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Pablo Iglesias no tiene precio (como publicista)
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Graciano Palomo

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Pablo Iglesias no tiene precio (como publicista)

Cuando coincidí con él en 2013 me llamó la atención su enorme ambición, su capacidad para visualizar la realidad y sus reflejos para sustanciar lo anterior en imágenes verbales capaces de movilizar masas

Foto: Pablo Iglesias durante un acto electoral en Sevilla. (Reuters)
Pablo Iglesias durante un acto electoral en Sevilla. (Reuters)

Cuando en la primavera de 2013 coincidí con Pablo Iglesias Turrión -los viejos socialistas siempre se refieren a él con su segundo apellido para diferenciarlo del fundador Pablo Iglesias “el bueno”- en un programa del canal Cuatro, todavía era un completo desconocido, salvo para los televidentes de Intereconomía de cuando Julio Ariza, el navarro, todavía era un editor sin deudas.

Lo que me llamó poderosamente la atención del muchacho fueron tres cosas. La primera su enorme ambición que incluso le ha llevado a asociarse con regímenes indeseables y totalmente contrarios a la ideología que dice profesar; la segunda, su capacidad para visualizar la realidad y, finalmente, sus reflejos para sustanciar lo anterior en imágenes verbales capaces de movilizar grandes masas.

Al día de hoy, ha conseguido que se olviden sus lazos iraníes y venezolanos y es la figura política indiscutible de dos televisiones privadas

Recuerdo perfectamente que al salir uno de aquellos días del complejo de Mediaset caminábamos juntos y le dije que dada su juventud y su deriva mediática se forraría si se dedicaba al asesoramiento comunicativo, ya fuera político o comercial. Llevaba su inevitable iPad en la mano y mientras anotaba algo, sonrió.

-¡Aspiro a más!, contestó.

Durante el debate televisivo recuerdo que invocó a su abuelo para acreditar que unos ganaron la Guerra y otros la perdieron; de paso revisó la Transición y lanzó una perorata acerca de cómo había que apretar las tuercas (nunca mejor dicho) a la “casta”. Lejos estaba yo de otear que mi compañero de tertulia resultaría pocos meses después la gran revelación política en la emergencia española.

Al día de hoy, ha hecho una campaña extraordinaria para sus intereses; ha asistido a un funeral católico por los caídos en Kabul; ha conseguido que se olviden sus lazos iraníes y venezolanos y es la figura política indiscutible de dos televisiones privadas que son propiedad, nada más y nada menos, que de Silvio Berlusconi, una, y de la familia Lara, la otra.

¿Hay quien dé más? Que pase y lo acredite.

Cuando en la primavera de 2013 coincidí con Pablo Iglesias Turrión -los viejos socialistas siempre se refieren a él con su segundo apellido para diferenciarlo del fundador Pablo Iglesias “el bueno”- en un programa del canal Cuatro, todavía era un completo desconocido, salvo para los televidentes de Intereconomía de cuando Julio Ariza, el navarro, todavía era un editor sin deudas.