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En el centenario de Verdún
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Eduardo Madina

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En el centenario de Verdún

Siguen siendo Francia y Alemania los que, en esa imagen, caminan entre las tumbas de una de las batallas más largas y sangrientas de la I Guerra Mundial

Foto: El presidente francés, François Hollande, y la canciller alemana, Angela Merkel, participan en la conmemoración del centenario de la Batalla de Verdún. (EFE)
El presidente francés, François Hollande, y la canciller alemana, Angela Merkel, participan en la conmemoración del centenario de la Batalla de Verdún. (EFE)

En el centenario de la batalla de Verdún, hemos asistido a lo más parecido que hasta la fecha se ha visto de la histórica fotografía de Helmut Kohl y François Mitterrand. Aquella imagen en la que dos gigantes de la política europea envolvían en un profundo silencio sus manos unidas e invitaban así a intuir el tamaño del inmenso naufragio de sangre que para Europa supuso el siglo XX.

Hoy, la unidad europea sobre la invocación de un siglo deshumanizado ha correspondido a Merkel y Hollande. No es lo mismo, obviamente, pero siguen siendo Francia y Alemania los que, en esa imagen, caminan entre las tumbas de una de las batallas más largas y sangrientas de la I Guerra Mundial.

Siguen siendo ambos países, representados por sus líderes, los que recuerdan con su sola presencia en Verdún que fue por el drama de la primera parte del siglo XX que la segunda estuvo orientada a la construcción de una bella idea kantiana de paz entre estados. Una idea de salvaguardas mutuas y de progresiva integración de distintos aspectos -en otro tiempo intocables- de las soberanías de los Estados miembros.

Es cierto que no tiene ninguna otra opción Europa. Que no puede caminar hoy sin la conciencia de que todo esto es por todo aquello. Por todo lo que pasó entre 1914 y 1945. Que en las decenas de millones de muertos entre ambas guerras y en la inasumible hipótesis de una tercera guerra mundial, está la placenta en la que nació este recorrido de 70 años.

Un camino que ha producido unos niveles de convivencia, de desarrollo, de paz garantizada y de cohesión social como nunca antes se habían conocido en toda la historia de Europa. Es indiscutible que en la experiencia política de estas siete décadas, están los mayores niveles de desarrollo humano de toda nuestra geografía y nuestra historia. La presencia de Merkel y Hollande en Verdún nos recuerda que Europa ya no tiene problemas en reconciliarse con un pasado cuyo significado adivina bien.

No estaría de más que la manos que se unen de nuevo en Verdún para asumir el peso de lo que tenemos por detrás, se unieran para asumir lo que hay por delante

Y que, por tanto, los grandes desafíos ya no están ahí. Ya no están en el significado de unas manos unidas que ha solucionado bien nuestra históricamente tensa relación con el pasado. Están, más bien, en las tensiones que producen las manos desunidas con respecto a nuestro futuro. Ahí esperan las grandes preguntas y las amenazas principales. Los viejos fantasmas de ayer, hoy renovados y camuflados bajo apariencias múltiples, que han renacido en estos años de crisis y que recorren de nuevo Europa. Es indiscutible que el sueño de los viejos valores de la Revolución francesa ha quedado seriamente dañado en estos últimos años y que los europeos somos hoy menos libres, menos iguales y menos solidarios que en los periodos previos a esta década de crisis.

Así que no estaría de más que las manos que se unen de nuevo en Verdún para asumir juntas todo el peso de lo que tenemos por detrás, se unieran también para asumir todo lo que tenemos por delante.

Porque Europa corre riesgos serios si no integra aspectos clave de las soberanías económicas de los Estados miembros de, al menos, nuestra zona monetaria. Si acude a la siguiente crisis sin integrar gobernabilidad económica y sin una mejor regulación de los mercados financieros, saldrá de ella en condiciones difíciles de imaginar a día de hoy.

Europa corre riesgos serios si no desarrolla, de forma si no integrada sí al menos bien coordinada, una política económica volcada en el conocimiento y la generación de alto valor añadido en el conjunto de los sectores productivos. Quienes a un lado compiten por costes y al otro por producción de conocimiento, terminarán por apagar del todo la voz de un viejo continente que, si sigue así, asistirá en el año 2030 a cumbres del G-8 a las que no estarán convocados ninguno de sus miembros.

La unidad de acción europea debe orientarse a una sólida integración económica entre estados, a la generación de marcos económicos competitivos

Europa corre riesgos serios si no garantiza, con un modelo económico sostenible y competitivo, la forma de distribución de la riqueza que ha permitido un espacio cohesionado de convivencia en paz durante siete décadas y los mayores niveles de desarrollo humano de toda nuestra historia en este continente.

Por todo ello, por el tamaño y la urgencia de esos desafíos, las manos que se unen para blindarnos ante nuestro pasado deberían unirse también para blindarnos ante nuestro futuro.

Si se desplazan los principales centros de producción y de decisión del mundo hacia otros lugares, un viejo continente de población por otra parte envejecida vivirá solo del eco de lo que fue, del recuerdo de otros momentos y de otros instantes mejores. Nuestro futuro será solo el recuerdo de nuestro pasado.

Para evitarlo, la unidad de acción europea debe orientarse a una sólida integración económica entre estados, a una mejor regulación financiera, a la generación de marcos económicos altamente competitivos por excelencia y alto valor añadido y a la garantía de la cohesión social europea.

El desmesurado peso de nuestro pasado bien merece la imagen de Francia y Alemania en silencio, juntas entre las tumbas del naufragio de Verdún.

Es cierto que no hay posibilidad de futuro sin una reconciliación mínima con las viejas heridas de nuestro pasado. Pero solo habrá eso, pasado, si las manos de los grandes países europeos no se unen en serio y de forma urgente para asumir juntas el inmenso peso de los desafíos que tenemos por delante.

En el centenario de la batalla de Verdún, hemos asistido a lo más parecido que hasta la fecha se ha visto de la histórica fotografía de Helmut Kohl y François Mitterrand. Aquella imagen en la que dos gigantes de la política europea envolvían en un profundo silencio sus manos unidas e invitaban así a intuir el tamaño del inmenso naufragio de sangre que para Europa supuso el siglo XX.

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