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Graciano Palomo

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Ángel Ron y sus cuates han empobrecido, incluso arruinado, a miles y miles de honestos inversores del que fue el banco más rentable del mundo

Foto: El presidente del Banco Popular, Emilio Saracho. (Reuters)
El presidente del Banco Popular, Emilio Saracho. (Reuters)

Si Luis Valls Taberner Arnó levantara la cabeza se iría de nuevo a la tumba. El que durante años fue el banco más rentable del mundo es hoy una piltrafa, una baratija que rueda de mano en mano sin que nadie lo quiera tener más de cinco minutos en sus entrañas.

¡Para que luego digan que no importan los liderazgos! Ron y sus cuates han dejado aquella antigua joya de la corona para el arrastre. Han empobrecido, incluso arruinado, a miles y miles de honestos inversores que creyeron vanamente que fuera del Popular no había salvación. Encima se han llevado lo que no está en los escritos. Ello deja fuera del circuito la vieja creencia de que en el sector privado se cobra cuando hay resultados y la gestión es benéfica.

Ahora se ha convertido en un problema de Estado y en un serio problema para la estabilidad del sistema financiero español. Luis de Guindos, que la ha pifiado en no pocas ocasiones en estos asuntos, no sabe por dónde tirar y quiere que su amigo Goirigolzarri alivie los males.

Los Ron(es) y los Saracho(s), con su prepotencia y cierta codicia, suponen un fiasco tan colosal que ni siquiera Pau Gasol lo remedia. Todo fluye, nada permanece.

Si Valls Taberner ajustició en su día –con Felipe González y Miguel Boyer al mando– a su compadre de la Obra José María Ruiz-Mateos, el jerezano debe estar en estos momentos desternillándose de risa allá donde se encuentre, que tampoco sé muy bien si es en el infierno, en el purgatorio o en el limbo de los estafadores.

Lo dicho: quien esté al mando importa mucho. Es decir, todo.

Si Luis Valls Taberner Arnó levantara la cabeza se iría de nuevo a la tumba. El que durante años fue el banco más rentable del mundo es hoy una piltrafa, una baratija que rueda de mano en mano sin que nadie lo quiera tener más de cinco minutos en sus entrañas.