Y el rey, ¿qué dice?

Menudo tiempo le ha tocado arbitrar al rey Felipe. Silente, escuchante, lee todo lo que se publica y pone el oído a todo lo que se masculla. No le queda otra. Cualquier paso en falso le conduciría directamente al cadalso.

¿Puede hacer algo el jefe del Estado si se vuelve a producir el colapso político que impide la formación de un nuevo Gobierno? Eso: escuchar y ver. No acaba de enterarse el personal. Su autonomía respecto al “arbitraje” es muy limitada para bien o para mal. Entiendo la incertidumbre y aún la zozobra. Al fin y a la postre está en la cúpula de la nación y es sabido que se trata de un patriota.

Me informan desde sus aledaños de que consulta mucho y dispone de información de primera mano. Es lo suyo. Al Rey le importa mucho que a la mayor brevedad posible se conforme un Gobierno que -sea del color que fuere- permita estabilizar la institucionalidad exigida. Tengo para mí que, aunque a nivel personal tenga sus preferencias, le da igual la cadencia de ese Gobierno. Lo que desea es que lo haya.

La interinidad institucional lo está coartando mucho en su principal función inherente a su cargo: la representación de España y sus intereses en el mundo. La paciencia y la templanza que debió aprender de su madre -la nieta del káiser- resulta en estas horas impagable.

Vuelvo a escribirlo. El Rey no dice nada; es más, ni puede ni debe decirlo, salvo cuando acude en aliento del equipo nacional de fútbol. Ése es el único desahogo que se le permite. Vuelvo a insistir: dedica gran parte de su tiempo a escuchar, en el país donde nadie se presta siquiera a oír a su vecino.