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Instrucciones para ser ‘miembra’ del Gobierno
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Juan Carlos Escudier

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Instrucciones para ser ‘miembra’ del Gobierno

La sinfonía de disparates que ha comenzado a componer la ministra de Igualdad ha tenido como allegro final la insinuación de que la Real Academia de

La sinfonía de disparates que ha comenzado a componer la ministra de Igualdad ha tenido como allegro final la insinuación de que la Real Academia de la Lengua la tiene gato y que si no acepta incluir miembra en el diccionario -término que la perseguirá el resto de sus días -, es porque es más machista que una película de Stallone. Concepción Arenal, pionera en esto del feminismo, decía que el error es siempre un arma que termina disparándose contra el que la emplea. Haría bien Aído en reflexionar sobre esta frase y sobre otra cuestión quizás relacionada: ¿por qué en el blog que la ministra mantiene en Internet lo más visitado es su currículo?

Chequeado éste, resulta que la ministra, además de joven, ni es tonta ni está poco preparada, por lo que cabe deducir que ha estado muy mal asesorada para su primera comparecencia parlamentaria y su resaca posterior. Cualquiera puede tener un lapsus linguae, pero lo habitual es reconocer el fallo y no endosar el desliz a los modismos centroamericanos. Y menos aún pretender que la equivocada es María Moliner, tan machista como los académicos de la RAE por no aceptar miembra como diputada de compañía. Si a todo lo anterior se suma el anuncio estrella de que el Ministerio que dirige habilitará un teléfono de la esperanza para los hombres confundidos, cuando no maltratadores, puede colegirse la dimensión del despropósito.

La igualdad es un asunto tan importante que no precisaría de un ministerio sino del Gobierno en su conjunto. Aún así, Zapatero, un hombre de fuertes convicciones siempre que las encuestas las ratifiquen, decidió ponerlo en marcha tras observar los resultados de un estudio postelectoral, según el cual, los votantes apenas si recordaban un par de ideas del aluvión de mensajes lanzados en campaña por los dos grandes partidos. Una era el contrato de integración para los inmigrantes que propuso el PP; la otra, una afirmación del propio Zapatero en un cara a cara con Rajoy: si gobernaba –dijo- la discriminación salarial entre hombres y mujeres tendría los días contados.

Este es el origen del embolado que le ha tocado en suerte a Aído, cuya misión principal es la de mantener viva una gran campaña de imagen y, por lo que se ve, convertirse también en el pim-pam-pum del Ejecutivo, tarea que en la anterior etapa asumió con gran profesionalidad la primera titular de Vivienda, María Antonia Trujillo. La ventaja adicional que ofrece la gaditana es que quien la critique se expone a ser tachado de machista y retrógrado, sobre todo si lleva el carnet del PP, algo muy rentable para los intereses electorales del PSOE.

Tal y como quedó acreditado en su debut parlamentario, Aído ejercerá de portavoz de medidas que otros pondrán en práctica y denunciará periódicamente y con mucho sentimiento la lacra de la violencia de género. Por el momento, tenemos una ministra de Igualdad cuya producción legislativa se limitará a una sola ley aunque muy literaria -la de Igualdad de Trato- , que se ocupará de decirnos que el Ministerio de Trabajo subirá las pensiones a las viudas y ejecutará programas de inserción a mujeres en dificultades. Lo inexplicable es cómo hemos podido sobrevivir antes de que el Ministerio de Igualdad izara su bandera.

Si todo no fuera una gran farsa, aun sin competencias directas el Departamento podría jugar un interesante papel de denuncia, si bien es verdad que nadie se fabrica un muñeco para que le tire por la ventana, salvo que se llame Chucky, sea diabólico y tenga los ojos azules. La ministra de Igualdad, por ejemplo, estaría obligada a decir al presidente que es un escarnio que después de 30 años de democracia el aborto siga siendo un delito y que su propuesta de abrir un debate social para estudiar si es conveniente cambiar la ley es una maniobra de distracción intolerable. Y tendría que pedir cuentas a los ministros de Sanidad de su partido que han consentido que las interrupciones del embarazo sean excepcionales en el sistema público, y algo más que explicaciones a los presidentes autonómicos socialistas de Extremadura y Castilla-La Mancha, cuya red de hospitales no practican ninguno. Pero Bibiana Aído no está para eso.

Una ministra de Igualdad que se preciara tendría que explicar a su colega de Interior que produce una vergüenza aún mayor observar el número de policías que destina a la protección de mujeres amenazadas –en algunas provincias el ratio es de uno por cada cien- y que es un insulto que muchos de ellos sean agentes en segunda actividad, es decir, prejubilados. Y quizás hasta fuera conveniente que recordara a su partido que alguien que ha sido condenado en firme por dar de paraguazos a su señora no es la persona más idónea para ocupar la presidencia de los socialistas vascos ni siquiera para negociar con ETA. Pero Bibiana Aído, claro, no está para eso.

Posiblemente sea pedir mucho, pero una ministra de Igualdad que aspire a ser algo más que una rosa en el florero de Moncloa tendría que exigir al ministro de Trabajo que amplíe considerablemente su nómina de inspectores, no ya porque con ello se pondría coto a la siniestralidad laboral, sino porque es la única manera de combatir la discriminación. Pero Aído tampoco está para eso.

Así que mientras alguien le dice de qué debe ocuparse la ministra ha optado por dar la batalla de la ‘a’, una guerra sin cuartel a la que han consagrado su vida algunas reputadas dirigentes feministas, tan dispuestas a blandir la vocal como a recibir puntualmente las subvenciones públicas que pagan sus sueldos. Tal vez la igualdad sea esto. Acabáramos.

La sinfonía de disparates que ha comenzado a componer la ministra de Igualdad ha tenido como allegro final la insinuación de que la Real Academia de la Lengua la tiene gato y que si no acepta incluir miembra en el diccionario -término que la perseguirá el resto de sus días -, es porque es más machista que una película de Stallone. Concepción Arenal, pionera en esto del feminismo, decía que el error es siempre un arma que termina disparándose contra el que la emplea. Haría bien Aído en reflexionar sobre esta frase y sobre otra cuestión quizás relacionada: ¿por qué en el blog que la ministra mantiene en Internet lo más visitado es su currículo?