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Nemesio Fernández-Cuesta

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El círculo saudí

El liderazgo en la producción mundial de petróleo y el poder económico y político que de él se deriva constituyen una variable fundamental para entender el papel de Arabia Saudí en el mundo de hoy

Foto: Tanque de almacenamiento de petróleo de Saudi Aramco. (Reuters)
Tanque de almacenamiento de petróleo de Saudi Aramco. (Reuters)

El actual reino de Arabia Saudí es en su constitución una obra personal de Abdul Aziz Ibn Saud. Desde 1902, año en que al mando de apenas una veintena de hombres conquistó Ryad, hasta 1926, cuando sus huestes conquistaron Hijaz, fue colocando bajo su control, siempre con apoyo británico, los territorios que hoy componen el país, incluida La Meca. En 1927, con la firma del tratado de Jeddah, el Reino Unido reconoció la independencia del Reino del Nejd y del Hiyaz. En 1932, Abdul Aziz Ibn Saud culminó su obra, unificando el Reino y dándole el nombre de su familia.

En el siglo XVIII, el bisabuelo de Abdul Aziz, Muhammad Ibn Saud, a través de su alianza con el reformador religioso Muhammad Ibn Abd-al-Wahhab (cuyo nombre da origen al término wahabí), partidario de una interpretación fundamentalista islámica derivada del salafismo, había establecido el emirato de Diriyah (localidad situada a las afueras del Ryad de hoy), considerado el primer Estado saudí, desaparecido tras su derrota un siglo más tarde ante el Imperio turco. La imbricación entre el poder político encarnado en una monarquía absoluta y el poder religioso en una de sus versiones más conservadoras se ha mantenido en el tiempo y constituye una seña básica de identidad del reino saudí.

En 1933, Arabia Saudí otorgó la primera concesión petrolera a la Standard Oil of California (hoy Chevron), a la que se unió posteriormente Texaco. En 1938, se descubrió petróleo en cantidades sorprendentes. Un año después se inició la producción. Tras algunos avatares, Exxon y Mobil, también compañías americanas, se unieron a las anteriores para constituir Arabian-American Oil Company (Aramco). En 1945, el presidente Roosevelt, a su vuelta de la Conferencia de Yalta, recibió al rey Saud a bordo del 'U.S.S. Quincy' para sellar una alianza permanente.

Aramco no permaneció ajena al movimiento de recuperación de sus reservas por parte de los países productores. Fue progresivamente adquirida por el Reino Saudí y desde 1980 su capital es 100% estatal y su nombre es SaudiAramco. Es hoy la compañía petrolera más grande del mundo. El liderazgo en la producción mundial de petróleo y el poder económico y político que de él se deriva constituyen una variable fundamental para entender el papel de Arabia Saudí en el mundo de hoy, y su intención de ser la potencia regional en su zona de influencia. Por otra parte, aunque las empresas norteamericanas hubieran sido desplazadas de la propiedad, Estados Unidos ha continuado necesitando el crudo saudí para su abastecimiento, por lo que la alianza entre ambos países ha permanecido inalterada.

Pero el mundo se mueve. Del mismo modo que el imperceptible movimiento de las placas tectónicas acaba produciendo terremotos, la realidad de estas primeras décadas del siglo XXI socava la estabilidad saudí y obliga a su Gobierno a transformar su política tradicional.

Arabia ha mantenido su producción frente a la política de la OPEP de ajustar la oferta a la baja para mantener precios. El resultado ha sido el desplome de precios

El desarrollo del 'fracking' ha permitido a Estados Unidos reducir sus importaciones de crudo a la mitad y que paralelamente descienda su necesidad del petróleo árabe y decaiga su interés estratégico en la región. Las políticas activas de reducción de emisiones de CO2 reducirán inevitablemente a medio y largo plazo la demanda de petróleo, sobre todo en un escenario de altos precios.

Junto a esta realidad económica, el devenir político del Medio Oriente ha propiciado una creciente influencia de Irán en Líbano, Siria e Irak, perfilándose así un remedo de Imperio persa en la pretendida zona de influencia saudí. La presión chií en Bahréin y Yemen alarga la sombra de Teherán hasta las fronteras este y sur del Reino. Rusia interviene en Siria en contra de los intereses saudíes, y Estados Unidos y otros países europeos alcanzan un acuerdo con Irán que devuelve a este país a la escena internacional y le permite recuperar su tradicional presencia en el mercado petrolero mundial.

En un mercado de crudo saturado por las crecientes producciones de Estados Unidos, Rusia, zona sur de Irak y Brasil y, en general, por los incrementos de producción alentados por los altos precios del petróleo, Arabia ha decidido mantener su producción frente a la tradicional política de la OPEP de ajustar la oferta a la baja para mantener precios. El resultado ha sido el desplome mundial de precios.

La lista de damnificados es larga, empezando por toda la industria petrolera internacional, pero en ella ocupan un lugar prominente Rusia, que produce más de 10 millones de barriles diarios, la industria norteamericana del 'fracking' -y en paralelo la pretendida independencia energética estadounidense- e Irán, que con un petróleo a poco más de 30 dólares por barril, además de la consiguiente pérdida de ingresos tendrá difícil atraer el capital necesario para incrementar su producción una vez levantadas las sanciones internacionales. Por otra parte, un bajo precio del petróleo dificulta su sustitución por energías alternativas. Bajos precios garantizan a los saudíes la rentabilidad a plazo de sus inmensas reservas, cuyo coste marginal de extracción es, en términos generales, el más bajo del mundo.

La privatización parcial de SaudiAramco puede ser la operación estrella de este programa de reformas, con el que el Reino Saudí se juega de verdad su futuro

Sin embargo, la tentación es inmensa. Con un leve gesto, Arabia puede duplicar el precio en el mercado mundial y, por consiguiente, cuasi duplicar sus ingresos y facilitar su propia transición económica, porque la otra placa tectónica cuyo movimiento puede amenazar la estabilidad saudí es su propia realidad social. Más del 50% de la población saudí tiene menos de 25 años y la tasa de desempleo supera el 30%. Pese a la riqueza del petróleo, la combinación de ambas variables anticipa la difícil sostenibilidad de un modelo económico basado en subvenciones y servicios sociales absolutamente gratuitos.

El Gobierno saudí ha lanzado un ambicioso programa de reformas económicas que busca reducir subsidios y, sobre todo, movilizar recursos hoy en manos del Estado. La privatización parcial de SaudiAramco, cuyo valor puede ser superior a los tres billones (de los nuestros) de dólares, puede ser la operación estrella de este programa de reformas, con el que el Reino Saudí se juega de verdad su futuro. Necesita transformar en profundidad una economía en la que el 58% del PIB y el 80% de los ingresos del Estado dependen del petróleo si quiere un futuro estable para su población y para su régimen absolutista en lo político y lo religioso.

La transformación requerida es obviamente más fácil con precios más altos del crudo, pero esto nos resitúa en el escenario geopolítico que los saudíes no desean. Por otra parte, no hay que olvidar que el 'fracking' y la flexibilidad de ajuste de la economía norteamericana pueden determinar la existencia, por vez primera, de una elasticidad precio a corto plazo de la oferta de crudo.

Pese a que los designios de la Casa de Saud son inescrutables, todo indica que Arabia Saudí ha elegido abordar su programa de reformas, mantener producción y bajos precios y movilizar los ingentes recursos atesorados: sus reservas de divisas ascienden a 650.000 millones de dólares. Se calcula que cada año, con estos precios del crudo, descienden unos 100.000. La venta de un 10% de SaudiAramco reportaría unos 300.000 millones. Con la demanda mundial de crudo creciendo a un ritmo superior al millón de barriles diarios, el mercado debería ajustarse en pocos años, y según su hipotético cuaderno de ruta, Arabia habría cuadrado su círculo.

El actual reino de Arabia Saudí es en su constitución una obra personal de Abdul Aziz Ibn Saud. Desde 1902, año en que al mando de apenas una veintena de hombres conquistó Ryad, hasta 1926, cuando sus huestes conquistaron Hijaz, fue colocando bajo su control, siempre con apoyo británico, los territorios que hoy componen el país, incluida La Meca. En 1927, con la firma del tratado de Jeddah, el Reino Unido reconoció la independencia del Reino del Nejd y del Hiyaz. En 1932, Abdul Aziz Ibn Saud culminó su obra, unificando el Reino y dándole el nombre de su familia.

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