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El inaplazable debate en el PP
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Graciano Palomo

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El inaplazable debate en el PP

El Partido Popular tiene una asignatura pendiente. Tal vez alguna más. Pero la primera es la que pasa por poner fin a una herencia envenenada que procede de 1990

Foto: Javier Maroto ha puesto el dedo en la llaga en el PP. (EFE)
Javier Maroto ha puesto el dedo en la llaga en el PP. (EFE)

Suceda lo que ocurra el 26-J, siga en el Gobierno o pase a la oposición, el Partido Popular tiene que reencontrarse a sí mismo y dedicar una pensada a otear el horizonte.

De los muchos asuntos de urgente y vital importancia que tiene que enfrentar el centroderecha, sin duda, es el combate de la corrupción en sus propias filas. La corrupción es la culpable del enorme castigo sufrido en las urnas por el PP y, por ende, responsable directo también del 'impasse' institucional en el que está sumido el país.

Resulta más que evidente que el debate interno se abrirá al minuto siguiente de que las urnas hayan escrito su veredicto. Hasta el 27 de junio solo se intentará visualizar prietas las filas. Luego, rumbo a lo desconocido.

Pero no es el único. La democracia interna continúa siendo otra asignatura sin aprobar. Está calando a marchas forzadas en el seno del Partido Popular la idea de cooptar a los dirigentes mediante votación directa entre los militantes. Una idea lanzada por la nueva generación postaznarista encabezada por el vicesecretario general Javier Maroto, que se ha constituido en la principal voz crítica con la ventaja de que él mismo forma parte de la actual cúpula popular.

Lo que va a ser realmente fascinante ante la nueva etapa que se avecina es la discusión sobre los “valores”. Se les exige, desde la propia base social que es enorme, plural y exigente, que entierren una época que enlaza directamente con el 1 de abril de 1990 (Congreso de Sevilla) y abran un periodo distinto y distante. El centroderecha en España tiene que lucir –como lo hacen sus 'conmilitones' europeos desde Suecia a Alemania, pasando por Francia o Finlandia- sus propias referencias ideológicas sin complejos. Entre ellas la “cultura del mérito” que es, llevada a la práctica, lo más revolucionario y progresista que existe. Empezando, claro está, en sus propias filas. Los mejor preparados técnicamente, los que más saben, los más honrados, los más capaces desde todos los puntos de vista, son los que tienen que estar al timón.

Eso significará también perder los miedos a casi todo. A debatir abiertamente en los medios de comunicación, a defender sin sonrojo esos valores, a no huir de la calle y subirse cuando haya razón y razones a las mareas que siempre produce la sociedad civil.

En el centroderecha no pueden mandar los poderosos. Algo ha hecho Mariano Rajoy en este sentido y la Historia -cuando se conozca- se lo reconocerá. Tienen que mandar las clases medias, los profesionales, los trabajadores, los pensionistas. Perder el miedo y denunciar a los pelotas, incompetentes, corruptos y arribistas.

Escrito por corto y por derecho: un partido que no tiene por su volumen vocación de marginal no puede estar cotidianamente y ante cualquier debate, por muy áspero que sea, metido permanentemente debajo de la mesa. Asustado. No pueden dejar que la “autoridad moral” sea patente exclusiva de siglas que en el peor de los casos representan todo lo que cayó con el Muro de Berlín.

¿Se puede hacer todo esto desde el poder? Difícilmente.

Suceda lo que ocurra el 26-J, siga en el Gobierno o pase a la oposición, el Partido Popular tiene que reencontrarse a sí mismo y dedicar una pensada a otear el horizonte.

Javier Maroto Mariano Rajoy