos, Soria, Huelva, Jaén, Lugo, Zamora, etc… también existen y tienen todo el derecho a ser protagonistas de cuando en vez. Desde luego, tienen mucho más derecho a invocar lo de la “rebeldía democrática” que ese presunto corrupto y perdedor que necesita urgentemente pasar por el despacho del mejor psiquiatra del mundo, aunque las facturas tenga que abonarlas con cargo al 3%.

¡Qué espectáculo grandioso! Carlistas, comunistas, liberales, democristianos, conservadores de la más vieja estirpe, ácratas, antisistema, socialistas recocidos, juntos en unión para que, a la postre, no sean capaces de muñir una mayoría con la que asombrar al mundo libre. No lo han conseguido ni con TV3, ni con subvenciones a gogó, ni con editoriales conjuntos, ni con amenazas a los empresarios, ni con el callar de los sindicatos ni con ninguno de los muchos guetos rodeados de alambradas que durante casi cuarenta años han ido tejiendo en el otrora pujante y fabril territorio autónomo.

¡Un respiro, por favor!

El 27-S arroja muchas cosas interesantes en relación con el eterno quilombo catalán. No se puede olvidar que comenzó porque el Gobierno se negó a dar más dinero a esa comunidad autónoma, entre otras cosas, porque no lo tenía. Era un coyuntura en la que España estaba al borde de entrar directamente en el averno.

Artur Mas