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Sobre ricos y pobres: estamos jugando con fuego
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Esteban Hernández

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Sobre ricos y pobres: estamos jugando con fuego

Los cambios en la estructura de clases son notables en nuestra época. Nadie los está tomando en cuenta políticamente, y son el centro de nuestra sociedad

Foto: Una mujer da limosna a un mendigo en Ronda. (Reuters)
Una mujer da limosna a un mendigo en Ronda. (Reuters)

Si hay un género que abracen con placer los medios contemporáneos, ese es el culebrón. En la política es muy evidente: entre todos los elementos de actualidad que una sociedad produce, se eligen aquellos que permiten personalizar los acontecimientos. Un congreso de un partido no es nada si no hay una lucha entre dos líderes que permite extraer cotilleos, aventurar vencedores y señalar traidores. Da igual que sean Iglesias y Errejón, Susana y Pedro o Mariano y Aznar, la cuestión es alimentar ese circuito de difusión de amores, enemistades, lealtades rotas, puñaladas por la espalda, cuernos simbólicos, triunfadores altivos y perdedores hundidos.

No es un mal exclusivamente español. La cobertura de la presidencia de Trump está repleta de ataques referidos a su persona: que si un grupo de psiquiatras afirma que está loco, que si se pasea en bata por la Casa Blanca, que si se lió con un montón de prostitutas en Rusia. Y tampoco es cosa de hoy: cuando se pretendió que Bill Clinton abandonara la Casa Blanca por haberse liado con una becaria en lugar de analizar la pertinencia o no de las decisiones que estaba tomando como presidente, quedó claro que la política se había convertido en un relato de fama, éxito, ambición, pecado y ocasionalmente redención que se desarrolla en grandes decorados.

Ofrecen un conocimiento más o menos científico de la realidad. Pero hay un problema: que no es la realidad contemporánea, sino la del pasado

Nuestra academia combate este tratamiento espectacular de lo político de un modo peculiar: viviendo en el pasado. Ofrece un conocimiento más o menos científico de la realidad, solo que no es nuestra realidad. En parte porque la mayoría de los investigadores sustentan sus análisis y conclusiones en el estudio de datos, y como estos fueron recogidos tiempo atrás, siempre hay un desfase temporal. Cuando las sociedades son estables y lineales, el modelo funciona sin demasiados problemas, pero ese no es nuestro caso. Y, en otro sentido, porque los modelos en los que se encuadran esos datos son también los del pasado, de modo que no es raro que acaben encajando la realidad en su plantilla en lugar de intentar entenderla en sus propios términos.

La gentrificación de la política

Este pensar el momento presente como si no fuera más que la simple continuación del pasado es muy frecuente en nuestra sociedad. Ha sido obvio por ejemplo, en Podemos y su operación de gentrificación de viejas opciones, ya sea en el intento de reactualizar el PCE del 75, vía Iglesias, o en el de convertirse en el nuevo PSOE del 82 vía Errejón. Pensar que el ayer y el hoy eran lo mismo consiguió que Hillary Clinton pasara a la reserva; creyó que con señalar al enemigo como un monstruo de otro tiempo, como había hecho el establishment demócrata con McCain, todo se resolvería por sí mismo. Y también ha ocurrido con el Brexit, cuando sus partidarios pensaron que con amenazar incesantemente con el caos todo estaba resuelto.

Hay quienes creen que la sociedad es en blanco y negro, como siempre ha sido: no hay más que clase obrera y burguesía que la oprime

Y es en ese instante cuando la realidad aparece, y se produce el Brexit o gana Trump (o el PSOE resiste el sorpasso). Porque en esa sociedad que se elude al reducirla a unos pocos factores, se obvian tanto los elementos novedosos (o, al menos, los diferentes) que aparecen en ella como, sobre todo, aquello que le da consistencia, sentido y dirección: la estructura social. Es increíble hasta qué punto, sea por la afición a personalizar la política o por el gusto por los gráficos, todo aquello que tenía que ver con las clases sociales y su mutación está siendo relegado al desván de la historia. Unos hablan de los protagonistas individuales (los líderes, sus filias y fobias, sus amores y enemistades) otros contemplan la variable de clase como algo nada relevante hoy, y un tercer grupo cree que la sociedad es como siempre, en blanco y negro: la clase obrera y la burguesía que la oprime.

La hibridación social

Este es el gran error a la hora de analizar la sociedad, no tener en cuenta la manera en que la posición material modela nuestros sentimientos, percepciones y visiones del mundo, así como el modo híbrido en que la estratificación está conformándose. Hay hijos de la clase media cuyo futuro laboral se antoja complicado porque su currículo no puede hacerse valer en un contexto de baja demanda de empleo y porque carecen de la red relacional necesaria para competir, con lo que sus ingresos son los típicos del proletariado; hay trabajadores que una vez gozaron de un nivel de vida elevado y que llevan mucho tiempo en paro, como los de la construcción; empleados bien situados fueron despedidos al llegar a los 50 y que subsisten a duras penas; clases trabajadoras que esperaban ascender en la escala social y que ahora son plenamente conscientes de que nunca lo harán; clases medias altas que ven complicado que sus hijos reproduzcan su nivel social; inmigrantes cuyos salarios son bajos pero que les permiten un nivel de vida mucho mayor que el de sus países de origen, y que perciben su futuro con esperanza, y tantos otros elementos que conforman una sociedad cuyas categorías son todo menos fijas.

Hoy son los compradores de la deuda, un estrato social favorecido, los que presionan para que suban los impuestos (exceptuando los suyos, claro)

Estas transformaciones desanclan también las viejas correspondencias entre clase y voto: muchos de los partidarios de Trump, de Le Pen o de los que dijeron sí al Brexit proceden de estratos sociales desfavorecidos o de aquellos que una vez tuvieron estabilidad y la están perdiendo, que fueron una vez los típicos de los partidos progresistas. Eso provoca también que los mensajes electorales no puedan ser los mismos que en el pasado. Los impuestos son un buen ejemplo: lo tradicional era que las capas más bajas de la sociedad los vieran con buenos ojos porque significaban mayor redistribución a través de las prestaciones públicas, y las capas más altas los despreciaran como un diezmo siempre excesivo. Hoy son los compradores de la deuda pública, un estrato social claramente favorecido, los que presionan para que se suban los impuestos (exceptuando los suyos, claro) para que los países tengan el dinero suficiente como para hacer frente a los pagos de la deuda, de forma que las capas medias y bajas se encuentran con que pagan más impuestos directos e indirectos y cada vez tienen peores servicios públicos, ya que el destino prioritario de lo recaudado no es afrontar los gastos típicos del Estado sino, como sostiene el art. 135 de la Constitución, abonar la deuda.

La tesis de derechas sobre la lucha de clases

Esta nueva tesitura la han entendido políticamente mejor las fuerzas de derecha, que han sido capaces de articular movimientos populistas con influencia y calado, como el Tea Party, o de movilizar a los votantes contra el establishment de un modo efectivo. Peggy Noonan, columnista del Wall Street Journal que trabajó en el gabinete de Ronald Reagan, de quien llegó a escribir un libro hagiográfico, hizo popular una tesis acerca de la lucha de clases en la que veía dos facciones evidentes entre la población estadounidense: aquella que tenía buenas perspectivas vitales, que gozaba de seguridad material, que había recibido educación universitaria y que sabía que sus hijos tendrían las mismas oportunidades y aquellas capas de la población desprotegidas, con que estaban sumidas en terrenos mucho más precarios, Había gente expuesta a los vientos de la globalización neoliberal, y otra que se beneficiaba de ella. Las clases desprotegidas entendían que la América corporativa, las élites de Harvard, y las clases medias altas con casa en los Hamptons eran las ganadoras en ese proceso, como los inmigrantes que acudían a EEUU para tener una vida mejor, y ambos lo estaban consiguiendo a su costa. Esa lucha de clases explicaría, según Noonan, el triunfo de Trump, como también podría encontrarse en ella una causa del Brexit, ya que las poblaciones más desfavorecidas y desprotegidas se revolvieron contra las clases medias urbanas que apostaban por la permanencia, puesto que estas defendían una vida mejor para ellas, no para Gran Bretaña.

La nueva estratificación social no está siendo tomada en cuenta por la izquierda (ni la vieja ni la reciente), pero tampoco por nuestro establishment

Aunque no lo explique todo, la tesis de Noonan tiene algo de real, en el sentido de que son sentimientos que se movilizaron de forma poderosa, y que fijaron una nueva línea que se salía de las variables urbano / rural, joven / viejo y burguesía / proletariado que todo el mundo había manejado, que las permeaban y atravesaban, y que daban un nuevo sentido a las dinámicas políticas. El desclasamiento de buena parte de la población, la certeza para los desfavorecidos de que lo iban a seguir siendo y de que las cosas podían empeorar, y el temor de las clases medias a dejar de serlo fue articulado de un modo útil para la derecha populista.

¿Respuestas sencillas?

La nueva estratificación no está siendo tomada en cuenta por la izquierda (ni por la socialdemócrata, perdida en el mundo globalizado de la innovación, ni por la nueva, anclada en la lectura de clases del pasado) pero tampoco por nuestro establishment, que se mueve entre el espectáculo de los personalismos y las categorías científicas del ayer. Pero, por más que se obvie, el malestar existente está fuertemente fijado en estos cambios materiales. Hay evidentes tensiones entre las clases, como no podía ser de otra manera en una sociedad desigual, en la que las diferencias entre unas y otras están aumentando, donde la clase media está disminuyendo de forma alarmante, y en la que las previsiones para el futuro cercano subrayan que la tendencia se va a acelerar. El triunfante populismo de derechas ha entendido esto, y lo está utilizando mediante un par de fórmulas sencillas: Europa (o Washington) nos roba y los inmigrantes nos quitan nuestro trabajo. Puede que, como dicen, sean respuestas fáciles a problemas complejos, pero el resto de opciones políticas, desde el PP hasta Podemos, está haciendo más o menos lo mismo. Deberíamos fijarnos mucho más en este asunto, porque ignorarlo es jugar con fuego.

Si hay un género que abracen con placer los medios contemporáneos, ese es el culebrón. En la política es muy evidente: entre todos los elementos de actualidad que una sociedad produce, se eligen aquellos que permiten personalizar los acontecimientos. Un congreso de un partido no es nada si no hay una lucha entre dos líderes que permite extraer cotilleos, aventurar vencedores y señalar traidores. Da igual que sean Iglesias y Errejón, Susana y Pedro o Mariano y Aznar, la cuestión es alimentar ese circuito de difusión de amores, enemistades, lealtades rotas, puñaladas por la espalda, cuernos simbólicos, triunfadores altivos y perdedores hundidos.

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