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El problema de la clase media: por qué nadie planta cara a Podemos
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Esteban Hernández

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El problema de la clase media: por qué nadie planta cara a Podemos

La empobrecida clase media es el actor político por excelencia de nuestro tiempo. Ella será quien determine el éxito electoral de los partidos políticos

Foto: Manifestación por la defensa de los servicios públicos en Madrid. (Juanjo Martín/ EFE)
Manifestación por la defensa de los servicios públicos en Madrid. (Juanjo Martín/ EFE)

El sistema tiende a la implosión. Llega un cambio de época, que reconfigurará el mapa político y acabará con el bipartidismo. La conclusión expuesta por José Antonio Zarzalejos el pasado fin de semana, que debería ser evidente para cualquier observador político con un mínimo de sentido común, está sorprendentemente ausente de los análisis de los partidos principales, e incluso del de algunos emergentes, como es el caso de Ciudadanos, que tampoco han reparado suficientemente en el momento crucial que estamos viviendo.

La tesis de Zarzalejos es que “la proletarización de las clases medias que han causado las políticas del PP, unida a la deslegitimación del sistema por la corrupción sistémica (es sistémica además de endógena)” ha acabado con la base de estabilidad del sistema, unas capas medias que cincelaron el bipartidismo. Una vez perdida esta base, parece que la mecha de la deslegitimación no podrá ser apagada. Nos aproximamos a “un fin de régimen, a un fin de época”, aun cuando los actores principales insistan que la obra sigue representándose y que atraerá a más público en breve.

Pero no es sólo la idea de Zarzalejos. En otro espacio del espectro político, Joaquín Estefanía insistía el pasado jueves en el IE Business School en otra cuestión obvia, pero que está pasando desapercibida. Las clases medias, en la medida en que buscaban estabilidad y continuidad, eran el sector social contrarrevolucionario por excelencia. Su función consistía en asentar el sistema, lo cual implicaba contener a ambos extremos y llevarnos lejos de tentaciones filofascistas o filocomunistas. Ese fue su papel durante décadas, pero no es el actual, apunta Estefanía, que ve en estas clases medias empobrecidas la evidente y extendida semilla del cambio. Podemos es hijo de esa tendencia, de unas capas que, hartas de ser defraudadas, optan por lo diferente en lugar de seguir apostando por lo mismo.

La incapacidad del capitalismo global

También en la izquierda perciben cómo este deslizamiento de las capas medias ha tomado cuerpo político. César Rendueles, el autor de Sociofobia (ed. Capitán Swing) afirmaba en una reciente entrevista que tenemos “por una parte a las élites globalizadas, cuya patria es Suiza y viven en hoteles, hablan en inglés, van a colegios de élite; y por otra a los trabajadores precarios, que han sabido adaptarse más o menos, migran de un continente a otro... Y en medio ha quedado a la deriva una gran masa de población, que sigue aferrada a una cosa completamente insostenible para el capitalismo global que son las promesas de desarrollo, de vida estable, de trabajo seguro”.

Para Rendueles, por incómodo que sea para una izquierda que continúa pensando en términos de proletariado y que ha apostado por las minorías en los últimos tiempos (ecologismo, inmigración, activismo de género), es evidente que está aconteciendo “el cambio sociológico más importante: la incapacidad del capitalismo global contemporáneo de gestionar esa enorme masa de personas que han quedado completamente perdidas”.

“Hay que acabar con la lucha de clases”

Ese será sin duda el centro del tablero político próximo. Lo es ya, y lo será más aún en los tiempos que vienen. Se puede pensar, como Zarzalejos, que esta implosión causará un shock, pero que puede ser reconducida, o como Rendueles, que la incapacidad del capitalismo actual para gestionar el estrato mayoritario de la población occidental es muy elevada, pero en uno y en otro caso parece evidente que las capas medias empobrecidas serán la clave del futuro político.

Algo así debe pensar también Albert Rivera, que el pasado fin de semana, en el acto de puesta de largo en Madrid de Movimiento Ciudadano, insistió en que quería acabar con el concepto de lucha (de clases, de rojos y azules, de la periferia contra el centro) y que el objetivo era promover una gran clase media. Incluso Pedro Sánchez ha insistido reiteradamente en este punto (“Reivindico la centralidad y la defensa de la clase media”), sabedor de que en nuestra sociedad ese cheque sí rinde beneficios.

Sin embargo, hay una diferencia enorme entre la clase que describen Zarzalejos o Rendueles, y aquella de la que hablan Rivera y Pedro Sánchez. La primera es una capa social empobrecida y decepcionada, construida a partir de la promesa de una vida estable, de que el futuro sería mejor que el presente y de que los hijos vivirían mejor que sus padres. En esencia, la clase media significaba que el sistema garantizaba que aquellos que cumplían las normas, hacían su parte y trabajaban duro, tendrían recompensa. Eso es lo que se ha desvanecido, y eso es lo que los partidos mayoritarios se niegan a reconocer, dirigiéndose a una masa social que ya no existe, en gran medida porque ellos han contribuido a que así sea. Este es el punto de partida del nuevo desencanto. Construir una iniciativa política ganadora en 2015 pasa por asentarse en este terreno y darle una solución y, hasta la fecha, sólo Podemos ha sido capaz de apoyarse en el terreno de las expectativas rotas. Nadie les planta cara en este campo, porque eso supondría construir una alternativa ilusionante, y es justo lo que no saben, o no pueden, proponer los partidos dominantes.

Negando la realidad

Las formaciones del bipartidismo siguen empecinadas en borrar este hecho, peleando entre sí por el cada vez menor espacio político que les queda. El PSOE sueña con un Renzi español, o al menos con un Manuel Valls, y trata de hacer guiños a la izquierda al mismo tiempo que insiste en las mismas propuestas económicas que están hundiendo a la clase media. El PSOE, sabedor de que por el lado zurdo tiene poco que hacer, ha decidido buscar al votante de centro, pero no se ha dado cuenta de que el centro está ya en un lugar muy distinto del de hace una década. Rivera sí tiene opciones de construir una alternativa, pero presentarse en sociedad con gente old school como Manuel Conthe o Joaquín Leguina lanza un mensaje débil, el de que todo es más de lo mismo.

Mientras, el PP está haciendo lo que mejor sabe hacer, decir que todo va bien y que el año que viene se habrán arreglado las cosas, mientras carga contra Podemos con toda la artillería, al tiempo que insinúa que el PSOE será el mejor aliado del partido de Pablo Iglesias si se tercia. Sin duda, el voto del miedo va a ser rentable para la formación del bipartidismo que llegue en primer lugar a la recta final de las generales (y catastrófico para la otra), pero utilizar esa táctica sólo funciona a corto plazo porque no elimina la cuestión de fondo. Tenemos problemas sistémicos, no electorales.

La clase media se ha convertido en un problema para el bipartidismo, como apunta Zarzalejos y probablemente para el capitalismo contemporáneo, como bien subraya Rendueles. Hay quienes creen que es posible recomponer la situación a partir de la crítica a los competidores, pero está claro que se necesita algo más profundo que fuegos artificiales de cara a los comicios. Algo se ha roto, y eso nos conduce inevitablemente a un nuevo escenario político. No hay más que mirar a Europa para ser conscientes.

El sistema tiende a la implosión. Llega un cambio de época, que reconfigurará el mapa político y acabará con el bipartidismo. La conclusión expuesta por José Antonio Zarzalejos el pasado fin de semana, que debería ser evidente para cualquier observador político con un mínimo de sentido común, está sorprendentemente ausente de los análisis de los partidos principales, e incluso del de algunos emergentes, como es el caso de Ciudadanos, que tampoco han reparado suficientemente en el momento crucial que estamos viviendo.

Manuel Conthe Pedro Sánchez Manuel Valls