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El estadista Zapatero lleva razón
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Juan Carlos Escudier

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El estadista Zapatero lleva razón

Sin llegar al nivel de Sarkozy, a quien la presidencia de la UE se le ha quedado corta y ya se ha inventado el cargo de

Sin llegar al nivel de Sarkozy, a quien la presidencia de la UE se le ha quedado corta y ya se ha inventado el cargo de presidente del Eurogrupo para ocuparlo de inmediato y seguir ‘napoleando’ por Europa, Zapatero le ha cogido gusto al compadreo internacional y hasta los manoseos del francés, lejos de provocarle sarpullidos como a la canciller Merkel, tienen en él efectos terapéuticos. Ha tardado más de cuatro años pero, finalmente, el inquilino de la Moncloa se nos ha vuelto un estadista, que es esa categoría en la que los políticos creen que hacen historia incluso cuando van al retrete. Lo da la casa.

Los estadistas sufren mucho con los desaires, aunque algunos, como la decisión de Bush de darle con la puerta de la cumbre de Washington en las narices, fueran perfectamente previsibles para cualquiera menos sublimado. A Zapatero, distraído como estaba salvando a Europa del abismo financiero codo a codo con Gordon Brown, la venganza del texano le ha pillado con la guardia baja. Lo lógico hubiera sido prever que, con Bush de portero, era imposible echar un baile en la discoteca, pero, en vez de eso, dio por descontado ingenuamente que le harían sitio en la pista por merecimientos propios. Si las gestiones que ha puesto en marcha y la intensa actividad diplomática que pretende desplegar personalmente no le consiguen una entrada de última hora, aunque sea en el gallinero, el ridículo puede ser memorable.

Ya sea como estadista reciente, ya como simple presidente del Gobierno de una potencia media, Zapatero tiene la razón al reclamar su silla en la cita del 15 de noviembre, con independencia de si España forma o no parte del denominado G-20, un invento creado para que los países emergentes no pudieran decir que no se les escuchaba al menos una vez al año. Bush organiza la fiesta a petición de la Unión Europea y, en consecuencia, no tendría que arrogarse ni la facultad para decidir el formato ni la composición de la lista de invitados. Es un sarcasmo que quien por negligencia ha conducido al mundo a la bancarrota pueda imponer ahora el derecho de admisión.

Es posible que España no haya adelantado a Italia en renta per capita o que Francia no nos quede tan cerca como presume Zapatero, pero es innegable que estamos en el club de los países más ricos, que somos el tercer inversor del mundo en el extranjero y el puente entre Iberoamérica y Europa, que nuestros bancos han resistido la crisis mejor que otros gracias a una regulación más sensata y que algunas de estas entidades están a la cabeza del ranking europeo. Ello bastaría para que Zapatero pudiera compartir los canapés de la refundación del capitalismo.

Haría mal la oposición en solazarse con el ostracismo presidencial porque, al fin y al cabo, se trata de una ofensa al conjunto del país. Si como parece la exclusión de España responde a una vendetta de Bush por la retirada de las tropas de Irak sería bueno recordar al emperador saliente que Estados Unidos disfruta aquí de bases militares por gentileza made in Spain y que soldados españoles están dejando sus vidas en Afganistán a mayor gloria de la geoestrategia norteamericana, oleoductos incluidos. Y también sería bueno recordar, especialmente a los dos candidatos presidenciales, que ambas situaciones pueden modificarse.

Otra cosa es que la cumbre acabe convirtiéndose, como profetiza Sarkozy, en Bretton Woods II Parte y sirva realmente para algo. ¿Están realmente decididos nuestros líderes mundiales a poner fin a la abusiva y libérrima circulación de capitales, al secreto bancario o a los paraísos fiscales? ¿Están dispuestos a terminar con los especuladores busátiles? ¿En qué va a consistir esa nueva arquitectura financiera mundial?

Desde cualquier punto de vista, España reúne más méritos para estar representada en este foro que Turquía, Indonesia, Argentina o Corea del Sur. La Unión Europea y el marido de Carla Bruni, su presidente de turno, están obligados a defender esta causa. Zapatero ha echado un órdago público, cuando, probablemente, lo más inteligente hubiera sido dejar actuar calladamente a la diplomacia. En el envite, nuestro más reciente estadista se juega ser el hazmerreír de sus colegas de profesión. Y el país, parte de su prestigio internacional. Por lo segundo no sería bueno pasar. 

Sin llegar al nivel de Sarkozy, a quien la presidencia de la UE se le ha quedado corta y ya se ha inventado el cargo de presidente del Eurogrupo para ocuparlo de inmediato y seguir ‘napoleando’ por Europa, Zapatero le ha cogido gusto al compadreo internacional y hasta los manoseos del francés, lejos de provocarle sarpullidos como a la canciller Merkel, tienen en él efectos terapéuticos. Ha tardado más de cuatro años pero, finalmente, el inquilino de la Moncloa se nos ha vuelto un estadista, que es esa categoría en la que los políticos creen que hacen historia incluso cuando van al retrete. Lo da la casa.