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Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia
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Eduardo Madina

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Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia

Hoy, tras esta interminable década de crisis financiera, no deja de conjugarse la palabra socialdemocracia en gran cantidad de discursos y aparenta ser imposible pensar al margen de ella

Foto: El líder del PSOE, Pedro Sánchez, durante un mitin. (EFE)
El líder del PSOE, Pedro Sánchez, durante un mitin. (EFE)

En recuerdo de la obra de Eduard Bernstein

¿Cuáles son las premisas del socialismo en estas décadas del S.XXI? ¿Cuáles deben ser para alcanzarlas las tareas de la socialdemocracia? ¿Son estas distintas a las que existían antes de esta década de crisis que sigue sufriendo Europa?

Estas son algunas de las preguntas que organizan el debate actual sobre el sentido de la socialdemocracia, sobre el impacto que ésta tiene en el desarrollo y la sostenibilidad del modelo social europeo y sobre las hipótesis de aparición de alternativas a la misma dentro del marco político de Europa.

Si recordamos, algo de todo eso aparentó –solo fue eso, una apariencia- entrar en discusión en la última campaña electoral de nuestro país.

En el último cuarto del S.XIX, la socialdemocracia nació como un marco de interpretación teórica y respuesta práctica con los siguientes objetivos: la organización de los obreros en un partido político, la coalición política, sindical y gremial para resistir el impacto del capitalismo, la generalización de la condición de ciudadanía, la aceptación de la responsabilidad económica individual y la extensión de un sistema político cuyo desarrollo contemporáneo procedía del liberalismo político y se denominaba democracia.

No existe una ideología política en época contemporánea que haya tenido un mayor impacto positivo en el desarrollo del ser humano

Todos los objetivos teóricos fueron implementados en la práctica. Unos con más éxito que otros. Pero la conclusión histórica es que las desigualdades entre seres humanos se fueron reduciendo como nunca antes desde los orígenes de la revolución industrial hasta la actualidad. Y la dignificación de la vida humana alcanzó, en las décadas posteriores a la finalización de la segunda gran guerra del S.XX, niveles nunca vistos en toda la historia y la geografía humana.

No existe una ideología política en época contemporánea que haya tenido un mayor impacto positivo en el desarrollo del ser humano.

Tanto es así que hoy, tras esta interminable década de crisis financiera, no deja de conjugarse la palabra socialdemocracia en gran cantidad de discursos y aparenta ser imposible pensar al margen de ella. Se la critica, se la responsabiliza, se la solicita que renazca, que muera, que reaparezca, que se vaya para siempre, que interprete el mundo que está apareciendo tras estos años de crisis, que vuelva a sus orígenes, que se reinvente, que se adapte, que recurra a su ortodoxia, que se centre, que gire a la izquierda, que esté a la altura de lo que se espera de ella.

Hay incluso ocasiones en las que todo este laberinto de referencias sucede a la vez. Por ejemplo aquí, en nuestro país, donde hemos visto a un movimiento político en el que uno de sus líderes señala que “La socialdemocracia ha fracasado en su tarea de garantizar transformaciones que permitiesen países más justos y democráticos”, o “Los socialdemócratas son una especie del pasado”, y varios días después, el líder principal define dicho movimiento como socialdemócrata e incluso reivindica como tales a Marx y Engels, padres del manifiesto comunista y de la crítica al programa de Gotha.

Esta presencia constante de la socialdemocracia obedece a su condición indesligable del modelo de desarrollo y de la cultura política predominante

Al margen de unas u otras contradicciones, lo cierto es que esta presencia constante de la socialdemocracia obedece a su condición indesligable del modelo de desarrollo, del modelo social y de la cultura política predominante, emanada de estos, en la mayoría de los países miembros de la Unión Europea. Al menos hasta los de la cuarta ampliación.

Es, a la vez, cierto que hay enormes vacíos tras estos años de crisis, que muchas de las certezas del mundo previo a este estallido financiero han caído derrumbadas. Y que han aparecido quienes creen que ese vacío se puede llenar de diferentes formas a lo largo de la geografía europea.

Por ejemplo aquí, en España, hay quien cree que las necesidades de certezas las llenará Ernesto Laclau. Que todo lo que era sólido y que se ha desvanecido, todo lo que ha dejado este enorme vacío se puede llenar con un lenguaje de, precisamente, significantes vacíos; la casta y la gente, el pueblo y la patria.

Merecen respeto. Han hecho mucho en muy poco tiempo. Quizá más por incomparecencias ajenas que por méritos prácticos pero lo cierto es que han llenado espacios que se han ido abandonando recientemente.

Las necesidades de las sociedades europeas requieren de una premisa teórica que dé significado a una tarea práctica de reformas

Pero el futuro de nuestro país y los desafíos de este tiempo histórico, esperan lejos de Laclau. Una cosa es un ejercicio semiótico, construido con significantes vacíos y otra bien distinta, un conjunto de ideas llenas de significado.

Las necesidades de las sociedades europeas requieren de una premisa teórica que dé significado a una tarea práctica de reformas.

Por ejemplo, reformas profundas en el sector financiero para que un nivel adecuado de regulación (de normas de tráfico) no solo impida un nuevo estallido con las consecuencias que ha tenido este último, sino que redunde en una mayor generación de riqueza al servicio del desarrollo del conjunto de las sociedades europeas.

Por ejemplo, reformas orientadas a la competitividad de la economía desde el punto de vista de la producción de valor añadido y la generación de empleo en el conjunto del aparato productivo, reformas orientas a la innovación y la eficiencia tanto en el sector público como en el sector privado.

Reformas que conciban los recursos públicos como inversión y no como gasto, que incorporen un discurso teórico y una obra práctica que no permita diseccionar desarrollo económico de desarrollo social.

Reformas que conciban la convivencia como un espacio abierto y generoso de la pertenencia sobre una idea agnóstica de absolutos, la idea de ciudadanía.

Es una obra práctica que ya está inventada y que goza de plena vigencia. Que siempre tuvo respeto por los demás. Que nunca apeló “al corazón de la gente” porque siempre sintió respeto por “la forma de pensar del conjunto de la ciudadanía”.

Nació de las premisas del socialismo para el desarrollo de un conjunto de tareas, que ni tienen sustitución ni tienen sustitutos. Y son la clave de cualquier alternativa posible para el futuro de una Europa que afronta desafíos económicos, sociales, medioambientales y demográficos de primera magnitud histórica.

De la exitosa aplicación de éstas, no depende el futuro de ninguna conclusión académica previa. Pero quizá dependa algo inmensamente más grande. El futuro de varias generaciones de personas en Europa.

En recuerdo de la obra de Eduard Bernstein

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