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La cuenta atrás del PSOE y el papel de Errejón en todo esto
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Esteban Hernández

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La cuenta atrás del PSOE y el papel de Errejón en todo esto

El fracaso en la investidura está acentuando las tensiones internas en los partidos, y mientras Sánchez lucha contra los barones, Iglesias lo hace contra los errejonistas

Foto: Íñigo Errejón, portavoz de Podemos en el Congreso, en una comparecencia. (EFE)
Íñigo Errejón, portavoz de Podemos en el Congreso, en una comparecencia. (EFE)

Es curiosa la política. Se presenta a la investidura un candidato a presidente apoyado por dos partidos, la pierde, y las crisis internas se acentúan en sus rivales. Las cosas debían ocurrir al contrario, y más aún cuando este parecía el momento para que alguien del PP dejara caer que quizá con otro líder todo fuera más fácil. Desde fuera, políticos y articulistas han intentado provocar movimientos interiores afirmando que el problema es Rajoy, pero los populares se desenvuelven en una calma peculiar. Todos sabemos que Génova no es una balsa de aceite, pero también que nadie se atreve a agitar las aguas. En el caso de C's, el otro partido que apoyó a Mariano, la tranquilidad es continua: ningún giro político pone en cuestión el liderazgo de Rivera. Puede apoyar al PSOE, luego al PP y pasado mañana a ambos, y la vida seguirá igual.

Lo del PSOE es muy distinto. Es el partido que lo tiene más difícil, porque afronta un triple problema. El primero son sus tensiones internas, que parten del instante en que Susana Díaz decidió renunciar a liderar el partido, pensando que las elecciones serían una catástrofe. La idea era esperar el batacazo y, con Andalucía bien asentada, colocarse después al frente, pero las cosas no han salido exactamente como esperaba. El segundo problema es la situación de los socialistas en el tablero ideológico, que cada vez es más complicada, como ya hemos contado; y el tercero es que la cuenta atrás para que decida dónde se va a situar está cerca de terminarse. Tendrá que apoyar al PP, de una forma u otra, o forzar terceras elecciones, y cualquiera de las dos opciones le perjudica.

La batalla en el Ayuntamiento de Madrid subraya, respecto del futuro de Podemos, que a Iglesias no le estorba Errejón, pero sí los errejonistas

Podemos es el partido más débil internamente, por su peculiar estructura, porque buena parte de los parlamentarios con los que cuenta no son suyos, sino de las confluencias, y porque, dado el escaso tiempo con el que han contado, su organización es aún endeble. Pero hay dos elementos más, que se interrelacionan, y que lo hacen más susceptible a las guerras internas. Uno es el tipo de personas que han llegado a las instituciones con Podemos. Garzón contaba de una manera bastante gráfica que cuando los que organizaban manifestaciones se han convertido en diputados y los que acudían, en asesores, es normal que se les tienda a pegar la moqueta. El segundo va más allá de la supervivencia económica (por otra parte, un problema habitual en todos los partidos) y tiene que ver con que mucha gente que ostenta cargos en Podemos está ahí por vocación. Son jóvenes, quieren hacer política y quieren formar parte del movimiento, lo que provoca que estén dispuestos a hacer muchas cosas por permanecer en él (o por ascender), lo que les lleva a adherirse más intensamente al grupo en el que militan cuando estallan las guerras por el territorio.

Guerras por el territorio

Esto es evidente en el caso del Ayuntamiento de Madrid, donde el tablero de juego está formado por una alcaldesa que va por libre y un montón de grupos (los errejonistas, los pablistas, los que provienen de Ganemos, los de IU, los de IA, etc.), a veces aliados y otras enfrentados, en el que las tensiones son continuas. Madrid es un buen ejemplo de lo que puede ocurrirle a la formación si no resuelve de un manera convincente estas disputas, en las que las diferencias políticas se han vuelto personales.

Los cambios en sus discursos se deben mucho más al líder que al escudero, muy influyente en un tiempo y menos después

Pero tomada la batalla por Madrid como síntoma, lo que señala respecto del futuro de Podemos es que a Iglesias no le estorba Errejón, pero sí los errejonistas; que llegan nuevos tiempos políticos, en los que el deseo de alcanzar el centro del tablero se perderá en el viento; y que a alguien había que culpar de los malos resultados. Los 'errejoners' tienen todas las papeletas de convertirse en la diana preferida; al fin y al cabo, ellos fueron los responsables de hacer algo por lo que el resto de grupos de Podemos les ha odiado, como es intentar desideologizar al partido y convertirlo en algo mucho más etéreo.

Del populismo a pactar con el PSOE

En realidad, lo de Errejón y los suyos es otro síntoma, como si creyeran que es posible acabar con el fracaso borrando del mapa a los pecadores. No nos engañemos: si esto es así, la culpa no es de Errejón, porque Podemos es Iglesias. Los cambios en sus discursos se deben mucho más al líder que al escudero, muy influyente en un tiempo y menos después. Y han sido cambios notables: Podemos fue populista y estaba contra la casta, y dejó de estar contra la casta pero no de ser populista; pretendió hacerse con el centro del tablero pero luego giró a la izquierda; y en las últimas elecciones quiso moderar su papel extrasistémico y convertirse en izquierda responsable. Explicaba Iglesias que se dieron cuenta de que en Europa la única opción que tenían era buscar aliados socialdemócratas como el Gobierno portugués, Renzi e incluso Hollande; y que en España el único modo posible de llegar al poder era pactando con el PSOE.

La única función de Podemos en este dilatado proceso de investidura es presionar al PSOE para que se retrate, acelerando la cuenta atrás

Quizá, cuando Pablo Iglesias afirmaba esto, lo mismo quería decir que la única manera de llegar al poder era convirtiéndose en el PSOE, algo de lo que van en camino. El programa político de Podemos es muy similar al de la socialdemocracia de los últimos tiempos, solo que llevándolo un paso más allá. Su medida estrella, la que le ha hecho ganarse a las confluencias, es la misma que la del PSOE, propugnar un Estado mucho menos centralista, pero concediendo más poder a las periferias. La insistencia de Iglesias en reforzar prestaciones sociales, sanidad y educación, ha sido y es típica de los socialistas. Su apuesta por la inversión en energías limpias, el centro de su propuesta económica, ya la conocimos con Zapatero. E igual ocurre con la defensa de las minorías, con los derechos sociales y con los asuntos culturales. Pero es justo esta perspectiva la que ha hecho impotente a la izquierda para hacer frente en lo material a las viejas y nuevas derechas, un error que algunos, como Garzón, le recuerdan siempre que pueden.

La segunda parte de la investidura

El resultado de todo este tacticismo, que pagarán los errejonistas como si fueran los únicos responsables, ha sido convertir a Podemos en un partido con una sola función en este dilatado proceso de investidura: presionar al PSOE para que se retrate, acelerando su cuenta atrás. Cuando Errejón o Iglesias dicen que es hora de saber si Pedro Sánchez va a gobernar con ellos, lo que quieren decir es que, como saben que no apostará por Podemos, es hora de que dé la cara de una vez y reconozca que no va a impedir el Gobierno del PP (lo que, en mi opinión, hará) o fuerce unas terceras elecciones y aparezca ante los ciudadanos como el responsable de nuestro hartazgo.

Dicho de otro modo, la investidura está en el periodo de descanso (la segunda parte será tras las gallegas y vascas), y todos están desarrollando movimientos tácticos. Cada uno de los partidos perdedores trata de no ser identificado como el causante de este sinsentido, al mismo tiempo que sus líderes tratan de afianzarse internamente. El problema es que llevamos en esto desde enero. Cansa. Y además nos devuelve el peor rostro de la política, el de las batallas internas. Y el de ese tacticismo al que no parecen importarle ni la coherencia ni la consistencia.

Es curiosa la política. Se presenta a la investidura un candidato a presidente apoyado por dos partidos, la pierde, y las crisis internas se acentúan en sus rivales. Las cosas debían ocurrir al contrario, y más aún cuando este parecía el momento para que alguien del PP dejara caer que quizá con otro líder todo fuera más fácil. Desde fuera, políticos y articulistas han intentado provocar movimientos interiores afirmando que el problema es Rajoy, pero los populares se desenvuelven en una calma peculiar. Todos sabemos que Génova no es una balsa de aceite, pero también que nadie se atreve a agitar las aguas. En el caso de C's, el otro partido que apoyó a Mariano, la tranquilidad es continua: ningún giro político pone en cuestión el liderazgo de Rivera. Puede apoyar al PSOE, luego al PP y pasado mañana a ambos, y la vida seguirá igual.

Ayuntamiento de Madrid Susana Díaz