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Por qué la izquierda no puede ganar estas elecciones: una explicación
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Esteban Hernández

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Por qué la izquierda no puede ganar estas elecciones: una explicación

La insistencia de la izquierda española en evitar los discursos sobre el trabajo y sobre los pequeños negocios explica los motivos que impiden que sean fuerzas transversales

Foto: Las tiendas cerradas se han convertido en un paisaje habitual en las ciudades europeas. (iStock)
Las tiendas cerradas se han convertido en un paisaje habitual en las ciudades europeas. (iStock)

Existe una convicción en el mundo político según la cual el éxito electoral de actores como Marine Le Pen o Donald Trump está soportado por las simpatías que genera entre pequeños empresarios y autónomos y, en general, entre la clase media que está bajando de categoría social. Y es cierto, tanto en el entorno rural como en el urbano.

Son sectores sociales que han votado con más frecuencia a la derecha que a la izquierda. Los motivos eran evidentes, porque al margen de una mayor sintonía programática, eran grupos despreciados por los progresistas, que los tenían por personas de baja posición social pero que exhibían la misma mentalidad que los grandes empresarios, una suerte de quiero y no puedo. Seguían siendo explotadores que extraían la plusvalía del trabajador, y seguían perteneciendo a la clase capitalista. Su distinta suerte la daba el tamaño de la empresa, pero nada variaba en cuanto a la consideración teórica. El autónomo era considerado de un modo similar, alguien que emprendía la aventura por su cuenta. Simplemente estaba un escalón por debajo del pequeño empresario, pero su destino era convertirse en él, si las cosas le iban bien.

Los progresistas pijos aman a los emprendedores y los de Lavapiés a los cooperativistas, pero a ninguno le gusta el pequeño empresario

Esa desconfianza perdura porque, a pesar del cambio de modelo económico, los análisis que la izquierda realiza son muy parecidos. Por más que se hable de nuevos tiempos, sus categorías son deudoras de las del pasado, lo que aleja de la claridad precisa para entender qué está ocurriendo hoy en esos estratos. En muchos casos, son conscientes de que los tiempos para pequeños empresarios y autónomos son difíciles, pero tampoco les preocupa mucho su suerte, porque no encajan bien en sus esquemas. Unos, como los progres pijos, aman a los emprendedores; los otros, los de Lavapiés, a los cooperativistas.

Salir del pozo

Muchos pequeños empresarios actuales, igual que les ocurre a los autónomos, deciden dar el paso como medio de salida de una situación difícil. Montar un negocio es un intento de solucionar un entorno laboral demasiado complicado y que a menudo les rechaza. En ese escenario, buscar una vía propia es percibido como tranquilizador en diferentes sentidos. Por una parte, les hace sentirse activos, vuelven a creer que, de algún modo, su vida está en sus manos, que su esfuerzo y sus ideas pueden dar resultado: en lugar de buscar un trabajo (u otro trabajo, si están empleados) sin suerte, optan por arriesgarse. Por otra, genera una sensación de independencia, porque pueden dirigir su actividad del modo que entienden más adecuado, sin necesidad de seguir órdenes que no entienden o que les parecen poco sensatas. Y además, tienden a pensar que tendrán éxito y que podrán alcanzar una vida material más satisfactoria. No en vano, poner en marcha un pequeño negocio fue el camino que llevó a muchas personas de clase obrera a la clase media en las décadas de desarrollo español.

Las pequeñas tiendas son un buen ejemplo: se abren muchas y se cierran más. Y pasa igual en muchos otros sectores

Estas aspiraciones siguen presentes hoy, y de una manera especialmente intensa, pero también quedan más rotas que nunca. La gran mayoría de los nuevos pequeños negocios fracasan, muchas pymes que llevaban décadas abiertas han tenido que cerrar y parte de las que aguantan lo hacen a duras penas. Las pequeñas tiendas son un buen ejemplo: se abren muchas y se cierran más. Y pasa igual en muchos otros sectores, como el ganadero y el agrícola, o el de los autónomos, que sobreviven en condiciones precarias con demasiada frecuencia. Pagan impuestos, se ven sometidos a gastos fijos elevados, a retribuciones y márgenes cada vez más estrechos y a una concentración del mercado que les hace un daño notable.

Quieren que las pymes crezcan y sean más productivas, pero la mayoría, más que exportar, serían felices solo con poder subsistir

No es de extrañar que en estos sectores predominen los indignados, y más aún en la medida en que las respuestas que reciben de las instituciones son desalentadoras. Este malestar, a juzgar por los últimos resultados electorales en Occidente, se ha entendido mejor desde la derecha extrasistémica que desde la izquierda. En el caso español es obvio. Desde Podemos se han tenido reuniones con estos colectivos, pero ninguno de sus mensajes electorales incluía algo esperanzador ni ilusionante para ellos. Desde el PSOE, como desde C's, se mantiene una postura peculiar, porque desconfían profundamente de la mayoría de pequeños negocios que se ponen en marcha en España. Su idea central es que las pymes deben crecer, porque así son mucho más productivas, y orientan hacia ese objetivo sus políticas, pero se olvidan de que la gran mayoría de los pequeños negocios, más que vender en el extranjero o abrir tres sucursales más, serían felices con subsistir. Están encantados con los emprendedores que tienen ideas brillantes en el terreno tecnológico, pero les importa muy poco la pequeña tienda, que creen que es un modelo agotado. El PP comparte la misma visión, pero conserva aún una serie de votantes que confían en que la derecha de toda la vida les ayudará, aun cuando no sea cierto: son uno de los sectores más perjudicados por las políticas populares, esas que provienen de Europa y aplican fielmente.

El problema del trabajo, ignorado

Ese descontento de fondo es el que está aprovechando el populismo de derechas en Europa y que la izquierda no sabe recoger. No se trata solo de que carezcan de los mecanismos empáticos adecuados para comprender a gente que no pertenecía típicamente a los suyos, sino que carecen de la habilidad precisa para captar cómo la concentración, la presión en la cadena y los nuevos modelos operativos ponen las cosas muy difíciles a quienes quieran sacar adelante un negocio propio. En muchos sentidos, sus problemas son comunes a los de los autónomos y a los que aquejan al mundo del trabajo.

Quienes han hecho bandera del trabajo han ganado muchas simpatías electorales entre la clase media pobre y la clase obrera

Y este es el gran problema, que la izquierda no ha sabido entender el mundo material. Le ha ocurrido con uno de los asuntos estrella en la política durante el siglo XX, el del empleo, y que ahora parece sorprendentemente lejano, más allá de las promesas comunes a todas las formaciones, como "vamos a crear millones de puestos de trabajo".

PSOE y Podemos

Desde Podemos ha sido evidente: han invocado a la mejora del Estado de bienestar, han hablado de las situaciones de emergencia social y han coqueteado con la renta básica, pero muy poco de empleo. Incluso la insistencia con que viejos izquierdistas hablaban del trabajo estable les ha generado desconfianza, porque entienden que las nuevas generaciones tienen una mentalidad completamente distinta y no creen en esos mensajes. Las políticas del PSOE tampoco van más allá de esas mismas invocaciones abstractas, solo que sin ofrecer la renta básica. Y esa es un gran diferencia con el votante de Le Pen, Trump o Farage: ellos, aunque sea por el lado del proteccionismo, sí han hecho bandera del trabajo, lo que les ha permitido ganar muchas simpatías especialmente entre votantes que no eran los suyos, como los de la clase obrera.

En el terreno material las dificultades que se viven son grandes, y problemas y causas son los mismos para gran parte de la población. Es fácil que te voten

Esa experiencia debería ser tomada en cuenta por la izquierda si pretende convertirse en una opción mayoritaria. El problema de la transversalidad es que no consiste en poner tus ideas encima de la mesa y hacerlas pasar por un nuevo sentido común, sino que tiene que ver con escuchar a la gente, entender sus problemas y encontrar aspectos compartidos y explicaciones con las que mucha gente pueda identificarse. En el terreno material es evidente que las dificultades que se viven son grandes, y que problemas y causas son los mismos para una parte sustancial de la población: es probablemente el lugar más sencillo en el que tejer alianzas transversales.

La derecha tradicional

Pero esta es una tarea que no se ha realizado. Toda opción que pretenda cambiar las cosas debe generar grandes consensos sociales, y si quienes lo pretenden no saben ganarse a una amplia mayoría de los sectores más dañados por este cambio de modelo económico, entonces tienen muy poco. El caso de los pequeños empresarios, de los autónomos y de los trabajadores asalariados es el mejor ejemplo de que no han sabido conectar con las capas sociales en las que más simpatías podrían generar. Y eso que en España no hay una fuerza populista de derechas, que si no, su presencia política sería escasa. No es extraño, pues, que la fuerza de la inercia siga llevando a estos sectores a votar a la derecha tradicional.

Existe una convicción en el mundo político según la cual el éxito electoral de actores como Marine Le Pen o Donald Trump está soportado por las simpatías que genera entre pequeños empresarios y autónomos y, en general, entre la clase media que está bajando de categoría social. Y es cierto, tanto en el entorno rural como en el urbano.

Trabajo Marine Le Pen