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¿Por qué salen tan caras las fotos de los presidentes?
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Juan Carlos Escudier

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¿Por qué salen tan caras las fotos de los presidentes?

Hay que suponer que, como habían acordado, ella le llamó Miguel y él simplemente Hillary. Esta semana se vieron las caras en Washington, hasta donde llegó

Hay que suponer que, como habían acordado, ella le llamó Miguel y él simplemente Hillary. Esta semana se vieron las caras en Washington, hasta donde llegó Moratinos para ponerse a los pies de la dama, presentar los respetos de Zapatero a su jefe y trasladar el sí quiero de España a colaborar en el cierre de Guantánamo y a acoger a un número indeterminado de prisioneros “siempre y cuando se den condiciones jurídicas aceptables”. Como parece improbable que el Gobierno español se haya decidido tan pronto a tomar el pelo a Obama, del que nuestro presidente es rendido admirador, cabe suponer que el Ejecutivo ha estudiado ya en qué condiciones puede aceptar al grupo del mono naranja, lo que significa que es a los españoles a quienes se quiere tomar el pelo.

De las 245 personas que se alojan en el Resort de Guantánamo, 35 tienen ya marcado juicio o están a la espera de que se les asigne juez. El resto permanece en ese mal llamado limbo jurídico, eufemismo del infierno por el que, incluso, la propia Justicia norteamericana no descarta incriminar a colaboradores de Bush como Dick Cheney o Donald Rumsfeld, ardientes defensores del catálago de torturas que allí se dispensaban. A simple vista y con independencia de la categoría a la que pertenezcan, su traslado a España en calidad de detenidos tiene un encaje legal entre difícil e imposible.

El Tribunal Supremo marcó la línea a seguir en julio de 2006 cuando absolvió al ceutí Hamed Abdaerramán Ahmed, más conocido como ‘el ‘talibán español’ y anuló la condena de seis años de cárcel que le había impuesto la Audiencia Nacional. Hamed había sido entregado a las autoridades españolas en febrero de 2004, después de permanecer dos años y medio recluido en Guantánamo.

Según el Tribunal, toda diligencia practicada desde que estuvo en este penal hasta que fue entregado a España debía “ser declarada totalmente nula y, como tal, inexistente”, habida cuenta de la vulneración de su derecho a la presunción de inocencia. En esta misma circunstancia se encontrarían todos los inquilinos de Guantánamo. “La detención de cientos de personas (...) sin cargos, sin garantías y, por tanto, sin control y sin límites en la base de Guantánamo, custodiados por el Ejército de Estados Unidos, constituye una situación de imposible explicación y menos justificación desde la realidad jurídica y política en la que se encuentra enclavada”, sostenía la sentencia.

La situación no sería distinta para la treintena de presuntos terroristas a los que la Justicia norteamericana ha imputado cargos. Es cierto que la Audiencia Nacional se ha arrogado la jurisdicción universal en determinados delitos, entre ellos el de terrorismo, de manera que puede juzgar cualquier hecho cometido en cualquier parte del mundo con independencia de la nacionalidad de sus autores, pero como señalaba esta semana el abogado José Luis Sanz Arribas en una tribuna publicada en El Mundo, para ello es necesario que ninguna otra jurisdicción tenga abierto un proceso sobre los mismos hechos. Para cuadrar el círculo resultaría imprescindible que los tribunales estadounidenses se inhibieran a favor de la Audiencia Nacional, lo que constituiría una pirueta inimaginable.

Más inimaginable aún sería que el Gobierno hubiera pensado en reproducir la situación en la que actualmente se encuentran utilizando los vericuetos de la prisión preventiva, lo que, además de exigir la complicidad de jueces y fiscales, sería tanto como crear conscientemente un Guantánamo a la española durante cuatro años, que es el máximo legal establecido para estos casos.

En consecuencia, los presos de la base sólo podrían llegar a España como imputados y ser puestos de inmediato en libertad a la luz de la sentencia del Tribunal Supremo, como turistas o como peticionarios de asilo. En los tres casos, no tardarían en pasearse por las calles, lo cual tratándose de supuestos terroristas no es muy tranquilizador, o en abandonar el país si así les place.

A la vista de estas circunstancias, es de todo punto incomprensible que primero Zapatero y luego Moratinos hayan avanzado la disponibilidad española para sacar las castañas del fuego a Estados Unidos, porque de sus palabras sólo puede deducirse que o bien saben que es una promesa baldía de imposible cumplimiento o que están dispuestos a cumplir lo imposible. Más inteligente ha sido la actitud del ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, quien, después de participar el jueves en una reunión con sus colegas europeos, reclamó una posición común de la UE ante los problemas legales de todo tipo “y no menores” que dicha acogida encerraría.

Obama nos cae genial y habla mucho mejor que Bush, que era un paleto de Texas en manos de los neocon y de la industria del armamento. Y hasta damos por hecho que Zapatero tendrá al fin la posibilidad de intimar con el amigo americano como hacía Aznar pero sin poner los pies encima de la mesa. No obstante, el presidente tendrá que explicarnos qué gana este país guantanameando o aumentando significativamente el número de soldados en Afganistán, que es otro de los favores preventivos que está en cartera. Si es sólo por una foto, no nos merece la pena. Suelen salirnos demasiado caras.

Hay que suponer que, como habían acordado, ella le llamó Miguel y él simplemente Hillary. Esta semana se vieron las caras en Washington, hasta donde llegó Moratinos para ponerse a los pies de la dama, presentar los respetos de Zapatero a su jefe y trasladar el sí quiero de España a colaborar en el cierre de Guantánamo y a acoger a un número indeterminado de prisioneros “siempre y cuando se den condiciones jurídicas aceptables”. Como parece improbable que el Gobierno español se haya decidido tan pronto a tomar el pelo a Obama, del que nuestro presidente es rendido admirador, cabe suponer que el Ejecutivo ha estudiado ya en qué condiciones puede aceptar al grupo del mono naranja, lo que significa que es a los españoles a quienes se quiere tomar el pelo.

Miguel Ángel Moratinos Hillary Clinton