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Eso es lo que se pide: se pide un esfuerzo. Pero no al sufrido contribuyente, ni al cabeza de familia ejemplar o al pequeño empresario que

Eso es lo que se pide: se pide un esfuerzo. Pero no al sufrido contribuyente, ni al cabeza de familia ejemplar o al pequeño empresario que se desvive por salvar los puestos de sus trabajadores. No: el esfuerzo se lo pedimos a todos esos niños y jóvenes que tienen la oportunidad de estudiar y la desprecian como si nada valiese y nada costase mantener un sistema público de enseñanza.

Vivimos en una sociedad cuyas gentes han sucumbido al engaño de la igualdad de derechos. Y es que igualdad de derechos no significa igualdad de oportunidades y es que éstas, las oportunidades, curiosamente se decantan siempre en favor del más trabajador. Éste acabará siendo el mejor preparado, y verá su talento crecer paralelo a su esfuerzo. Decía Picasso que la inspiración le llegaba siempre trabajando. ¿Sería casualidad o habría alguna razón para ello? Y es el caso siempre: el de los deportistas cuyo físico privilegiado a veces engaña. Nada será sin ese inmenso esfuerzo que hacen. Nuestro héroe del tenis actual, Nadal… ni tan siquiera es zurdo.

Si queremos enfocar nuestra sociedad hacia mejores resultados, no puede ser que el ocio represente tan descomunal proporción en nuestras vidas. Manifestaciones como la presentación de futbolistas o la Marca del Orgullo Gay, siendo muy legítimas, revelan nuestra pasión por el espectáculo frente a cualquier otra preocupación. Y contrastan con esos grandes silencios que simplemente revelan la indolencia de muchas personas: en un país con cinco millones de parados reales e impuestos y gastos público desbocados.

Los resultados de una actitud así son bien palpables: un país de mileuristas y subvencionados. Y todos conformes con que comercio, turismo, agricultura o construcción estén copados esencialmente por extranjeros. ¿Dónde están las protestas por las crecientes diferencias salariales con Europa? ¿Y las reivindicaciones por la pérdida de poder adquisitivo de las rentas salariales en los últimos años? Quizá es que muchos hayan optado por no quejarse, dado que tampoco pensaban esforzarse.

Empero ocurre que esta es una sociedad del conocimiento y que vivimos en un mundo globalizado: y esas son dos realidades que no podemos ignorar, y de las que ninguna promesa electoral podrá salvarnos. Esa es la realidad y ese es el futuro que nos espera.

Por mucho empeño que pongan profesores y educadores, nada se logra sin el esfuerzo del alumno. Nadie tiene derecho a despilfarrar los recursos públicos, porque son escasos y son de todos. La manida reivindicación de “más medios para educación” es hora de irla aparcando, porque no por más gastar el alumno se va a esforzar más. Es hora de ir pidiendo a los niños y los jóvenes que cumplan con su parte, que es la de estudiar y trabajar por sacar lo mejor de sí mismos.

Sin un sacrificio, nada se logra, ni cabe esperar ningún resultado. No existe el camino fácil y nada es regalado. La aplicación a las tareas para las que cada uno se halle más dotado es esencial, porque no basta con tener habilidad para algo: esa habilidad hay que desarrollarla. Podrá ser una pequeña ventaja inicial y si acaso el posible germen de una verdadera vocación, pero confiar sólo en lo innato y pensar que se pueda vivir improvisando, no es realista.

La práctica y la experiencia son insustituibles: también en los procesos de aprendizaje. Y el cerebro, como cualquier parte del cuerpo, también se entrena. Memoria, entendimiento y voluntad, decía Aristóteles, que eran las tres potencias del alma. Y que se sepa, hasta la fecha, nada ha cambiado.

Hablaba Carmen Iglesias de la importancia de acabar todo lo que se empieza: gran verdad y sabio consejo. El esfuerzo exige constancia, orden y disciplina diarias. Exige hacer lo que se debe y cuando se debe: en ese momento, sin posponerlo, relegarlo por pereza o creyendo que pueda sustituirse por algún atajo creativo. Hay quien sostiene que se aprende jugando, sin esfuerzo. Qué cruel engaño para quienes tienen en el desarrollo de sus habilidades su verdadera igualdad de oportunidades. Una igualdad que se sustancia en adquirir lo que nadie les podrá quitar jamás, lo que podrán llevarse a cualquier parte del mundo: su formación.

La formación es: “para lo que un vale”. ¿Para qué vale uno de verdad?

El esfuerzo es visto por demasiadas personas como una rémora del pasado, algo que nuestra sociedad tecnológicamente avanzada y hedonista ha logrado superar: nada más falso. El ser humano no nace disciplinado y metódico. Dejado en estado de naturaleza, es un ser completamente salvaje, sin orden particular alguno en su existencia. Huelga abundar en el papel esencialísimo e insustituible de los padres en hacer de sus hijos personas no sólo justas y buenas sino también pacientes, voluntariosas, con tesón.

Nunca el hombre tuvo tantas habilidades y conocimientos, nunca el mundo evolucionó tan rápidamente y jamás fue la competencia, que es global, tan feroz. Esa es la realidad y lo demás son mentiras piadosas.

Esforzarse no cuesta dinero: cuesta trabajo y entraña sacrificio personal: eso sí. Pero es la base del éxito personal y por ende de cualquier sistema educativo, a su vez clave en la prosperidad económica de un país. ¿No sería éste un modo muy económico de salir de la crisis? Aportando niños y jóvenes, con el ánimo de padres y tutores, su esfuerzo personal día a día y muy orgullosos de hacerlo.

Se trata de asegurar un futuro más fácil en lugar de añadir una inmensa deuda, a cambio de un poco de diversión presente. ¿Acaso no es una inmensa satisfacción lograr lo que uno se propone, tener éxito de verdad en un empeño, saberse alguien “que verdaderamente sirve para algo”?

Como siempre, esperamos sus comentarios, con los que elaboraremos nuestro Manifiesto.

Eso es lo que se pide: se pide un esfuerzo. Pero no al sufrido contribuyente, ni al cabeza de familia ejemplar o al pequeño empresario que se desvive por salvar los puestos de sus trabajadores. No: el esfuerzo se lo pedimos a todos esos niños y jóvenes que tienen la oportunidad de estudiar y la desprecian como si nada valiese y nada costase mantener un sistema público de enseñanza.