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Las cenizas de Rajoy
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Juan Carlos Escudier

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Las cenizas de Rajoy

La última encuesta del CIS sobre intención de voto en la que otorga un empate técnico al PSOE y al PP ha vuelto a agitar las

La última encuesta del CIS sobre intención de voto en la que otorga un empate técnico al PSOE y al PP ha vuelto a agitar las aguas de la derecha hasta dejar a Rajoy calado hasta los huesos. Al parecer, haber recortado la distancia que separaba a los populares de los socialistas y obtener el mejor resultado en un sondeo de los últimos cuatro años no es suficiente con la que está cayendo en el país, a juicio, sobre todo, de quienes siguen pensando que el drama del partido es la insuficiencia del líder, que ahora se ha vuelto Bambi, como hizo Zapatero en tiempos, a ver si cuela.

 

Es cierto que los resultados del barómetro podían haber sido mejores, que el desgaste del Ejecutivo no es aprovechado íntegramente por los populares y que, a su vez, un pequeño partido como es la UpyD de Rosa Díez está sacando provecho de la moderación reinante en el PP. Pero también es lógico pensar que hay que dar tiempo al tiempo para que la transformación del ogro en príncipe sea apreciada por los electores. Con el mismo argumento que ahora utilizan los críticos con Rajoy cabría preguntarse por qué cuando España se rompía, Navarra se entregaba a Euskadi, Zapatero se arrodillaba ante ETA y  la familia se disolvía ante el empuje homosexual, hechos todos muy dramáticos, el PP tampoco logró superar al PSOE en intención de voto ni su líder aumentar en valoración.

Lo que sí resulta cada vez más evidente es que el PP no cerró su crisis en el Congreso de Valencia y que desde dentro del partido pero, sobre todo, desde fuera, se pretende despachar a Rajoy por la vía rápida, porque el gallego, flojo y todo, representa un enorme obstáculo para sus intereses y, lo que es peor, un lastre para algunas cuentas de resultados.

En este sentido, los ataques constantes que El Mundo y la COPE han dirigido contra Rajoy han acabado por volverse como un boomerang contra ambos. Basta con echar un vistazo a las cifras de difusión de los diarios para comprobar que, frente al crecimiento experimentado por ABC y La Razón en el último año (13,81% y 11,57%, respectivamente), el periódico de Ramírez cayó en ese mismo período un 5,22%. O que la emisora de los obispos ha cedido a lo largo de ese período el segundo puesto en las audiencias a Onda Cero mientras Losantos, el látigo matutino de Rajoy, hacía lo propio ante Carlos Herrera. Parafraseando a Brecht, se puede insultar un día al político al que han votado quienes te escuchan y te leen y que no pase nada, pero no se le puede someter a una lapidación permanente, porque una parte del público experimenta el maltrato en su propia piel y huye en estampida hacia medios más proclives y educados.

De lo anterior se deduce que nada les haría más felices que quitarse a Rajoy de en medio lo antes posible o firmar la paz, algo a lo que no parecen dispuestos ni los tirios ni el troyano. Es evidente que al PP le perjudica la descalificación permanente de dos medios de la derecha rotunda, pero no lo es menos que a ellos les pasa factura en euros contantes y sonantes.

Las maniobras internas tampoco han cesado, toda vez que la presidencia de la Comunidad de Madrid debe de dejar mucho tiempo libre a Esperanza Aguirre para seguir conspirando. A la causa se unió hace algún tiempo el estadista de FAES, que últimamente se dedica a cuestionar el mensaje de su partido por catedrático interpuesto. Por cierto, ¿desde cuando no se ven juntos a Rajoy y a Aznar en un mismo acto?

Al gallego le esperan con el cuchillo entre los dientes y no hay vicisitud que no sea aprovechada para zaherirle. Si apoya al Gobierno en la lucha antiterrorista, es porque Zapatero ha vuelto a engañarle ya que sólo un ciego no vería que volverá a negociar; si manifiesta que es posible hablar con todo el mundo, incluidos los partidos nacionalistas, es porque tiene principios de quita y pon; si llega a un acuerdo sobre el plan de rescate financiero en un momento de urgencia nacional es porque ha renunciado a ser oposición; si trata de evitar la ruptura con UPN es que es un débil; si rompe es que no ha sido inteligente; y así.

Rajoy da mucho menos miedo y causa menos rechazo. La legislatura es larga, y salvo inesperada debacle en las citas electorales que tiene pendientes –europeas, gallegas y vascas-, tendrá una última oportunidad de llegar al Gobierno. Tiene un buen equipo: la portavoz Soraya Sáenz de Santamaría lleva dando sopas con onda a la vicepresidenta desde que se constituyeron las Cámaras; la secretaría general, Dolores de Cospedal, cumple su papel y no es Acebes, lo cual representa un avance sideral; Esteban González Pons es un tipo brillante, que ha sido capaz de decir, a propósito de la metedura de pata regia, algo que tendríamos que haber oído en boca de algún socialista: que la Reina no puede ofender a sus ‘subditos’ homosexuales porque ellos también le pagan el yate, y que si piensa así es porque es muy católica y bastante antigua.

Es demasiado pronto para la rendición de cuentas. Si la crisis económica es larga el desgaste de Gobierno irá en aumento y Zapatero terminará carbonizado. Y Rajoy, sin las estridencias que han sido habituales y con un mensaje de este siglo, quizás pueda fumarse un puro en Moncloa y esparcir por el suelo sus propias cenizas.

La última encuesta del CIS sobre intención de voto en la que otorga un empate técnico al PSOE y al PP ha vuelto a agitar las aguas de la derecha hasta dejar a Rajoy calado hasta los huesos. Al parecer, haber recortado la distancia que separaba a los populares de los socialistas y obtener el mejor resultado en un sondeo de los últimos cuatro años no es suficiente con la que está cayendo en el país, a juicio, sobre todo, de quienes siguen pensando que el drama del partido es la insuficiencia del líder, que ahora se ha vuelto Bambi, como hizo Zapatero en tiempos, a ver si cuela.