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Rajoy, de alfeñique a líder carismático
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Juan Carlos Escudier

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Rajoy, de alfeñique a líder carismático

La política es tan cambiante que en el plazo de un mes Rajoy ha pasado de ser, a ojos de sus partidarios, un pusilánime con barba

La política es tan cambiante que en el plazo de un mes Rajoy ha pasado de ser, a ojos de sus partidarios, un pusilánime con barba al que había que jubilar a toda prisa, a convertirse en un líder carismático al que le huele la axila a Moncloa. El de Pontevedra ha cogido tanto aire tras su triunfo en las elecciones gallegas y el ocaso de sus dos posibles recambios -víctima de las mirillas, ella; de los trajes de alpaca, él- que ahora va de perdonavidas, contando a Zapatero el tiempo que le queda. “No aguanta más de medio año”, le ha dicho, lo que en política se traduce por dos telediarios o así.

 

En cualquier caso, estamos posiblemente ante la primera ocasión en que Rajoy se ha convencido de que puede, aunque para ello deba imponerse en las europeas de junio con el cartel de Mayor Oreja, que no comulgaba ni con la dirección del PP ni con su estrategia, y eso que él comulga bastante. Se demuestra de esta forma que tira más un buen sueldo de eurodiputado que dos carretas, o como se diga el refrán.

Ganar las europeas no parece una misión excesivamente complicada, dada la languidez de los socialistas y la escasa repercusión que entre el electorado natural de los populares están teniendo los casos de corrupción que salpican a un puñado de sus dirigentes. Si esto sucediera asistiríamos a una repetición de lo acontecido en 1994, punto de partida de aquella machacona estrategia de pedir a Felipe González que se fuera y convocara elecciones anticipadas. Eran los tiempos en los que Aznar no peinaba canas en el bigote y prometía regeneración mientras se preparaba para ser un estadista al lado de algunos de los hoy implicados en la Correa connection.

De no haber sido por las convulsiones generadas por quienes, dentro y fuera del partido, querían moverle la silla y el humidor de puros, Rajoy hubiera llegado más cómodamente a la situación actual. Era Machado quien decía que en el mar de la política sólo triunfan quienes ponen la vela donde arrecia el aire, y no los que pretenden que el viento sople donde han puesto la vela. Tras el último congreso el partido, el foque estaba orientado hacia la crisis económica, donde se esperaba que el Gobierno se consumiera a fuego lento con la estadística mensual de las cifras del paro. Y así ha sido, pese a los que maldecían la galbana del registrador de la propiedad y le acusaban de haber traicionado unos principios que consistían en proclamar con mucha solemnidad aquello de España se rompe y el Gobierno se rinde, y si era por la mañana en la COPE, mejor.

Toca ahora lo más difícil porque está muy bien manifestar que hace falta transmitir confianza y que hay que acometer reformas estructurales para cambiar el modelo productivo, pero en algún momento habrá que explicar qué reformas hay que hacer, qué sacrificios son necesarios y quienes habrán de soportarlos. ¿Va a atreverse Rajoy a explicar a los funcionarios por qué les congelará el sueldo un par de años? ¿Les dirá a los españoles que si gobierna pondrá en marcha nuevas centrales nucleares y señalará su ubicación en un mapa? ¿Se declarará a favor de variar el sistema de cómputo de las pensiones para reducir su importe? ¿Tratará de quitar competencias a las comunidades autónomas aunque precise los votos de algún partido nacionalista? ¿Propondrá recortes en el Estado del Bienestar? ¿Facilitará el despido libre? ¿Reformará la Sanidad pública para que no sea gratuita ni universal? ¿Bajará más los impuestos a los que más tienen con el argumento de que así crearán puestos de trabajo?

Es imposible que se atreva a algo semejante porque ya desde los tiempos de Jardiel Poncela se sabe que los políticos son como los antiguos cines de barrio, que te hacían entrar y luego cambiaban el programa. Así la cosas, cabe descartar a priori que, tras una hipotética victoria electoral en junio, Rajoy plantee una moción de censura contra Zapatero, no ya porque la perdería, sino porque tendría que desgranar cuál sería su programa de Gobierno y cuáles sus recetas mágicas para salir de la crisis, esas que tendría que dictarles Rato un día de estos cuando tenga una tarde libre. Y posiblemente nos daríamos cuenta de que la montaña habría vuelto a parir el consabido ratón.

Salvo que hay que bajar los impuestos –se supone que no en la proporción que prometió en su programa electoral- y que Caja Madrid es un bocado tan suculento como para tener entretenidos a Aguirre y Gallardón dándose mordiscos, poco o nada se sabe de esas iniciativas que nos catapultarán al Edén tras un tiempo en este valle de lágrimas. Siendo una perogrullada que la misión de la oposición no es gobernar, podía esperarse que, si las tienen, compartieran con el vulgo esas medidas salvadoras, más si cabe en una situación que desde el PP se califica de emergencia nacional. Sentarse a ver pasar el cadáver del adversario es bastante cómodo pero puede resultar baldío si al muerto le da por revivir y no es del todo tonto como se le presume. Ni las opciones de Zapatero son pequeñas ni la soledad parlamentaria de quien maneja el Presupuesto es tan grande como para no poder conseguir seis votos en el Congreso de los Diputados.

Lo previsible es una inminente remodelación del Ejecutivo para dar cabida a ministros algo más lustrosos con los que combatir la inapetencia de Solbes y la anorexia del resto. Tampoco sería descartable que se tratara de implicar al propio PP en el combate contra la crisis dentro de un gran pacto nacional, al que Rajoy no podría negarse sin un alto coste de imagen. Finalmente, podría darse la circunstancia de que una pequeña luz se encendiera al final del túnel, como pronostica para finales de este año el presidente de la Reserva Federal, lo que, unido a las medidas de reactivación económica ya tomadas, aventurarían el inicio de la recuperación.

Es tan fácil pasar de alfeñique a líder carismático como perder el turno y retroceder tres casillas en este juego de la oca que es la política española. Ya se tiraban los dados en la Florencia de los Medici, donde Maquiavelo tomaba apuntes de César Borgia para construir su prototipo de príncipe. Rajoy tendrá que inspirarse en Soraya, que lo de ser mala le sale natural.

La política es tan cambiante que en el plazo de un mes Rajoy ha pasado de ser, a ojos de sus partidarios, un pusilánime con barba al que había que jubilar a toda prisa, a convertirse en un líder carismático al que le huele la axila a Moncloa. El de Pontevedra ha cogido tanto aire tras su triunfo en las elecciones gallegas y el ocaso de sus dos posibles recambios -víctima de las mirillas, ella; de los trajes de alpaca, él- que ahora va de perdonavidas, contando a Zapatero el tiempo que le queda. “No aguanta más de medio año”, le ha dicho, lo que en política se traduce por dos telediarios o así.

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